campeones es la mejor película del año sin tener la mejor dirección, ni el mejor guion, ni los mejores actores, ni la mejor fotografía, ni el mejor montaje? Los Goya se han empeñado en jugar a Eurovisión y que esperemos despiertos al sorpasso final, cuando le dan el premio a una señora que canta como una gallina porque también se premia la buena intención. El año pasado no entendimos que Handia, que arrasó en los Goya, no ganara el de mejor película y este año nos han dado la solución: la mejor película es la que tiene la mejor canción y el mejor actor revelación. Fin. Para que luego hablen de premios menores. A Eneko Sagardoy le faltó cantar o llevar a Coque Maya a su lado. Claro, que también hubiera quedado raro enviar este año una peli a los Oscar que ni los Goya considera la mejor.

Lo que sí nos dio Campeones fue el mejor discurso de la noche (y uno de los mejores de la historia de estos premios) de la mano de Jesús Vidal, el mejor actor revelación. Ya lo decía Andreu Buenafuente, citando a David Trueba, el problema no es que los discursos sean largos, sino que sean buenos, y el de Vidal, agradeciendo “la inclusión, la diversidad y la visibilidad”, fue las dos cosas, bueno y largo, gracias a que nadie en realización se atrevió a pulsar el botoncito de la música a todo trapo para que se largara como hacen con otros premiados.

Los Goya de este año por fin estuvieron bien. La gala fue larga, tres horas y cuarto, y todavía hay gente que se escandaliza porque termine pasada la una de la madrugada, que es antes de que acabe Sábado Deluxe o La Sexta Noche. Sí, los sábados de nuestras madres son una perpetua gala de los Goya. Empezaron fuertes con esa road movie, repleta de cameos, que en tres minutos nos resumió un desastre de gala (en la ficción) que finalmente Andreu Buenafuente y Silvia Abril, perseguidos por la Policía y todo el cine español, optaron por repetir al más puro estilo Regreso al futuro. Saben que todo el mundo se sienta en casa a ver los Goya esperando el desastre. Pues ellos nos lo sirvieron en los primeros minutos, aunque fuera de mentirijillas. Ya desahogados, pudieron empezar sin presiones. El primer monólogo les quedó un poco frío por culpa de los nervios iniciales (quién iba a imaginar que Silvia también es humana) pero fue calentar y salió todo rodado, con mucho más tino y ritmo que los últimos años. Esta vez, además, se hicieron en Sevilla, así que nos privaron de los planos de la moqueta raída de todos los años, aunque no evitaron los asientos vacíos y la gente caminando a destiempo por el patio de butacas.

Hubo errores, también. Pero aceptables. Y muy bien resueltos. Como cuando salió Amaia al escenario a decir que pararan la música, que había un problema de sonido, y de pronto nos acordamos de Jesús Castro e Hiba Abouk petrificados, el año pasado, sin saber avanzar, sin saber retroceder y sin saber improvisar. Aclaración importante, Amaia no cometió el error. Aclaración más importante: Amaia sí supo salir del entuerto y evitar un caos mayor.

El otro error, o recurso de guion que pretendía pasar por error, quién sabe, fue dejar colgados de un arnés y con el sobre de los ganadores por el suelo, a Berto y Broncano, que nos hizo temer que el Goya acabara hecho añicos, como aquel TP de Oro de mentirijilla que estampó Ana Obregón. Fue el momento más loco y divertido de la noche, con permiso de la otra genialidad que fue sacar a Màxim Huerta el breve a entregar el premio al mejor cortometraje. A quien se le ocurrió eso merece ser el jefe de guion de los Goya a perpetuidad.

Otro de los momentos más surrealistas fue el despelote de Abril y Buenafuente al más puro estilo Keaton en Birdman/Neil Patrick Harris en los Oscar, que ha intentado ser ridiculizado en internet por esos que luego defenderán que no hay que poner límites al humor. Son las consecuencias de que las redes sociales se hayan convertido en la extensión de una barra de bar que no cierra en toda la noche.

A mí me asustó más el homenaje a Chicho Ibáñez Serrador, a quien entregaron en diferido (por sus problemas de salud) el Goya de honor, y sobre todo el vídeo previo dedicado al cine de terror español, que llegó madrugador, antes de las once de la noche, que son horas donde algún peque se llevaría de regalo una pesadilla para esa noche. Pese al intento de dar empaque al momento, los ocho directores de cine acabaron leyendo sus intervenciones, sin ninguna emoción, así que la cosa quedó pelín fría, aunque afortunadamente el vídeo homenaje lo solventó.

Y al final, los premios Goya demostraron que a veces resulta más difícil salir airoso del momento de abrir el sobre con el nombre de los ganadores (¿los pegaron con cemento?) que de presentar, guionizar y realizar una gala de tres horas y cuarto, en la que El reino de Sorogoyen, pese a ser la más premiada de la noche (incluyendo mejor dirección) no pudo reinar, ¿pero quién quiere ser el rey de los Goya pudiendo ser un príncipe en los Oscar?