Intérpretes: Ara Malikian (violín), Iván Melón Lewis, piano. Fecha: 02/10/2020. Lugar: Navarra Arena. Incidencias: Pabellón lleno, con todo el público sentado, tanto en pista como en gradas, según la actual normativa de seguridad.

ucho han cambiado las cosas desde las ultimas veces que nos había visitado el violinista Ara Malikian. El escenario era el mismo, el del Navarra Arena, pero con un aforo bien diferente. Impresiona contemplar el vientre del coloso de cemento lleno de mesas, todas ellas respetando la preceptiva distancia de seguridad entre unas y otras. La imagen del público, sentado en taburetes, convertía la pista del pabellón en una especie de inmenso café teatro. Y fue en ese ambiente en el que comenzó a sonar la inconfundible música del violín. Se escuchaba una bella melodía, sí, pero en el escenario no había ni rastro del artista. Y todavía tardó unos segundos el público en percibir que, en realidad, había salido por una de las puertas laterales. Su presencia se hizo notoria cuando comenzó a caminar entre las mesas, tocando su instrumento a escasos centímetros de los asistentes.

Después de esta pequeña y hermosa introducción, mientras el violinista se retiraba para subir al escenario, tomó el relevo su pianista, Iván Melón Lewis. Fue el único músico que le acompañó, estos no son tiempos para viajar con la nutrida banda con la que acostumbraba. Pero, como sucede con otros artistas que han adaptado su formación a las actuales circunstancias, sus nuevos espectáculos ofrecen una lectura distinta y bien aprovechable. En el caso de Malikian, interpretó una serie de temas similar a la que en él es habitual (de hecho, varias de las piezas que tocó también habían formado parte de los repertorios de sus anteriores visitas a Pamplona); aunque, al ser esta vez solo dos en escena, el protagonismo del show recayó, todavía más, si cabe, sobre su violín.

El cancionero estuvo formado por una miscelánea de temas clásicos, tradicionales y contemporáneos. Algunos eran propios, como Bourdj Hammoud, dedicado al barrio de Beirut en el que se crió y que estaba, según dijo, lleno de música; otras piezas eran de Tchaikovsky, o incluso de luminarias del rock más actuales, como David Bowie (Life on Mars) o Björk (Bachelorette). Todas ellas se mezclaban y fluían sin la más mínima estridencia, pues ahí estaba el virtuoso violín de Ara para homogeneizarlo todo. Su compañero Melón, por su parte, ejerció de perfecto contrapunto, aunque sin robarle protagonismo. Fueron dos horas de actuación; ya había advertido al inicio de que, después de los meses de confinamiento, tenían muchas ganas de actuar y que el concierto duraría dieciocho horas y treinta y tres minutos. No fue tanto, claro. Esa fue una de las múltiples bromas que el libanés compartió con su público (hemos ganado a un grandísimo violinista, pero hemos perdido a un solvente monologuista). En cualquier caso, se hizo hasta corto: cuando bajó para concluir como había empezado, tocando entre las mesas la emocionante Nana arrugada, compuesta durante la primera ola de la pandemia y dedicada a los ancianos que murieron solos durante aquellos aciagos días, nadie se quería ir. Que vivan las infecciones musicales.