hace más de una década que los gestores de la decadente Eurovisión, propiedad de la Unión Europea de Radiodifusión, UER, certamen/concurso de la canción, dieron la vuelta a un festival que iba dando tumbos y nadie era capaz de reanimarlo, hasta que el ave fénix resurgió de sus cenizas canoras y la noche del festival se convirtió en una magnífica hoguera de colores, luces, sonidos y bailes en un ejercicio de pura televisión. A partir de ese resurgir espectacular, la tecnología digital se adueñó del escenario y cada número trataba de superar al competidor, y la tele se manifestó en su esencia natural: puro espectáculo para entretenimiento del personal. En el calendario de citas televisivas importantes anuales, este festival está señalado en círculo rojo de interés y audiencias millonarias, con un derroche de medios, tratamiento informativo y despliegues televisuales. Es la noche de la tele europea de la mano de las televisiones públicas que han recuperado un concurso para goce del personal con momentos de alto consumo mediático. La final de este año se celebrará el 18 de mayo en Tel Aviv, con un candidato al triunfo (Miki Núñez), valorado en los medios del gremio y popular cantante de La venda, a la que se le augura buen rendimiento en el certamen. La edición de este año a celebrar en la capital israelí se corona con la contratación de la afamada cantante internacional Madonna, capricho/inversión en imagen de un millonario del país. Eurovisión sigue siendo un poderoso aparato de comunicación e imagen en el conjunto de las teles del mundo, que se lucen en este magnífico show en los finales de mayo (500 millones de telespectadores). Eurovisión ataca, de nuevo. Tiempos para recordar también aquellos excelentes presentadores como José Luis Uribarri o José María Íñigo, capaces de amenizar la larga y repetitiva retransmisión musical con alegría, conocimiento y empatía con el personal.