ORFEÓN PAMPLONÉS

Orquesta del teatro Marinsky de San Petersburgo. Orfeón Pamplonés. Director: Igor Ijurra. Programa: La Condenación de Fausto de Berlioz. Reparto: Alexander Mikhailov: Fausto. Julia Matochkina: Margarita. Mikhail Petrenko: Mefistófeles. Oleg Sychov: Brander. Programación: ciclo del Baluarte. Lugar: sala principal. Fecha: 16 de marzo de 2019. Público: casi lleno (50, 35 y 23 euros, con rebajas para jóvenes).

Llevo a nuestro coro al título porque conviene recordar, una vez más, que tener una formación -ya con más de un siglo- que sigue a la altura de las mejores orquestas del mundo, -(o sea, mantenerse en primera)- es una verdadera proeza; más en estos tiempos tan cambiantes y, a veces, tan hostiles al esfuerzo, la fidelidad, y el paciente aprendizaje. Y es que su participación en el concierto que nos ocupa, fue soberbia. En esta “Condenación”, los redentores han sido, sobre todo, Margarita y el Orfeón. Por supuesto la orquesta Marinsky está fuera de dudas, pero, precisamente en esta partitura del Fausto, salvo los fragmentos orquestales de la marcha húngara y o el minueto, ese enorme orgánico instrumental está a las órdenes de los textos. La Cantata Escénica de Berlioz es una obra muy cinematográfica; en ella se cambia de plano constantemente. Y es en esos cambios bruscos, donde se luce el Orfeón, con unas entradas seguras, rotundas, potentes, cargadas, sin vacilación, con la intención de lo que acontece en cada momento, y claves para que nos sintamos ya en la nueva escena. Técnicamente, la partitura es compleja; el coro debe contestar, entrecortadamente, a los solistas; aporta, por separado, sonoridades de mujeres y hombres que fueron, para muchos, inéditas, con una espléndida taberna -hombres-, y una etérea subida a los cielos -mujeres-. Y los retos de la fuga, el precioso pianísimo del “duerme”; el jocoso “Santa María”; el empastado y conclusivo “amén”; el vigor de los soldados; la sorprendente cabalgata (mujeres); el caos “ordenado” del “Pandemonium” -aquí, siempre, por muy numeroso que sea el coro, habría que doblarlo-; en fin, el estar con todos los sentidos en cada estado de ánimo de la escena. ¡Ah!, y saberse meter en el compás de Gergiev: un genio, sí, pero, con un modo marcar -por lo menos para el espectador- absolutamente ilegible.

Gergiev hace una versión más bien ágil; realmente hasta la entrada del corno inglés -¡que maravilla!- preparando a Margarita su “la paz de mi alma ha volado”, no sentimos el sosiego de un “lento”. Bien, la obra es así de frenética; pero una “Resurrección” o un “Hosanna” -tan bonitos-, algo más recreados en el “cantábile”? Gergiev, distribuye la orquesta un tanto asimétricamente; baja el metal, arrincona la percusión junto a contrabajos; busca un equilibrio sonoro, en la acústica del auditorio, a su gusto. Y, ciertamente, el metal brilla, pero no aturde, incluso llega a “diminuendos” inéditos, junto a los estallidos que avisan del Mafisto, claro. Y sobresale la cuerda, que hizo unos matices en “piano” bellísimos.

El tenor Mikhailov no remató bien su intervención: comenzó con algo de gola, se redimió con un timbre hermoso para el papel, pero, en la segunda parte, casi desapareció en el dúo con Margarita. Es verdad que Berlioz le pide un do sobreagudo en el andante -creo-, pero estamos ante un concierto de campanillas. Petrenko -muy teatral- defendió muy bien su rol de Mefistófeles: autoritario y convincente, dúctil en su aria de la pulga. El bajo Sychov, con una voz algo extraña, pero muy acertada para ese rol, -no menos extraño-, de la narración de la rata, aportó la comicidad justa. Y la gran Yulia Matochkina, asidua de nuestro auditorio -y que vuelva-, que ya nos encantó en Mahler y en el Alexander Nevsky. Su fraseo, entre dramático y sereno, entre esperanzador y derrotado -como su rol-, se apoya en una voz penumbrosa, cálida, capaz de matizar claroscuros extremos, y con volumen generoso y envolvente. Ovación de gala para todos; especialmente para el Orfeón. Enhorabuena.