- Anna Pacheco (Barcelona, 1991) despertó mucho interés con Listas, guapas, limpias (Caballo de Troya). Gustó la escritura fresca y realista, atravesada por el feminismo y la conciencia de clase de esta periodista que trabaja en comunicación del movimiento feminista, atendiendo a la importancia del lenguaje, el tratamiento en los medios y la importancia de la concienciación de las nuevas generaciones. Esta tarde debatirá junto a Belén Gopegui acerca de la familia, las diferencias generacionales, la memoria sentimental de un país, las clases sociales y la perspectiva feminista que estructura sus obras. La cita estará moderada por Itziar Romera.

Tomando prestado el nombre del festival, ¿es Anna Pacheco una letraherida? ¿Qué lugar ocupan los libros, la lectura en su vida?

-Ocupan un lugar desde que era bien pequeñita, pese a que me crié en una casa sin biblioteca. Mis padres estudiaron hasta los 12 o 13 años y luego se pusieron a trabajar. A mi casa llegaban las colecciones que daban con El PaísSemanal y yo iba cogiendo ejemplares de forma intuitiva. Con el tiempo, la literatura fue ocupando un lugar central y, quizá con ingenuidad, cuando empecé a trabajar yo quería hacer periodismo cultural. Claro, luego vi que en las redacciones la gente que lo hacía era demasiado culta para mí. Mucho. De hecho, en la novela Listas, guapas, limpias aparece ese complejo absoluto por el capital cultural adquirido en casa.

¿Cree que siguen siendo necesarios estos encuentros para visibilizar a las mujeres escritoras que quizá no tienen cabida en otros programas más generalistas?

-Pues tengo dudas. Obviamente, no deja de generarme conflicto pensar en si me están valorando porque soy buena escritora o porque soy una mujer. Hay veces que me llaman para ir a tertulias y me dicen directamente que necesitaban voces jóvenes y femeninas, con todas las connotaciones que tiene el adjetivo femenino, que no significa nada porque para mí no hay nada femenino de forma intrínseca. Pero vuelvo a mis propias raíces y sé que ha sido gracias a la actividad de muchos colectivos que tratan de difundir obras de autoras olvidadas que he podido llegar a muchas mujeres. Pero todo esto me genera conflictos, no dejo de saber que todo esto forma parte también de un mercado capitalista que ahora le interesa explotar la obra escrita por mujeres.

Va a charlar con Belén Gopegui, ¿qué me puede decir de ella?

-Me flipa. Me presentó el libro en Madrid y me alegró muchísimo porque siempre la he leído como a una persona repleta de conocimientos. Me gusta muchísimo cómo integra la idea del trabajo en todas sus novelas. Ella pisó la Luna me gustó mucho por cómo habla de su madre y de la arqueología de su propia vida. Pero a ella la sigo sobre todo como pensadora, por sus artículos en El Salto. Me parece que su mirada es absolutamente brillante para entender nuestros tiempos, el postcapitalismo, el trabajo, los cuidados... Sé que cuando entro en uno de sus textos no voy a salir de la misma manera, siempre me aporta una mirada nueva.

Es periodista y ha dado el paso a la novela, ¿es en la literatura, en la ficción, donde algunas realidades a veces encuentran mejor acomodo?

-No sabría decir. A veces pienso que acabé optando por la ficción por una falta de pericia profesional. Sentí que era la única forma que tenía para explicarme. Al principio el libro iba a ser un ensayo más periodístico, pero me dio la sensación de que de esa forma no iba a ser capaz de llegar a algunas capas de la realidad que quería contar. Por ejemplo, ¿cómo narrar en un texto periodístico la vergüenza de clase? Se me hacía imposible y eso me salió de una forma más natural en la ficción.

El feminismo atraviesa esta novela y otros de sus textos, pero no tiene problema en reconocer que de adolescente no sabía ni quería saber nada del tema.

-Sí, sí. Recuerdo que una vez, a los 14 o 15 años, me tiré todo el día desmintiendo a todos los de mi clase que yo fuera feminista porque había salido esa idea de una tutoría. Me parecía la peor ofensa. También creía que para ser feminista había que haber leído y estudiado mucho; algo académico, y eso no estaba en mi familia. Y a través del trabajo periodístico me di cuenta de que el feminismo estaba en mi casa, en boca de mis abuelas, de mi madre, de mi hermana, que siempre fue más revolucionaria que yo. Y no me había dado cuenta de que yo entonces ya era feminista. Era otra época, y ahora veo con mucha alegría cuando las chicas jóvenes ya se consideran feministas y la palabra ya no les da miedo.

Esa palabra se había perdido en nuestro vocabulario y en los últimos años ya se ha vuelto a integrar en él de una forma natural.

-Y hay un montón de manifestaciones virtuales, cuentas de Instagram, de Tik Tok... Me encanta pasearme por los contenidos de las nuevas generaciones y ver que nos dan mil vueltas en cuanto a conciencia feminista. Eso no significa que el machismo haya desaparecido, simplemente se está reproduciendo en otras formas; se adapta, es camaleónico y experto en hacer que no se note.

Ahora no tiene ningún problema en afirmar que es una feminista radical. ¿En qué sentido?

-Hubo un poco de lío cuando fui a Operación Triunfo, pero yo me refería a radical en un sentido más general. El feminismo pone patas arriba y en jaque todo lo que hemos entendido hasta ahora como el único sistema válido y funcional; un sistema que ha dado la espalda a los cuidados porque ya estaban las mujeres para hacerlos... El feminismo solo se entiende desde el anticapitalismo y es absolutamente radical porque puede cambiar la forma que tenemos de trabajar, de movernos, de enfrentarnos a los cuidados... Hay quien dice que el capitalismo es el mejor sistema posible porque así lo ha demostrado la historia. Pero es falso. El capitalismo de los años 70 nos ha llevado a un declive absoluto que solo demuestra su disfuncionalidad. Se ve ya no solo en las tasas de desigualdad de género, sino también en las tasas de trastornos mentales que sufre la gente y que, nuevamente, afectan más a las mujeres que a los hombres. Y el capitalismo está absolutamente vinculado al patriarcado. Por eso el feminismo es un movimiento radical, porque aspira a cambiar esas dos cosas.

En su novela confluyen varias generaciones de mujeres, y hace pensar si se pueden reparar todas las injusticias que han vivido nuestras abuelas y nuestras madres. ¿Es posible?

-No lo sé y ni siquiera sé si lo he conseguido con el libro. De hecho, pese a no ser una biografía, me ha generado algún que otro problema con la familia. De forma egoísta te diré que no podía escribir otra cosa que no fuera este libro. Sentía que lo necesitaba para poder escribir otras cosas en el futuro. Pero es verdad que no sé cómo podríamos reparar todo el daño que a estas mujeres no solo les ha hecho el patriarcado, sino también nosotras, sus hijas. Yo misma formaba parte de ese círculo que le reprochaba, le recriminaba, le exigía... Eso es duro. Yo fui una niña y una adolescente que podría calificarse de ejemplar; sacaba buenas notas, no daba problemas, pero mi crueldad llegó en la universidad, cuando después de leer tres o cuatro libros me creí con la superioridad moral de pedir más cosas a mi familia. Ese tipo de crueldad quizá se ha explorado menos en la literatura, pero es más bestia que la propia de la adolescencia, que es más perdonable.

En su novela, N. se queda obnubilada cuando accede a otra clase social que no es la suya, y actúa de distintas maneras. Por ejemplo, ya no le interesa tanto su relación con Yaiza, su amiga de toda la vida. Ahí introduce el papel de la mujer opresora con otras mujeres por su origen, su etnia, su trabajo, su clase...

-Lo hacemos constante con la gente que no nos interesa; en el fondo es una visión capitalista de las relaciones afectivas. La protagonista se muestra cruel con esa amiga cuando se da cuenta de que no le aporta nada, con toda la connotación peyorativa que tiene el verbo aportar. El personaje parece que de pronto solo quiere amigos que contribuyan a subirle a ese ascensor social. Un ascensor absolutamente violento, porque quien se sube a él tiene que ir descartando a todas esas personas que no contribuyen a sus intereses.

La suya es una novela, pero últimamente vemos muchos libros escritos por mujeres que giran en torno al yo, a la autoficción. También habrá un encuentro sobre ese tema en Letraheridas. ¿A qué cree que se debe?

-No tengo las capacidades para analizar el fenómeno, e incluso desde fuera a veces lo veo con cierto hastío y pienso ‘joder, otro libro escrito en primera persona por una mujer’. Entiendo que puede haber una sobrecarga de este tipo de literatura, quizá es que había poca o, no seamos ingenuas, quizá responda a una inercia del mercado. Por los motivos que sean, a las editoriales ahora les interesan estos textos y yo miro este caso con cierta precaución. Yo quiero que haya mujeres que escriban ciencia ficción, thrillers, etcétera. Siendo yo misma partícipe de todo esto, no soy ajena que esto puede deberse a inercias estrictamente capitalistas.

“La mirada de Belén Gopegui es absolutamente brillante para entender nuestros tiempos: el postcapitalismo, el trabajo, los cuidados...”

“El feminismo ya estaba en boca de mi abuela y de mi madre, pero no lo sabía”

Lugar y hora. Entre hoy y el sábado, a las 19.30 horas en Katakrak.Hoy. Encuentro entre Belén Gopegui y Anna Pacheco. Modera Itziar Romera.

Mañana. Debatirán Nuria Labari y Silvia Nanclares. Modera Katixa Castellano.

Jueves 8. María Sánchez y Andrea Abreu compartirán tertulia con Nerea Aguado.

Viernes 9. Aixa de la Cruz y Elisabeth Duval dialogarán con la compañía de Irati Iturritza.

Sábado 10. Cerrarán estos 2ª festival Letraheridas las escritoras Cristina Morales y Gabriela Wiener, moderadas por Beatriz Cantero.