omo se puede ver, algunos bares, ante la imposibilidad provisional de atender a suficiente gente en el interior como antes del tinglado este, han solicitado ampliar sus terrazas, fruto de lo cual algunas de ellas más que terrazas ya se han convertido en asentamientos. He llegado a ver un par que perfectamente podrían ser ya poblaciones o términos municipales en sí mismos, con sus fronteras, escuelas, ayuntamientos y fiestas patronales. En algunas se pueden juntar en hora punta más de 100 personas, más gente de la que vive en los 38 municipios con menor población de Navarra. No está mal que la hostelería, en estos tiempos tan complejos, esté contando con ciertas medidas que estén colaborando en que pueda reanudar su actividad, pese a que para ello se ocupe más espacio público del previsto o incluso deseable. A ninguno se nos escapa que negocio que está abierto es negocio que genera dinero y trabajo e impuestos por sí mismo y que no es una persiana bajada que sigue recibiendo ayudas, puesto que las ayudas salen de donde salen: de nuestros bolsillos y de nuestra deuda actual y futura. Pero este tema de las terrazas y la mayor seguridad que parece ofrecer el aire libre con respecto al interior, parece que viene para quedarse un tiempo, hasta que se encuentre un remedio a la enfermedad, por lo menos. Por tanto, la solución no solo pasa por ampliar en determinadas zonas espacios para que esas terrazas funcionen sino también por ganar otra clase de terrenos, no solo y siempre en detrimento del peatón y de las zonas comunes y de tránsito y hasta de las zonas verdes. Reorganizar calles, cerrar las que se puedan, abrir espacios para los mayores y para los niños -que siguen sin poder jugar en los parques, mientras los mayores se tajan codo con codo 50 metros más allá- son tareas urgentes. En Ansoain ya han empezado con alguna. Que cunda el ejemplo y que llegue para quedarse.