Intérpretes: Pilar Fontalba, oboe. Salva Tarazona y Jesús Prades, percusiones y Hang. Ramiro García, fagot. Angel Soria, saxofón. Programa: obras de Pierre Jodlowski, Thierry De Mey, John Paul Jones, Louis Aguirre, Elliot Carter, César Camarero, Luis de Pablo y José María Sánchez Verdú. Programación: Festival A.C. y Fundación Gayarre. Fecha: 28 de octubre de 2020. Público: el permitido (4 y 10 euros).

guirre, fue más difícil de digerir. Abrió la sesión el de Aguirre, Oriki a Obbtalá, para oboe y fagot, que, según explicó uno de los intérpretes, hace referencia a una divinidad de la alegría (Obbtalá), aunque, francamente, nada de eso llega al oyente. A mi juicio es una obra que no acaba de despegar; es larga y se hace larga; hay contrastes tímbricos de ambos instrumentos que, en ocasiones se intercambian tesituras: fagot agudo, oboe grave, con la dificultad de interpretación y empaste. Predomina un sonido, buscado, un tanto fluctuante, no puro, y que se hace repetitivo. Times & Money de P. Jodlowki, para mesa electrónica, interpretada por Salva Tarazona, fue un espectáculo magnífico, porque al dominio de la percusión y con detalles pregrabados, el intérprete hizo una performance perfecta, espectacularmente sincronizada, -golpes al aire subrayando lo que sonaba-, y no exenta del sentido del humor. La pieza para fagot de Elliot Cartes, es una delicia, un bonito divertimento que Ramiro García interpreta impecablemente: sonido limpio, ataques precisos en los saltos de escala, dominio absoluto del instrumento. Silence must be de Thierry de Mey, es una obra para director solo; Jesús Prades, su intérprete, incide en la gesticulación del podio, pero nada hay que nos descubra algo más allá que los conocidos gestos de un director; francamente, está en el borde de la tomadura de pelo. Oculto de Luis de Pablo es una rica obra en explotar los recursos del saxofón, aunque originariamente, la obra es para clarinete. Ángel Soria los aprovecha estupendamente: poderosos graves, a los que se recurre para cimentar los extremos agudos -en pianísimo-; virtuosismo en dinámicas, en escalas, etc. el final es un magnífico ostinato. Macondo, de J. P. Jones, para diversas percusiones y hang -instrumento metálico hueco- es una pieza francamente entretenida para el espectador: evocadora de ambientes selváticos, al principio inquietantes, termina con un relajado y balsámico son caribeño. Es impresionante el mundo sonoro que inventan los dos intérpretes, Tarazona y Prades, con sus percusiones, el timbre tan específico y de grandes posibilidades del hang, y lo pregrabado; todo muy bien conjugado y equilibrado; el crescendo final que antecede al son, tiene el poder de una orquesta. Espejo de agua, de C. Camero, para fagot, fuerza al instrumento con tramos de lengüetería un tanto forzada, como quitándole esa algodonura propia de su sonido natural. De nuevo Ramiro García se luce en sus bellos sonidos graves -que también tiene la obra-, y las exigencias extremas de tesitura. Y cerró la velada el estreno de Sánchez Verdú, Kinah, para oboe y gong. Una obra compleja, con el magnífico hallazgo de ampliar el sonido del oboe con ecos de gong -poniendo el instrumento sobre el enorme plato-, y que crea una dramática atmósfera de quejido, explícitamente conseguido con los extremos sonidos agudos que casi se salen del instrumento. Kinah -lamentación en hebreo-, transmite la angustia del duelo, tanto por la música en sí, como por la performance que se le aplica, un luto blanco, y la sangre de la pérdida. Pilar Fontalba, una vez más, está soberbia en su doble papel, de intérprete musical -Verdú le exige hasta alguna voz mientras toca- y de implicación emocional en la obra. Gustó el estreno, y, mejor, impresionó. Sánchez Verdú, presente en la sala, agradeció, sinceramente, la versión escuchada y vista.