En la conmemoración del vigésimo aniversario de la tecnología Wifi, estándares 802.11a/b/d, que celebramos la semana pasada, pude escuchar una encuesta telefónica sobre el uso que hacían de las redes Wifi los oyentes. La verdad es que no creo que tuvieran muy claro de qué estaban hablando, porque algunos lo confundían con el acceso a internet y desconocían que la pregunta estaba más bien orientada a averiguar el medio o la tecnología que utilizaban para acceder a internet. El caso es que desde que el sistema LTE, la llamada cuarta generación de telefonía, 4G, se ha extendido por las grandes ciudades, ha relegado a un lugar bastante residual a las redes Wifi gratuitas que muchos ayuntamientos, restaurantes, grandes almacenes, etcétera, ponen a disposición de sus ciudadanos o clientes. No es extraño, porque la tecnología LTE nos puede ofrecer una velocidad de transmisión de datos bastante más alta, 100 Mbps, que las propias redes Wifi, limitadas a 54 Mpbs, en sus últimas versiones más avanzadas. En la práctica la diferencia no es tan evidente porque no tenemos las condiciones óptimas de cobertura en ninguno de los dos casos y, además, debemos repartir los recursos existentes entre los usuarios conectados al sistema en ese momento. No obstante, el simple hecho de disponer de un contrato de datos en el móvil bastante generoso en Gbytes mensuales y las dificultades que normalmente encontramos para conectarnos a las redes Wifi públicas, la sensación de vulnerabilidad, etc., hace que nos decantemos masivamente por el uso de los datos disponibles a través de la red LTE.

Esta serie de cambios tecnológicos en los sistemas de comunicación, que se van convirtiendo progresivamente en sistemas de socialización/entretenimiento, van cambiando nuestros hábitos a pasos agigantados. Es fácilmente comprobable cómo ha cambiado el consumo de material audiovisual, ya sean películas o series o vídeos compartidos en la red. Actualmente, los mayores todavía preguntan: ¿qué ponen hoy en tal o cual cadena? Pero conforme vamos bajando tramos de edad, simplemente ven lo que les apetece, que puede ser grabado o servido por streaming por alguna de las muchas plataformas de contenidos audiovisuales que existen hoy en día.

Estas plataformas intentan fidelizar a los usuarios ofreciéndoles películas y series, ayudándose de los gustos de otros usuarios utilizando técnicas de Big Data, Deep Learning, etc. No sólo aprenden de las propuestas que aceptas y disfrutas, sino también de aquellas que dejas a medias y no te han conseguido enganchar. De ese modo, cada día tienen más claros los gustos de los usuarios de forma totalmente individualizada. En este entorno tan caprichoso y exigente, al cine no le quedan muchas más opciones que adaptarse a las nuevas maneras de consumo que son referentes para las nuevas generaciones, y, en eso está, de momento, aumentando la oferta y variedad que ponen en manos de los usuarios intentado guiarlos en esa inmensidad de opciones.

La última pieza de este puzzle, que puede acabar de dar forma al cine del futuro, es el gran desarrollo de la animación 3D con ayuda de toda la tecnología desarrollada por y para los videojuegos. Estos avances nos permiten disfrutar de películas o efectos de animación cada vez más realistas, haciendo muy complicado discernir entre lo que es real y lo que no lo es. De hecho, empieza a ser posible pensar en la compilación en tiempo real, es decir, reaccionar en cada instante para generar las animaciones que sean requeridas por los usuarios on-line. De hecho, algunos videojuegos ya funcionan así.

La verdad es que viendo las cosas fríamente, se lo estamos poniendo muy difícil a los creadores porque el hecho de personalizar tanto el disfrute de los contenidos audiovisuales hace que la aceptación por parte de los usuarios sea muy sincera y muy rápida, y si verdaderamente le gusta y le engancha, será fiel y podrá, incluso, promocionarlos en las redes sociales; pero sino, no tardará mucho en abandonar, sin ningún tipo de trauma por su parte.

Creo que no estamos lejos de empezar a considerar una personalización instantánea de los contenidos audiovisuales, que se generan en grandes centros de procesamiento y se envían por streaming a través de las grandes y potentes redes de comunicación disponibles. El cine del futuro, del que ya casi disfrutamos, será más personalizado, mucho más dinámico y todo diseñado al gusto particular de cada espectador. ¿Estamos todos preparados?

El autor es Director Instituto Smart Cities de la Universidad Pública de Navarra