un comentarista político pronunció hace unos días una magnífica definición del tiempo electoral que nos va a acompañar a partir del inicio de la campaña electoral, el 1 de noviembre, en un ejercicio repetido por enésima vez, de vitriolo y promesas por parte de los actuantes en campaña, líderes básicamente de cinco formaciones políticas, disuelto el sistema bipartidista vigente desde la transición política, que trajo el sistema democrático a nuestras vidas, que en estos momentos de bambolea como la montura de Julito Iglesias.

Partidos y agrupaciones electorales velan armas para sacudir a diestro y siniestro a los compañeros de pelea electoral, esforzándose en hallar líneas débiles de propuestas políticas para engatusar a los ciudadanos, que asistirán impasible a los rifirrafes de campaña. Herir, zaherir y, si es posible, machacar al contrario aprovechando sus debilidades es tarea común en toda la pelea electoral.

Y todo ello adquiere dimensión especial si nos referimos a los debates televisivos, piedra de toque de la confrontación electoral, desde que el marketing político y la propaganda descubriese hace cincuenta años que los cara a cara delante del ojo electrónico puede ser decisivo para decantar el triunfo de un lado u otro. Cara a cara convertido en cuatro contra uno, producto de la actual fragmentación de fuerzas contendientes nivel estatal. Los jefes de campañas de las cinco fuerzas más importantes del panorama estatal discuten, desde hace días, los pormenores de este ejercicio mediático, pieza clave de la campaña electoral que comenzará en breve. Debates a dos, a cinco, a ocho, todos sirven para un ejercicio caliente de comunicación mediática moderna, en el que se juegan el devenir futuro de la acción política durante cuatro años.