‘sombras’

Intérpretes: Ballet Flamenco Sara Baras. Dirección y coreografías: Sara Baras. Músicos: No se facilitó programa de mano, pero Tim Ries, saxo; Keko Baldomero, guitarra; Rubio de Pruna e Israel Fernández, cante. Iluminación: Óscar Gómez de los Reyes. Vestuario: Luis F. Dos Santos. Programación: Flamenco on Fire. Lugar: sala principal del Baluarte. Público: Lleno. Incidencias: al final de la velada, Sara Baras se refirió a la asociación Mi Princesa Rett.

A juzgar por lo leído por ahí, el espectáculo Sombras, que Sara Baras y su compañía estrenaron en Pamplona el 28 de septiembre de 2017, ha sido todo un éxito allá donde ha ido. Ciertamente es un espectáculo rico, que no solo se desarrolla en torno al inigualable zapateado de la bailaora y de sus infinitas elipses trazadas al aire con sus brazos y donde cabe todo ese público que la adora; sino que aporta un estupendo cuerpo de baile, un vestuario espléndido y variado, que acentúa o recoge el movimiento, y una luminotecnia muy teatral que ensalza, en todo momento, el baile. Visto hoy, la función no ha perdido nada de su fuerza, y sí ha ganado en claridad expositiva. Lo dicho en aquella ocasión (DIARIO DE NOTICIAS, 30 de septiembre de 2017), se ratifica: el arrebatador taconeo de la Baras sigue tan elocuente y prodigioso, tan matizado, con intensidades que van del arrebato, al silencio; con ese cosquilleo parlanchín de los pies que la hacen flotar en las horizontales que recorre: ese no tocar el suelo, y, sin embargo, repicarlo, intensamente, hasta hacer brotar música y belleza. Es verdad que la bailaora se ha hecho un poco más ceremoniosa en las preparaciones de su baile, en sus plantes; pero así, ganamos en revoleo de brazos. El cuerpo de baile sigue presumiendo de disciplina, pero, a la vez, de aura individual flamenca, de fuerza propia, magnífico: es austero y señorial en el martinete del bastón; cuadra, cuando quiere, una simetría equilátera, por ejemplo, en el zapateado, y ofrece un espectacular vuelo de color en los tangos con bata de cola y mantón. Queda muy bien, además, en el juego de sombras que abren la velada, y en los fondos de contrastes de luz que van ilustrando la narración. Sus salidas a escena dan fluidez y arropan a la protagonista. Cuando Sara se incorpora al cuerpo de baile -y viceversa-, todo encaja. Están muy compenetrados. También con los músicos; con momentos espectaculares y originales, como el diálogo entre la bailaora y el saxo soprano (Tim Ries), en unas bulerías que se desdibujan en puro jazz y que dan paso a un diálogo de pasos y notas que se sales de los cánones flamencos. Resumiendo, es un espectáculo visual bien calibrado y medido, elegante, que no pierde sus raíces, bien vestido e iluminado.

Quizás -y en esto soy un poco antiguo-, la peor parada es la música: por la atronadora amplificación, y por el predominio absoluto de la percusión. Ya hace décadas que escuchamos el flamenco amplificado: bien, hace falta para que llegue a más gente. Pero todo tiene sus grados. Yo creo que Baluarte lleva mal la amplificación -el Gayarre la soporta mejor-, por lo que debe atenuarse: la morbidez de la guitarra flamenca -en los graves, sobre todo- se pierde; uno escucha guitarras eléctricas. Y, respecto al cante, salvo algunos momentos de adornos en falsete del cantaor, predomina el grito que, puede entenderse como culminación arrebatada de un estado de ánimo, pero no como continuo matiz.

Por otra parte, los textos -tan maravillosos, muchas veces, de los cantes, verdaderos poemas- los hemos perdido. Tampoco entiendo bien por qué hay que reforzar el taconeo con una continua percusión -batería, dos cajones, pandero, barro-, si aquí la percusión fundamental han sido las palmas -y si son sordas, mejor-, y es un colectivo que ya tiene el ritmo metido en el cuerpo?

Dicho todo lo cual, no quita para reconocer un excelente grupo de músicos, de los que, desde luego, no nos llegan con nitidez los matices. El triunfo, apoteósico, con el público en pie.