a pandemia que llevamos a cuestas desde marzo amenaza con cambiarnos los parámetros de funcionar en una sociedad atenazada por contagios, positivos, defunciones y enfermos con innumerables secuelas. Estamos ante un proceso de transformación socioeconómica cuyo fin no se adivina, y van pasando los días con medidas cambiantes que terminarán por cabrear al personal. Espectáculos multitudinarios, manifestaciones deportivas con miles de ciudadanos en las gradas, actos sociales que congregan multitudes están catalogados de alto riesgo y en consecuencia, prohibidos.

Los campos de fútbol se han quedado mudos sin espectadores, sin gritos de aficionados y enloquecidos seguidores, que tienen que refugiarse en las retransmisiones televisivas. Las canchas de baloncesto y otros deportes han seguido similar surte que la del deporte rey, y a trancas y barrancas se van cumpliendo las programaciones competitivas, acostumbrándonos a una situación huérfana de emociones sonoras.

Extrañeza, desubicación, falta de costumbre son situaciones que los deportes soportan con más o menos dignidad y da grima ver una etapa de la Vuelta a España de ciclismo sin la presencia, calor y empuje del personal. La serpiente multicolor vaga en silencio cartujano. Las autoridades han obligado a este ejercicio de mutismo, que descafeína el espectáculo del deporte en directo. La tele lo copará todo, lo administrará todo, lo cambiará todo. Las cadenas irán haciéndose con los derechos televisuales de los eventos deportivos, que se facturaran sin público, espectadores o aficionados, y los tiempos pasados de esplendor y calidad mediática serán sustituidos por una secuela agotadora de mediación frustrada entre los ciudadanos y las teles. Tiempos postpandemia que nos tocará soportar y administrar.