En una mañana fría de domingo, una matinée de canto y piano, que aúne la poesía y la música, en lo que solemos llamar Canción Culta Española, es todo un regalo. Otro estudio de luz, en este caso sonoro, que se añade a las exposiciones del Condestable. Fresán y Lisarri han pergeñado un entretenido programa de canciones de autores españoles y sudamericanos que nos trasladan de los claroscuros del Naranjo seco, por ejemplo, a la luminosidad de las sevillanas lorquianas. Pasando por bellas descripciones paisajísticas, o profundas sensaciones amorosas. Todo cabe en estos micromundos, que tanto dicen, con tan poco. Una curiosidad del programa ha sido la comparativa establecida entre los autores que abordan un mismo texto: así, la Canción tonta, Silvestre Revueltas y Salvador Moreno, la abordan en un plano de lenta trascendencia. Sin embargo, la famosa Canción del Jinete, Moreno la trata con teatralidad, con un matiz un tanto dramático -muy bien expresado por los intérpretes, por cierto-; mientras que Miquel Ortega la dota con cierto galope de danza muy en la tradición del sur, con un matiz en pianísimo final francamente bello. En todo el recital Leire Lisarri -en estas obras el piano adoba de tal modo el canto que supera el acompañamiento- e Iñaki Fresán respiraron al unísono; tempo, volumen, delicadeza expresiva, variedad de matices? todo al servicio de unos textos -Juan Ramón, Lorca, tradición popular- que son fundamentales.

Abrió la sesión El caballito, de Revueltas, y a fe, que el ataque fue de impulso, preciso, rotundo. Muy onomatopéyica la partitura de Las cinco horas, a modo de reloj desbocado; y a partir de ahí todo un recorrido por el repertorio que tan bien dominan nuestros intérpretes. Excelente el acompañamiento pianístico en la Petiflor de García Leoz, con gracia; y muy hermosa la media voz de De Cádiz a Gibraltar. También hubo sitio para la gravedad y el matiz algo oscuro de Moreno (El naranjo seco), Mompou (La lluvia sobre el río es casi un drama), u Oltrá, hermoso, pero algo árido. Un punto álgido fue El romance de la luna, luna, de nuestro querido exdirector de la Sinfónica de Navarra, Miquel ortega, a la que cantante y pianista impusieron un rubato (ese tempo sin medida-, tan sentido, que arrancó aplausos, aun en medio de la sección. De las canciones de Falla, destaco la jota: la madurez del cantante le permite hacer una versión muy personal, tranquila, muy apegada al texto. Y, para final, la esplendorosa sencillez de Lorca: sobre todo con sus sevillanas del siglo XVIII, con las que Iñaki, después de haberle escuchado tantos conciertos, nos consiguió sorprender con una versión que iba y venía por el regulador casi, con volantes en la voz, vamos, bailando con la voz. El público agradeció la intimidad lograda en el espacio abierto. Y recibió las buenas vibraciones del recital. Y sobre todos, el bebé que espera Leire -en avanzado estado de gestación- a la que deseamos lo mejor y damos la enhorabuena.