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Mezzo extraordinaria

el festival de Mendigorría, en esta ocasión con la extensión territorial al auditorio de Tafalla, no deja de sorprendernos. El paso de Laure de Marcellus nos depara una voz extraordinaria: no sólo por su magnífica actuación, en una preciosa velada de Lieder, sino por el color de su voz en origen, absolutamente extraordinario y fuera de lo común: color de mezzo-soprano viniendo de contralto. La mayoría de mezzos que escuchamos, pertenecen a voces medias de sopranos, a menudo carentes de agudos, y que suelen oscurecer los graves para solucionarlos. Laure tiene un sonido luminosamente sombreado, siempre poderoso y redondo, pero, a la vez, muy maleable y dúctil para matizar hasta el infinito, tanto las joyas de los Lieder románticos, como el resto de repertorio ofrecido, -a veces en el otro extremos, como Teresa Catalán-, donde lució calor interpretativo, hasta emocionar a un público que ni respiró; belleza de sonido, incluso en la tremenda declamación del texto de Jorge Manrique; y habilidad escénica, desde una “gestualidad” sumamente expresiva, pero sin exagerar.

Cantó todo el recital de memoria, con absoluto dominio de textos y música. Y le acompañó al piano Alberto Urroz, del que sólo diré que formó un dúo compenetrado y en la misma atmósfera de sensibilidad, con un plus de respeto hacia la cantante, a la que mimó. De entrada, las ocho canciones del ciclo que Robert Schumann dedicara a Clara, “Amor y vida de mujer”. La versión me gustó porque no fue sensiblera; ciertamente esa voz hecha, grande cuando quiere, y que fila al matiz “piano”, siempre es acogedora, y puede manifestar, con convicción, todos los estados de ánimo que surgen, casi sin transición, en cada episodio; y, así Laure asume desde el enamoramiento primero, hasta la viudedad del final, pasando por todos los matices aplicados a la felicidad. Siguió en el programa, la respuesta de Clara, con tres Lieder de la opus 12, absolutamente preciosos, dichos con una calma amatoria y un contenido lleno de ternura.

También, para nuestra sorpresa, la cantante suiza abordó dos canciones, sobre textos de Jorge Manrique, de Teresa Catalán -pamplonesa Premio Nacional de Música-. Dos canciones que, en principio, nos parecieron arduas, pero que, sin embargo, fueron de gran impacto, tal como las cantó nuestra solista: la primera, para mezzo sola, es un estremecedor, dramático y duro canto seco que incide, acertada y austeramente, sobre el texto “Yo callé males sufriendo”; la segunda, en la misma línea, se refuerza con un piano potente que acentúa a la voz. Pocas veces escucharemos una voz tan apropiada para estas canciones.

Y para seguir con el eclecticismo del que hace gala esta cantante: otro cambio de registro: el teatral y optimista mundo de Pauline Viardot García, compositora eclipsada por su hermana, la gran Malibrán, y que, sin embargo, nos deja tres maravillosas canciones que están en el ámbito de la ópera francesa del diecinueve. Laure asume la picardía parisina, el gracejo madrileño y toda esa “españolería”, que tanto gustaba a los franceses, con una soltura admirable. Aplausos cerrados y bravos. De propina: la habanera de Carmen -(una gran Carmen, otro descubrimiento)-; y un Lied de Brahms.