göterborgsoperans danskompani

Intérpretes: GöteborgsOperans Danskompani. Programa: Skid, coreografía de Damien Jalet, música de C. Fennesz y M. Hara; escenografía de Hodges y Carlos Marquez, y Autodance, Sharon Eyal/Ori Lichtik. Programación: ciclo de Baluarte. Lugar: sala principal. Fecha: 30 de abril de 2019. Público: casi lleno (34, 24 16 euros, con rebajas para jóvenes).

En el cine, plano inclinado -también llamado plano aberrante o plano holandés- es el que tiene un efecto de cámara alocadamente inclinado. Debe usarse con prudencia y está reservado para efectos extraños, violentos, inestables, impresionistas o cualquier otro innovador. La extraordinaria compañía nórdica en su visita a Baluarte ha impactado, sobre todo, por ese plano inclinado de vértigo, donde desarrolla la danza de Skid, una obra de coreografía poderosa como pocas, en la que, afortunadamente, se supera lo meramente circense; y todo el enorme esfuerzo, el virtuosismo técnico y el espacio inclinado están al servicio de una narración potentísima, un tanto pesimista de la condición humana. No creo que sea exagerado ver, sobre ese cuadro blanco, la angustia y desesperación del hombre por sostenerse, con el danés Kierkegaard, al fondo. Porque, lo que está claro en la propuesta -con una música ensombrecida y turbia, o machacona y fabril, perfectamente encajada con el movimiento (y viceversa)- es que huye, en todo momento, del aspecto lúdico del tobogán. Asombra, ya desde el principio, el dominio absoluto de la lentitud: bien para expresar la ingravidez, la impotencia de permanecer, o las caídas. Es todo de un efecto plástico asombroso. Al que, en la segunda parte de la obra, se une una apabullante simetría con la representación del movimiento de fábrica a modo de motor; con efectos que simulan bielas, cojinetes? En fin toda una robótica representada al milímetro. El final es un solo, que revela el nacimiento, a modo de crisálida: está muy bien interpretado, y es bellísimo, aunque menos original; Momix, por ejemplo. En resumen, Skid es impactante, entretenida porque te tienen en vilo, arriesgada y original; y con ese mensaje de fondo de las brumas nórdicas, tan hermosas como traicioneras; y soberbiamente representadas por el plano holandés, la filosofía danesa, y los intérpretes suecos.

Con la coreografía de Sharon Eyal -Autodance-, que ocupó la segunda parte, entramos en el mundo coreográfico del gran Ohad Naharin, del que aquí ya hemos visto algunas de sus más famosas coreografías. La propuesta, con una música machacona hasta la exasperación, es un perpetuum mobile de toda la compañía, impecablemente realizado, y con una estética entre sensual y patética -a veces los bailarines parecen figuras de Egon Schiele-. Cuadran una simetría de movimientos rotundos, muy variados, de ángulos rectos, que solo se descomponen en ondulaciones insinuantes de los bailarines, quienes por cierto, borran la barrera de lo masculino y lo femenino. Pasos arriesgados -plantes sobre un pie- y tensión corporal máxima, sin tregua a la imposición de la música, con un obstinado paso a lo centauro que quiere sobresalir, pero que se desarrolla en manada: poderoso, también, y excéntrico, pero por el desencajamiento de los miembros. Con algunos leves apuntes de danza tradicional. El público, entusiasmado. Ovación de gala.

iOSEBA YERRO Siempre es reconfortante ver en una gran compañía, a alguien a quien has visto en sus primeros pasos. A Ioseba, a quien hoy vemos encaramado en ese vértice inclinado, superando el reto como los mejores, le recuerdo como bufón en El Lago de los Cisnes. Su paso por la danza clásica, sin duda, ha sido fundamental para estar donde está. Precisamente en aquella ocasión, Almudena Lobón -en cuya escuela estudiaba- le sometió, junto al resto de demisolistas, a una coreografía “brillante y muy cerca de la acrobacia” (sic. DN, 28-6-2007). Mira por dónde. Enhorabuena, chaval.