Pasará mucho tiempo, y quizá no vuelva a suceder, antes de que el Navarra Arena vuelva a vivir un éxtasis sonoro y musical como el que ofreció ayer Mark Knopfler. El escocés ofreció toda una lección magistral en su segunda visita a Pamplona (la anterior fue en 1992 con Dire Straits), acompañado por una banda... no, por un bandón de 10 músicos que se multiplicaron sobre el escenario atacando muchos de ellos no dos ni tres sino hasta cuatro y cinco instrumentos diferentes. Y todo ello sustentado en un sonido exquisito, magnífico, lleno de matices, sin un solo pero.

Cerrar los ojos significaba poder escuchar todos y cada uno de los instrumentos. Por no hablar de la nitidez sublime de la guitarra de Knopfler, marca de la casa, pero que alcanzó cotas celestiales. Las 7.000 personas que acudieron a la cita todavía estarán intentado que los pelos dejen de parecer escarpias para volver a su ser. Con una media de edad respetable, el concierto marcó un intenso regreso a tiempos de antaño, sumergidos en una atmósfera de nostalgia pero, a su vez, encofrados en el mejor sonido que actualmente se puede disfrutar en directo.

¡Ojo!, no estamos hablando de una perfección a la japonesa, aunque en muchas ocasiones pareciera que lo que sonaba era el disco, ¡no! Cada nota, en su perfecta colocación, estaba impregnada de pasión, sentimiento y matices. Algo solo al alcance de muy pocos genios musicales en el mundo. Aunque la gira llegó ligada al último disco de estudio de Knopfler, Down the road wherever, el repertorio mezcló inteligentemente temas de su carrera en solitario con grandes de clásicos de Dire Straits.

La velada arrancó con Why Aye Man, tema de su disco The Ragpicker s Dream. Desde los primeros acordes, aquello ya se vislumbró como una cosa de otro planeta. Knopfler y sus 10 multiinstrumentistas funcionaron desde el minuto uno como una perfecta máquina engrasada. Incontables las guitarras que desfilaron por el escenario (el escocés cambiaba de seis cuerdas cada canción e incluso llegó a utilizar dos diferentes en un mismo tema), de la misma manera que la banda alternaba flautas de pico, contrabajo, mandolinas, acordeón, gaita escocesa, pedal steel guitar... Y todo ello con un fluidez pasmosa, sin interrumpir para nada la cadencia de la actuación.

Sobre el escenario, los focos cumplieron a la perfección su cometido, destacar a los músicos, creando, además, a sus espaldas, una majestuosa pared de luces que, de manera sobria pero elegante, arropaba a los protagonistas. Mark Knopfler, a punto de cumplir setenta años, apenas se mueve de su espacio vital sobre el escenario, ni falta que le hace, sus dedos siguen dibujando maravillas sobre las seis cuerdas y su voz, sin alardes, a veces incluso declamada más que cantada, sigue dando ese punto especial, ahora quizá más susurrado, a todos y cada uno de los temas.

Nobody Does That y Corned Beef City dieron paso a Sailing to Philadelphia, el primer punto álgido de la noche, con un solo de Stratocaster que provocó los primeros silbidos de admiración entre el respetable. Y, sin tiempo para respirar, comenzó a sonar Once Upon a Time in the West, uno de los temas míticos de Dire Straits y que Knopfler ha rescatado para esta gira, ya que no lo tocaba desde 1983. Pero ahí no iba a quedar la cosa, ni de lejos, el testigo lo tomó Romeo and Juliet, y ahí sí que ya los ojos comenzaron a brillar con fruición. Un solo de saxo brutal, focos blancos sobre el escocés y la guitarra brillando hasta la quinta esencia.

"Hace muchos años de mi anterior visita a Pamplona, entonces era joven", bromeó el músico entre tema y tema, exclamando un "I love you Pamplona" para, posteriormente, también dejar claro que esta iba a ser su última gira, "aunque seguiré componiendo".

My Bacon Roll, Matchstick Man y Heart Full of Holes, cada una llevada a su particular terreno, con Knopfler ya sentado o con la gaita escocesa haciendo acto de aparición, se entrelazaron con Done With Bonaparte, con toda la banda avanzado hasta primera línea de escenario para marcarse una interpretación muy folk, con acordeón incluido. Y de nuevo la vista se giró hacia Dire Straits con Your Latest Trick, en el que de nuevo destacaron saxo y trompeta (lo de las guitarras de Knopfler ya casi ni hace falta nombrarlo, se da por hecho).

Silvertown Blues, más rockera que bluesera, fue el preludio de Postcards from Paraguay, todo un alarde musical por parte de la banda, terciada hacia los ritmos latinos y que puso a al público casi a bailar. On Every Street, canción que dio título al último álbum de estudio de Dire Straits, fue una auténtica maravilla, con el solo in crescendo de guitarra y viento que transportó al respetable a su primer éxtasis, atemperado (es un decir), con Speedway at Nazareth. Y llegaron con los bises y con ellos la orgía de sensaciones y emoción.

Money for nothing desató la euforia (con Knopfler tocado con muñequera negra) y, por momentos, convirtió a los presentes en adolescentes.

Y para acabar Going home.

Un final a la altura de un concierto matrícula de honor.