pamplona - Vuelve al Gayarre, donde en 2015 ya estuvo con Muñeca de porcelana. El de Pamplona es un teatro que conoce bien.

-Sí, la verdad es que es un hermosísimo teatro al que acudo con muchísima alegría porque casi siempre o hasta ahora he contado con la generosidad de su público.

Viene con Señora de rojo sobre fondo gris, un libro que Miguel Delibes en principio no quería que se adaptara a la escena por lo íntimo de su contenido. Pero finalmente lo consiguieron.

-Al principio Miguel no quiso que se llevara ni al cine ni al teatro. Más tarde, Pepe Sámano y él intentaron una aproximación, pero no les salió, y antes de morir autorizó que yo hiciera una lectura dramatizada de un par de pasajes. Tras su muerte, la autorización última nos la han dado los hijos de Miguel y Ángeles, cosa que nos ha llegado de alegría porque no solo nos han dado permiso, sino que después de hacer la obra hemos sido felicitados por ellos.

Hace poco tuvimos en el Gayarre a Lola Herrera en la piel de la Carmen Sotillo de Cinco horas con Mario, otro monólogo de Delibes sobre la pérdida de un ser querido. Y, sin embargo, tan diferente.

-Son totalmente diferentes, sí. Primero, porque uno es un personaje de ficción y el otro no, aunque Miguel se protege a través de un personaje, Nicolás. Ambos personajes, eso sí, son representativos de la España de un tiempo determinado. Y lo que es conmovedor en el caso de Señora de rojo es que Miguel habla de la pérdida de su mujer, que tenía 48 años cuando murió.

Al leer la novela se siente el dolor y la tristeza del autor por la pérdida de su mujer, y a la vez emerge la sensación de que es muy bonito que te quieran así.

-Claro. Queda un poco esa amargura esperanzada de que la memoria del amor puede con todo o con casi todo.

Quizá nos hace falta un poco menos de agendas repletas, de redes sociales, de móviles y un poco más de mirarnos a los ojos.

-No te quepa ninguna duda. No estoy muy autorizado para opinar porque no tengo móvil ni manejo Internet, pero me parece demencial el vértigo, la velocidad y la inmediatez con la que se desplaza todo hoy en día. Sé que estos han sido inventos muy provechosos para algunas cosas, pero a la vez provocan una tremenda paradoja, ya que ahora que estamos más comunicados que nunca más lejos nos sentimos los unos de los otros. Hay que pararse a reflexionar sobre esto, sí.

A veces basta con reparar en la persona que tienes al lado, con la que has elegido estar.

-Así es. Porque, como se dice, ocurre que cuando alguien desaparece es cuando te lamentas inútilmente de no haber valorado lo suficiente su presencia o de no haberle concedido el tiempo necesario a la relación.

¿José Sacristán es más de expresar esos sentimientos, de escribirlos o de guardárselos dentro?

-Ya me gustaría escribir como Miguel. Yo soy de verbalizarlos y de hacerlos presentes. Si supiera decirlo con la escritura, tal vez lo haría, pero no soy tan osado.

¿Y cómo lleva lo de llorar, porque pertenece a una generación de hombres educados para no manifestar las emociones?

-No se me caen los anillos por llorar, de hecho creo que la fragilidad es algo que hay que reivindicar. Incluso la debilidad. Como se dice en la función, “ella era una mujer que aligeraba la pesadumbre de vivir”. Pues a veces esa pesadumbre hay que enfrentarla, qué duda cabe. Hay que comunicarse, mirarse a los ojos y decir lo que se piensa.

En la obra, el protagonista nos habla de esa mujer a la que amó, y de esa manera también nos cuenta mucho de sí mismo.

-Así es, habla de sí mismo, de Miguel Delibes. Aunque trata de protegerse detrás de la figura de este pintor, es Miguel y la gente de la que habla es gente próxima a él. A mí me ocurre algo muy curioso, y es que cuando me pongo en la piel de Nicolás sé que estoy representando a mi amigo Miguel Delibes, y se produce una dualidad formidable. Es un ejercicio la mar de interesante.

¿Cómo era Miguel Delibes?

-Era un hombre de su tiempo y de su sitio. Al margen de sus valores como escritor, era un referente moral, ético, en la línea de maestros como Antonio Machado, José Saramago, José Luis Sampedro... No solo era un gran escritor, sino que era una gran persona.

Y llegar a esa manera de escribir tan cercana, de apariencia tan sencilla, seguro que era tremendamente difícil.

-Es extremadamente difícil manejar lo popular, el lenguaje de la gente del campo con esa poesía y esa belleza. Manejaba el idioma de una manera prodigiosa.

En esta obra está solo sobre el escenario, pero junto al público, cuya respiración seguro que hace que cada función sea distinta y que se sienta acompañado.

-Sí, aunque a veces hay más que respiración y suenan toses, móviles, caramelos... Hay que convivir con ciertos accidentes que no siempre el respetable tiene a bien tener en cuenta... Pero sí, lo que viene ocurriendo hasta ahora con Señora de rojo me satisface particularmente por partida doble, porque no solo tengo el gusto de hacer un personaje maravilloso, sino que también tengo la oportunidad de rendir homenaje que sin duda merece la memoria de Miguel Delibes y de su mujer, Ángeles de Castro.

Ya fueran proyectos especialmente queridos o trabajos para los que le han contratado, Sacristán siempre ha defendido todos sus papeles en la profesión.

-Y más desde que puedo elegir. A partir de ahí, qué bueno si lo que eliges le gusta a la gente. Eso es un privilegio y, afortunadamente, así se está dando. Nunca he producido, eso sí; esa infraestructura me ha sido ajena, pero siempre que he decidido tirar adelante con un proyecto he contado con gente que me ha ayudado. De todos modos, de mi amigo Fernando Fernán Gómez aprendí que la mayor medida del éxito es la continuidad en el trabajo.

He leído por ahí que quizá Señora de rojo sobre fondo gris podría ser su última obra teatral.

-Bueno, tengo compromisos hasta muy avanzado 2020 y también quiero ir a Buenos Aires con la función, así que hasta entonces no lo sabré. Este personaje me ocupa en todos los aspectos y no sé si tendré ganas de meterme en otra aventura teatral. Cuando lleguemos a finales de 2020 te lo cuento. Tendré que pensarlo, los años van pasando.

Creo que no lleva muy bien que le llamen leyenda o que le traten como tal.

-No, sé que se hace desde el respeto y la cordialidad, pero mi actitud ante la vida y ante el trabajo es seguir aprendiendo. Y lo mejor que me está pasando después de sesenta años de trabajo es que puedo compartir con los jóvenes y con las jóvenes todo lo que ocurre en el oficio. Ir de prócer es un coñazo. Lo más divertido es estar con la gente joven, entre la que pasa lo que ha pasado siempre y en todos los tiempos, y es que hay quien tiene talento y quien no. Yo prefiero, con mucho, ser uno más.

Pero seguro que se siente orgulloso de ese crío de Chinchón que ha cumplido su sueño de ser actor.

-¡Cómo! ¡Por supuesto! Y nunca haré nada que traicione la memoria que tengo del crío que fui. Absolutamente nada. Le tengo un respeto enorme.

Ahora mismo también está grabando Alta mar, que se emite a través de Netflix, y con un reparto joven, así que, como dice, seguro que se lo está pasando bien.

-Mi relación directa es con Bambú, la productora. Netflix tiene más que ver con la distribución universal, que a mí se me escapa, la verdad. Que una cosa se estrene a la vez en 190 países... Que un día te vea más gente de la que ha visto en toda su vida a Vittorio Gassman o a Marcello Mastroianni... No sé cómo se maneja eso, pero ya te digo que mi relación es con Bambú, con la que tengo una relación fantástica y que hace unos proyectos maravillosos como este.

Pasa del monólogo del teatro a rodar una serie con bastantes medios.

-Y es muy divertido. Cuando hacemos Señora de rojo somos cuatro los que lo manejamos todo, y cuando voy a rodar Alta mar, el día que menos gente hay suman unos quinientos, y con un decorado formidable. Poder combinar ambas cosas es fantástico.

Ha interpretado todo tipo de papeles, registros, géneros, ¿se le ha quedado algo en el tintero?

-Siempre hay cosas por hacer y estoy abierto a ellas, pero no me quejo de toda la oferta de trabajo que vengo teniendo.

¿Y es de dar consejos a los jóvenes o solo si se los requieren?

-Solo si me los piden, si no, no. Esto es una cosa personal y mejor que cada uno lo maneje a su bola. Es más, en ocasiones yo también los pido porque no vienen mal. En este oficio, pobre del que crea que ya lo sabe todo; ese es un imbécil integral.

¿Recomendaría a los más jóvenes que pasen por el teatro?

-No necesariamente. Mira a Javier Bardem, por ejemplo. O a Penélope Cruz. No han hecho una mala carrera para nada. Es una gimnasia que conviene practicar, pero no es imprescindible ni mucho menos. Además, hay gente que se ha muerto de vieja haciéndolo igual de mal sobre el escenario el primero que el último día.

La obra. Señora de rojo sobre fondo gris.

La función. Hoy, a las 20.00 horas, en el Teatro Gayarre. Entradas a 22, 18 y 8 euros.

Adaptación. José Sámano, José Sacristán e Inés Camiña.

Dirección. José Sámano.

Interpretación. José Sacristán.

La felicidad y su pérdida. Un pintor lleva tiempo sumido en una crisis creativa. Desde que falleció de forma imprevista su mujer, que era todo para él, prácticamente no ha podido volver a pintar. Se conocieron muy jóvenes ahora recuerda los acontecimientos felices que le tuvieron tenazmente enamorado de ella durante toda su vida, pero también la aparición, poco a poco, de una enfermedad que, sin nadie suponerlo, provocó su muerte inesperada a los 48 años.