la 67ª edición del Zinemaldia se inauguró ayer con casi una orden: “A disfrutar del ritual del cine, de la ceremonia, del akelarre”. Así, las maestras de ceremonias de la gala inaugural, las actrices Cayetana Guillén Cuervo y Loreto Mauleón, dieron inicio a una ceremonia que abordó lo que van a ser los próximos nueve días y su programación pero, sobre todo, que miró hacia atrás.

No en vano, el primerísimo momento de la gala, que pudo seguirse por varias televisiones públicas, fue para cuatro personas fallecidas en 2019 con enorme vinculación con el festival: el que fuera delegado general del Festival en 1979, el exdirector del Zinemaldia Diego Galán (1985-1989 y 1995-2000), el periodista que fue responsable de prensa en el certamen entre 1985 y 1987 Mariano Ferrer y el cineasta pasaitarra Juanmi Gutierrez, un habitualísmo en la programación, y del que este año se proyectará su último trabajo: Paseko Txoriak.

Los clips con entrevistas a los fallecidos fueron seleccionados de una manera muy efectiva para resaltar al público, una de las líneas que vertebró la gala, dirigida por Borja Crespo. No en vano, fue en la década de los 80 cuando el Zinemaldia comenzó a reflexionar sobre su “elitismo”, a abrir espacios como el Victoria Eugenia a la gente y a ocupar nuevos como el Velódromo para llegar a los donostiarras. “Queríamos conquistar a la ciudad, sin la ciudad a favor del Festival no se podía seguir avanzando”, fueron los deseos de entonces de Diego Galán, que él mismo ayudó a que se hiciesen realidad.

público y género Las presentadoras reivindicaron el “ritual ancestral casi olvidado”, algo que parece que hoy en día está “demodé”: ir a las salas de cine, con referencias, entre líneas, a las plataformas como Netflix y otras más expresas a los “iPhones”. En definitiva, a las distracciones y a la fragmentación. “Se está perdiendo la costumbre de ir a las salas”, afirmaron Guillén Cuervo y Mauleón, para defender la trinchera del Zinemaldia como última frontera de rebeldía.

La sala a oscuras, aislados de la realidad, “con palomitas”, incluso, viendo algo “maravilloso” que “otro ha soñado”, algo que ocurre “desde que George Méliès viajara a la luna”. De esta manera describió el presidente del jurado de la Sección Oficial, el cineasta Neil Jordan, el ambiente de una sala de cine de cualquier ciudad. Un lugar en el que entras y “te sientas con desconocidos”, que, quizá, al salir, ya no lo sean.

Otro realizador, Paul Urkijo, “el representante vasco del cine de género”, al igual que Jordan, también citó a Méliès. De hecho, el francés es la constatación de que el género ha estado siempre en la historia del séptimo arte, desde sus inicios, dando pie a esa “magia” que hacía que un grupo de esqueletos combatiesen contra los protagonistas de Jason y los argonautas (1963) y encandilasen al cineasta responsable de Errementari.

Urkijo dio paso a la presentación de cintas del género fantástico que se exhibirán durante el Zinemaldia. La gala, en un viaje hacia adelante y hacia atrás, fue presentando el cine de género que, cada vez, tiene más peso en competición -en Venecia Joker se hizo con el León de Oro hace un mes, mientras que la comedia The disaster artist, de James Franco, obtuvo la Concha de Oro hace dos años-.

Al igual que Urkijo, Javier Ambrosi y Javier Calvo -los Javis- echaron la mirada atrás, precisamente, hacia la comedia española -“no hay nada más trágico que una comedia que no haga reír”-; Leticia Dolera hizo lo propio con el thriller -“todas las sombras que habitan en nuestra alma tienen su lugar en el cine”-; mientras que sobre los hombros de las presentadoras recayó dar paso a los clips sobre el drama, el político y el vasco. “Existen autores de género, sobre todo en Euskadi”, afirmó Mauleón.

fipresci La presidenta de la Asociación Catalana de la Crítica y Escritura Cinematográfica, Marta Armengou, fue la encargada de entregar el premio Fipresci de este año a la película Roma, de Alfonso Cuarón, que recogió su productora, Gabriela Rodríguez, quien agradeció a los críticos de cine su apoyo, al tiempo que explicó que el éxito de la cinta ha traspasado fronteras y pantallas y ha permitido conectar con movimientos en favor de las trabajadoras domésticas y de la reivindicación indígena.