los hechos luctuosos en los que se ha visto envuelta Blanca Fernández Ochoa, con el trágico final ha despertado la polémica sobre el modo de hacer información y la manera de presentar los hechos informativos a la Opinión Pública.

No es la primera vez en la que se debate con intensidad los límites entre información y espectáculo televisivo que ha acompañado historias relevantes en el campo de los sucesos, como la de Gabriel, Pececito, niño asesinado por la compañera sentimental de su padre, o Julen, desventurado crío tragado por un pozo sin señalizar y la reciente historia de la medallista madrileña.

En estos y otros casos similares, las teles singularmente y en menor medida, radios y periódicos, han convertido estos sucesos en temas del día, llegando a abrir telediarios y dedicando añadidas horas extras a especular, cotillear y manosear circunstancias, personajes, lugares en un denodado esfuerzo por conseguir cotas importantes de audiencia, en una pelea mediática que muestra escasa profesionalidad, rigor ausente y maneras alejadas del respeto a la verdad y hechos probados con abuso del morbo de los consumidores

La información nunca deberá ser tratada como juego de espectáculo, alimentado por avatares y circunstancias de los días que dure el suceso. La construcción de la narración de los hechos no puede ser espectáculo para masas ansiosas de pillar un trozo de especulación, exageración, suposición o auténtica mentira. Esta no tiene lugar en las sociedades democráticas y menos cuando se tiñe de falsedad, exageración o convertida en narración teñida y manipulada como exhibición de espectáculo, que responde a otros criterios y fines. Es posible que terminemos aprendiendo estas elementales normas periodísticas, de una puñetera vez.