En pocos sitios como en la iglesia abacial de Leyre, el espacio entreteje la interpretación musical, y hay que atenerse a sus exigencias acústicas, para salir airoso. Por esto, hizo bien Arrastia en asentar el tempo del concierto hacia el matiz lento, en unas obras elegidas, ya, con características que lo requerían. El paso del Coro de Cámara Spem in Alium -nombre muy apropiado donde imperan los latines-, por la abadía, tuvo dos partes diferenciadas, pero, digamos, que consecuencia la segunda de la primera, y muy bien relacionadas: el canto de la misa gregoriana Fons Bonitatis, a cargo de las voces masculinas, con los monjes; y, un concierto dedicado a la música en torno al camino de Santiago. Con respecto a la interpretación del gregoriano, los Spem están impecables, en la respuesta que hacen a los monjes: el ordinario de la misa se va desgranando con empaste suavemente cavernoso, con humildad, sin que sobresalga ninguna voz, en el estilo del gregoriano medido, balsámico y bonito, y con detalles de la repercusión bien hecha en los melismas que se repiten, y un resultado final de volumen amplio, con la ayuda de la bóveda. Dentro de la liturgia, además, encajó muy bien el Ave Verum Corpus de Elgar, una partitura lenta y solemne, acorde con la doble celebración monacal: la festividad de la Trinidad (aunque no tan solemne como para Bach y los protestantes), y el día Pro orántibus, dedicado a las órdenes contemplativas. Como paso hacia el concierto, el Sicut cervus de Palestrina. Y, en el ofertorio unos temas e improvisaciones sobre Vivaldi, de José Luis Echechipía al gran órgano, que, también acompañó el gregoriano desde el órgano del presbiterio.

El concierto comienza y termina con el Dum Pater familias, un anónimo del siglo XII, que el conjunto canta en dos versiones: la más literal, que enlaza con el gregoriano ondulante y bien fraseado, y la armonizada por Sagaseta, más rítmica, quizás, más fiel a como se cantaba en la época, muy popular. Seguimos con el Codex Calixtinus, con la variante pamplonesa de Gratulemur, a la que se añade la flauta de pico de Javier Casalí, muy bien encajada -con variante de piccolo- en todas sus intervenciones. Arrastia lleva muy lento el Congaudeant Catholici, quizás por la acústica; en cualquier caso, resalta su curiosa modernidad, con sus choques armónicos en los primeros balbuceos de la polifonía. Polifonía que adquiere ese esplendor totalizador del espacio con Morales (Apostole Christi Iacobe) y Victoria (O lux et decus Hispaniae). El organista Echechipía va intercalando obras cortas; es una delicia la Elevación, con una registración etérea, de J.M. Guelbenzu, del que vamos escuchado su obra, en este año del bicentenario. El coro se luce en la enérgica Defensor, de J.A. Múgica; en el sonoro unísono de la canción de los peregrinos; y en la muy respetuosa armonización del Pelegría de Aldave. Y es que Spem in alium, luce una excelente cuerda de sopranos -fundamental- con buena base y equilibrio en el resto. De propina: Ave María a dos coros, de Biebl.