Son unas cuantas las tradiciones que se repiten año tras año en el Zinemaldia. Algunas ocurren dentro de la sala y a oscuras, tal como reivindicó ayer el presidente del jurado oficial, Neil Jordan -en la imagen-. Otras, en cambio, ocurren por la calle. Los rituales ancestrales de este festival van desde aplaudir la cortinilla que precede a las proyecciones al ritmo del jingle que la acompaña, hasta salir de la estancia antes de que acaben los créditos y, por supuesto, el inquebrantable rito de llevar colgada la acreditación y, los más osados, el tote bag. Pero aún hay más. Ahí están los incondicionales que van a hacer cola, como aquellos que ayer, hora y cuarto antes de la primera sesión de la película inaugural, pisaban ya la alfombra roja para poder acceder al Kursaal; los que se sientan en cualquier esquina o cafetería para comentar cómo han llorado, se han divertido o han resoplado de hastío; y, desde luego, los que salen todos los días de casa rompiendo, está vez sí, la nueva tradición de cambiar de contenido a base de click.