viana - “Desde que te fuiste hace treinta años, no he dejado de pensar en ti ni un solo día”. Así rezaban las primeras líneas de la carta/discurso que Tomás Yerro Villanueva dirigió ayer, en presencia de todos los invitados a la entrega del Premio Príncipe de Viana, a su padre, Francisco Yerro Ona, “mi mejor maestro”.

En una hermosa alocución, el profesor partió de un verso de Rafael Alberti modificado para la ocasión: “Si mi padre volviera, yo sería su escudero. Qué gran caballero era”. Ayer le recordó feliz en los encuentros familiares y también cuando le hablaba de la guerra civil afirmando que aquello “fue una salvajada que nunca debió pasar, en la que salimos perdiendo los de siempre, los que fuimos carne de cañón en ambos bandos”. Sin leer libros ni pisar otra universidad que la escuela pública hasta los 10 años, “obtuviste matrículas de honor en el esfuerzo constante, la tarea bien hecha, la austeridad, la sencillez, la prudencia, la elegancia interior, la humildad, la palabra dada, la concordia, la bondad, la honradez, la gratitud, el compromiso social, la generosidad sin límites, la solidaridad con los más débiles y vulnerables”, continuó el catedrático de Lengua y Literatura y ex director general de Cultura del Gobierno foral entre 1995 y 1999. “Tomás, eso está bien, pero no olvides nunca de dónde has salido”, le dijo Francisco cuando, en segundo de bachillerato en Tudela, regresó de vacaciones a casa con unas notas brillantes. “Padre, puedes estar seguro de que jamás he olvidado aquella recomendación”, afirmó ayer Tomás con la voz quebrada de emoción, acompañada por los aplausos del público. “Esos aromas inhalados en la familia”, han presidido su actuación en los diversos ámbitos en los que ha trabajado como docente, como conferenciante o como gestor. Convencido, siempre, de que como su “admirado” filósofo Emilio Lledó dijo “no hay futuro sin memoria. En el fondo, no soy más que un chico de pueblo un poco ilustrado que siempre tuvo claro, como Rainer Maria Rilke, que la verdadera patria del hombre es la infancia”.

el universo de lerín El paso del tiempo acrecentó la admiración de Yerro por su padre, “exponente de una generación de campesinos vapuleada durante la guerra y la posguerra”. “Aun así, los hombres y las mujeres como tú fuisteis capaces de superar toda clase de obstáculos, de sacar a flote a vuestras familias con suma dignidad y muchos esfuerzos y de ofrecer a vuestro hijos un porvenir más prometedor que el vuestro. Sin pretenderlo, fuisteis unos héroes sigilosos”. El aprendizaje en la casa familiar se extendió a todo Lerín, la “Universidad de Harvard” de Yerro, que asistió siempre embelesado al hablar de las gentes de su pueblo, donde también empezó a darse cuenta de las diferencias sociales “y no pocas injusticias, entre las que generalizada falta de instrucción no era la menor”. Y también a reconocer la sabiduría de las personas mayores, a las que hoy dedica gran parte de su tiempo desde la Sociedad de Geriatría y Gerontología de Navarra.

Tras repasar sus estudios en el Seminario de Pamplona y en la Universidad de Navarra, el premiado fue terminando dando a su padre la “buena e inesperada noticia” del galardón que le han concedido “por iniciativa y tozudez de un grupo de hombres y mujeres navarros, todos escritores”, “por propuesta de los sabios del Consejo Navarro de Cultura y por la decisión del Gobierno de Navarra”. Y, por supuesto, mencionó a su mujer, María José, Pitina, “el invisible timón de mi vida desde hace casi 50 años”, a sus dos hijas, sus cuatro nietos y sus tres hermanos. Echó de menos “a mi amigo del alma Pablo Antoñana, vianés y escritor fuera de serie”, y citó a Guillermo Herrero, Javier Zubiaur, Javier Marcotegui y Pedro Burillo, entre las personas que le han acompañado “con respeto, confianza y afecto”. Evidentemente, a las gentes de Lerín, “mi paraíso pasado y actual”, en especial a su cuadrilla, La Revolución. Pero singularmente a Francisco Yerro Ona, “el máximo acreedor al Premio Príncipe de Viana de la Cultura 2019”.