Jorge Carrión, autor de libros como Contra Amazon, Librerías o Teleshakespeare, dialogó ayer con Alberto Nahum, profesor de la Universidad de Navarra, en una nueva cita de los Encuentros Civican.
Llega a una Navarra en confinamiento perimetral, con la hostelería cerrada y con el horario de finalización de toda actividad a las 21.00 horas. En Catalunya están igual, ¿cuando todo esto empezó en marzo, pensó que íbamos a estar así ahora?
-Los días inmediatamente posteriores al encierro, a mediados de marzo, pensaba que todo iba a ser mucho peor. Soy una persona muy optimista, pero en esos momentos vi llegar el apocalipsis. Así que, en realidad, lo que está pasando es una versión light de mis profecías (sonríe), y si revisamos hemeroteca, ya se hablaba de la segunda ola desde los primeros días de la cuarentena. Parece que el guión de los epidemiólogos se está cumpliendo.
¿Pero escuchamos la voz de los epidemiólogos, que son los que saben, entre tanto ruido político y mediático?
-Hay una línea de Lo viral que es un rescate de hemeroteca y de biblioteca de todos los artículos y libros que se habían publicado desde la pandemia del ébola y que ya nos avisaban de que esto iba a pasar. Si ya durante tantos años no se hizo caso a los especialistas que los escribieron, sería un milagro que la política ahora les prestara atención. Sin embargo, creo que, lentamente, el sistema se va a dar cuenta de que la única vía es la científica. Va a ir cayendo por su propio peso, aunque está costando. Es que es la única opción que tenemos para superar no solo esta pandemia si no las que vendrán.
Se dice que, en efecto, las epidemias serán más frecuentes en adelante.
-Es una consecuencia directa de nuestra forma de entender el progreso, que es la conquista del medio. En el momento en que estamos alterando radicalmente los hábitats y los ecosistemas del mundo, los virus viajan con una inusitada facilidad. Lo que nos está pasando ahora no deja de ser un fenómeno más del cambio climático y es importante que nos demos cuenta de que urge cambiar nuestra relación con el medio ambiente.
¿Es optimista en ese sentido, cree que podremos dar ese giro?
-Hasta ahora, el ser humano ha encontrado una respuesta técnica, científica a los grandes problemas, y ahora que parece que el famoso agujero de la capa de ozono no es tan preocupante como creíamos hay síntomas de esperanza. Pero estos síntomas vienen más por la técnica y la ciencia que por la política. Hay que sincronizar las dos esferas para encontrar una solución.
Cuando comenzó a escribir Lo viral
-Tuvo un efecto terapéutico, o al menos fue un placebo. Porque lo que me angustiaba no era tanto la situación real o global como mi ignorancia. Y en el momento en que empecé a entender los mecanismos ecológicos, biológicos, científicos, políticos, sociales que se habían desencadenado, al menos yo me sentí aliviado. Me gusta mucho esa cita de Jaime Gil de Biedma que dice que la cultura no salva, pero alivia. Cuando entendí la cronología de la pandemia, la cadena de hechos y de sentido que conectaba algo que había ocurrido posiblemente a mediados de noviembre en China con lo que yo estaba viviendo en marzo, abril o mayo en España, en ese momento adiviné una visión de conjunto y me calmé.
¿Y cómo lidia con todas las contradicciones, muchas veces de fuentes técnicas, que se nos transmitieron al comienzo de la pandemia y a día de hoy todavía se nos comunican por personas que en teoría saben de qué están hablando?
-Todo esto ha sido una cura de humildad. La ciencia y la tecnología están hiperdesarrolladas, pero quizá más hacia el mercado que hacia las necesidades humanas. Hemos vuelto a esa sentencia clásica que dice ‘solo sé que no sé nada’. Con este virus, prácticamente hemos tenido que aprender de cero. Además, el conocimiento no siempre puede ser compartido porque hay un sentido común político que se impone sobre el conocimiento científico. En Europa fue evidente que la mascarilla era útil y recomendable, pero al principio no había mascarillas y no se podía levantar la alarma social. Creo que, en muchos casos, los dirigentes han hecho las cosas lo mejor que sabían o podían, no creo que sea un buen momento para ser presidente de ningún gobierno, pero es cierto que en lo micro, en la vida cotidiana ha sido muy frustrante.
Vivimos en un país en el que hoy (por ayer) se está debatiendo una moción de censura en medio de una pandemia. Y no solo eso, sino que en el resto de Europa casi somos el hazmerreír por los continuos enfrentamientos puramente partidistas.
-Justamente cuando en Lo viral decidí ampliar el espectro de la viralidad biológica y leo y pienso en voz alta sobre la viralidad digital. Hoy (por ayer) me preguntaba hasta qué punto en la decisión de Vox de presentar una moción de censura, que es ilegítima y absurda, influyó el horizonte de la generación de unos contenidos para redes sociales que ellos sabían que iban a ser digitales. La viralidad digital se ha convertido en la piedra de toque del siglo XXI, en la nueva categoría inesperada que rige desde la producción de conocimiento científico y académico hasta la música pop, pasando por la política; porque, por ejemplo, no se entiende el ascenso de Bolsonaro o de Trump sin las redes sociales y sin lo viral. Y me pregunto hasta qué punto la viralidad puede provocar la existencia de una moción de censura. Estaríamos hablando de que se ha decidido que una sesión del Congreso de los Diputados ocurra en función de su fotogenia, de cómo generar vídeos de 30 segundos que tengan un impacto en la intención de voto. Eso es terrible y en muchos aspectos lo viral conecta con el fascismo. No en vano, Hitler y sus ministros estaban obsesionados con la propaganda y con la protoviralidad.
Como destaca en su libro, estamos viviendo un proceso doblemente viral. Por un lado, el del virus, pero también el de las fake news
-Ese es el punto de partida del libro. La SARS-CoV-2 (covid-19) es a la vez una pandemia biológica y digital. De hecho, en Lo viral me fijo en la cuenta humorística de Twitter en la que el virus habla en primera persona, que no llega al millón de seguidores, pero anda cerca. Efectivamente, los memes, las bromas, la ironía ha corrido en paralelo de la desinformación, de las noticias falsas y de una estrategia muy meditada de confundir, porque puede ser muy rentable en términos de votos. Fíjate que ahora hay más terraplanistas que en la Edad Media, y es por las redes sociales. Hay una dimensión muy oscura y muy terrible en las redes, que se han convertido en un paradigma informativo global, para mucha gente único, y eso tiene efectos peligrosos.
¿A estas alturas, se pueden romper las cadenas del paradigma del algoritmo que pretende homegeneizarnos a todos? ¿Estamos a tiempo de ser conscientes de esas intenciones?
-Hay que apelar a la responsabilidad y a la inteligencia individuales y a que todo el mundo debería simplemente reflexionar durante unos minutos sobre qué publica y qué no publica en redes sociales, incluida WhatsApp. Porque lo que compartes en modo irónico puede ser recibido como información. Eso, en el nivel micro. En el nivel macro, hay un movimiento contradictorio. Por un lado, Google, Facebook, Twitter, Instagram y Tik Tok se han dado cuenta de que tienen que trabajar en contra de la desinformación, pero a la vez saben que la viralidad masiva les favorece económicamente. Es una contradicción muy rara e interesante que Twitter pueda censurar a Trump cuando no lo puede hacer ningún mecanismo global legal como la ONU o el Tribunal de La Haya.
Viendo el documental The Social Dilemma
-Ellos son por lo general chicos jóvenes muy inteligentes, blancos, norteamericanos, formados en universidades de élite, que se han hecho ricos pensando en formas lúdicas, divertidas de espiarnos, rastrearnos y convertirnos en fuentes de ingresos. Lo terrible para mí es que se lo hayan permitido, que la ley estén por detrás de los algoritmos.
¿Por qué escogió la estructura de falso diario para escribir Lo viral
-Empecé a escribir por necesidad y de un modo muy intuitivo. De hecho, escribía a la vez algo que parece un diario íntimo y los artículos para prensa; en el mismo documento de word. Cuando ya llevaba unos 30.000 caracteres me di cuenta de que eso lo estaba escribiendo de forma muy parecida gente de todo el mundo. Y pensé que si quería que aquello fuera un libro tenía que darle un giro de originalidad. Entonces, cuando estaba documentándome para entender lo que estaba pasando con el virus, empecé a leer artículos de noviembre y de diciembre, y ahí decidí que el diario iba a empezar en esos meses y que iba a ser una reconstrucción. Al cabo de un tiempo, releyendo diarios descubrí que Orwell hizo algo parecido con la 2ª Guerra Mundial, también hizo una reconstrucción con hemeroteca de cómo fue en su origen. Me reconfortó y pensé que si alguien como él había llegado a una solución parecida para contar una crisis histórica es que yo estaba en el buen camino.
La literatura de urgencia es, sin duda, necesaria, pero quizá le falte el poso, la reflexión.
-Bueno, cada uno tiene que saber cómo es su poética y su modo de relacionarse con la literatura y con la realidad. Yo soy un crítico cultural del presente, cada semana hablo en La Vanguardia y en The New York Times de series, libros y contenidos del año en el que estoy escribiendo. Por eso para mí era natural escribir un libro de estas características. Por otro lado, el diario siempre es en tiempo presente y si se echa un vistazo al siglo XX, se ve que se escribieron libros sobre la Guerra Civil española, sobre las guerras mundiales o sobre Vietnam mientras ocurrían. Lo importante es que la escritura sea orgánica, natural, coherente con tu trayectoria.
Mencionaba a Orwell y la 2ª gran guerra, ¿esta pandemia significará en el siglo XXI lo que fueron las contiendas mundiales en el siglo XX?
-Sí. No tengo distancia crítica ni perspectiva histórica, pero intuyo que sí. No es fácil encontrar un precedente como este. Los precedentes que conocemos suelen ser locales, nacionales o continentales, como Chernóbil o la caída del Muro de Berlín; pero para encontrar fenómenos globales hay que remontarse a la 2ª Guerra Mundial. Estamos, eso sí, ante una destrucción de la economía y ante una metamorfosis social sin ruinas. No habrá que hacer el esfuerzo para reconstruir ciudades y países, pero lo que estamos viviendo es comparable.
¿Y surgirán muros entre países o zonas, aunque no sean físicos, cuando pase esta pandemia?
-No tengo ni idea. La gran lección de esta pandemia ha sido que dejemos de pensar en el futuro y nos centremos en el presente. Estamos obsesionados con controlar el tiempo, queremos saber si dentro de tres meses iremos a tal conferencia o a tal evento, queremos reservar las vacaciones con ocho meses de antelación. Y eso está en crisis y debemos acostumbrarnos a que ese tipo de previsión ha cambiado.
“Se ha permitido que se nos espíe y se nos rastree; es terrible que la ley vaya por detrás del algoritmo”
“Confundir puede ser muy rentable en términos de votos; hoy hay más terraplanistas que en la Edad Media”
“La gran lección de esta pandemia ha sido que dejemos de pensar en el futuro y nos centremos en el presente”
“Me pregunto cómo la idea de generar contenidos virales influyó en Vox para presentar la moción de censura”
“Cuando conecté la cadena de hechos entre lo que pasó en China en noviembre y lo que yo estaba viviendo, me calmé”