pellízquense las mejillas, restréguense los ojos, bostecen ampliamente, que la campaña electoral con su correspondiente jornada electoral ya han pasado y son historia democrática de un país eléctrico, dinámico y capaz de enfrentarse a los retos del calendario electoral con ánimo y estoicismo a raudales.

La paciencia que demuestra el personal con los políticos es inconmensurable, digna de mayor y mejor propósito y propia de gentes inteligentes y democráticas. Lo hemos denunciado en anteriores ocasiones; lo que programan los rectores de radios y teles en la noche electoral roza el absurdo ofreciendo horas de mediático masajeo con los datos de las encuestas a pie de urna, que ofrecen cifras que poco tienen que ver con la realidad jurídica del voto escrutado.

El machaqueo arranca hacia las siete y media con números de intención de voto, cuando ya se ha votado, y finaliza hacia las doce de la noche al contabilizarse la totalidad de los emitidos. Casi cinco horas de radio y tele jugando al funambulismo y la adivinación del contenido de las urnas.

¿A qué vienen cinco horas de expertos en la nada y comentaristas del vació, clavadas en la programación de la noche electoral? Todo son conjeturas, cábalas y proyecciones personales que en la mayoría de los casos quedan arrumbadas por los datos de Interior, quien dicta la verdad inamovible de los datos que van a misa, y ponen en situación ridícula a las casandras agoreras que no dan pico en bolo a lo largo de toda la noche, en una liturgia fantasmagórica de improvisación y ridículo para ocupar el tiempo televisivo hasta la llegada de los números reales. Alguien tiene que tomar la decisión de acabar en el futuro con estos programas sin sentido y que retratan en su bisoñez a los especialistas de la vida informativa, sometidos al ejercicio de comentar el vacío, el disparate, la nada.