la prodigiosa tele de Vasile ha convertido un plató en una luminosa pista de circo donde se desarrolla el concurso de promesas del espectáculo, Got Talent, con un reguero de aficionados ansiosos de alcanzar fama, gloria y pasta, y que con sus equilibrios, bailes y cantos pretenden hacerse un hueco en el Olimpo artístico. Buscan su oportunidad. Tener talento es la condición mínima para lucir estilo y palmito ante espectadores y riguroso jurado encabezado por Risto Mejide, auténtica clave del show circense, que se acompaña de una cantante pop de escasa fama, y Paz Padilla en horas bajas, histriónica y repetitiva como el pepino, y remata el grupo, un cómico del montón. En este circo mediático se mueve con poca gracia y estilo viejuno, la figura de Santi Millán, que pretende templar cada noche a los actuantes que como manojo de nervios van ocupado su puesto en el escenario. El programa se acerca a la final y los participantes se exigen, en algunos casos hasta extremos preocupantes, en pos del puñado de euros que ofrece la tele al triunfador. Un concurso donde se mezclan en ensalada curiosa acróbatas, magos cargados de fantasía, en ocasiones cargados de originalidad, como Boris y Blake, pareja que se apunta a la final con gloria y acierto. Grupos de baile, cantantes de distintos pelajes, prestidigitadores varios, y números de circo en un ejercicio de mayor o menor talento, aplaudido por el entusiasta personal que llena las gradas del plató. Mientras que este programa parece funcionarle a Mediaset, una oscura tormenta se cierne sobre los responsables de Gran Hermano que ha provocado la aparición de un artículo en el New York Times, sobre una posible violación de una concursante en una edición anterior y que ha llevado a los grandes anunciantes de la cadena a abandonar su presencia en los programas de la mayor muestra de telebasura de los tiempos presentes. El que arriesga se puede quemar.