- Adelantado a su tiempo, Alan Turing concibió en los años 40 ideas que hoy están en el corazón de la inteligencia artificial. No obstante, la genialidad que le llevó a descifrar Enigma, la inescrutable máquina de comunicaciones de los nazis, no le salvó de los prejuicios de una sociedad que le castigó por su homosexualidad. La castración química fue su condena. Comerse una manzana con cianuro, la única salida que encontró para escapar de un mundo que nunca le comprendió. La máquina de Turing quiere rendir homenaje al hombre a través del relato de su vida, en la que no todo fue tragedia. También hubo humor, pasión y vida.

Menudo personaje. A pesar de las películas y de los libros, poca gente conoce la dimensión real de lo que hizo Alan Turing.

-Y ese es, en parte, el motivo por el cual decidimos hacer esta obra y contar su historia. Hay algo injusto en toda su vivencia teniendo en cuenta todo lo que contribuyó a la sociedad, empezando por el gran hito de desentrañar Enigma, la máquina de los nazis. Se estima que su descubrimiento acortó el conflicto en dos o tres años, con lo que eso supone en vidas. Además, fue un visionario y ya anticipó la idea del ordenador y de la inteligencia artificial. Después de todo eso, de utilizarle, se le silenció y durante diez años se le impidió contar su participación en aquella operación. Y lo que es peor, finalmente se le juzgó por su condición sexual y se le condenó a la castración química.

Es tan injusto.

-Sí. Y aunque ahora en Europa el tema de la sexualidad está mucho más normalizado, en cualquier caso, el espectador puede hacer el símil con cualquier otra cosa. Porque esta obra también tiene mucho que ver con cómo maltratamos al diferente que no encaja en los estereotipos de la sociedad.

De hecho, Alan Turing también fue maltratado por ser diferente en su comportamiento y en sus habilidades sociales, y eso es algo muy actual.

-Desde nuestras primeras conversaciones, Claudio Tolcachir insistía mucho en que donde quería poner el epicentro de la historia era en el carácter de Turing. En la forma. Y esto ha sido un auténtico reto para mí como actor. De hecho, es el personaje más alejado a mí que he hecho en mi vida. Lo estimulante y teatralmente atractivo es componer esta mezcla de alguien con una inteligencia superdotada, pero que a la vez tartamudeaba y era torpe en lo social, lo que se agudizó cuando tuvo que guardar los secretos de la operación contra los nazis, porque, además, contarlo era delito, igual que ser homosexual. Todo esto genera un personaje muy contradictorio y también hace que en nuestra propuesta haya humor, sin evitar el final de sus días, que fueron trágicos. El carácter de Turing era, sin duda, muy singular y eso lo hace muy sugerente teatralmente hablando.

¿Cómo ha sido el trabajo con Claudio Tolcachir?

-Claudio es de lo mejor que le puede pasar a un actor. Yo le conocí en Emilia y desde entonces somos grandes amigos. Tiene una forma de acercarse al trabajo muy amorosa, muy respetuosa con los actores; muy desde la comunidad y desde la facilidad, de modo que las cosas van apareciendo. Recuerdo que al principio me asustó un poco esta parte del personaje más formal, esta conducta, estos movimientos, esta voz... Pero fue apareciendo sola. Y lo bueno de Claudio es que nunca pierde el norte de lo orgánico, de la naturalidad, de la verdad, y aunque puedes componer algo aparentemente alejado de ti y por momentos grotesco, nunca pierde de vista el motor esencial de esas situaciones, de esas escenas. Las baja a tierra y las convierte en lo más honestas y orgánicas posibles. Huye del artificio constantemente.

Esa honestidad se plasma desde el principio, en el que de alguna manera incluye al público en este viaje.

-Sí. Empiezo la función desde el proscenio y dirigiéndome directamente a los espectadores, ante los que me presento como Alan Turing y les digo que les voy a contar qué pasó para ver si yo mismo lo llego a entender. Y cuento desde anécdotas de infancia y juventud, pasando desde este universo más pequeño y familiar a estos grandes hitos como lo de Enigma y sus conferencias sobre inteligencia artificial.

¿Qué papel juega Carlos Serrano?

-Está constantemente junto a mí. Interpreta a tres personajes, casi cuatro, porque también es el actor que está a mi lado animándome a que cuente mi historia al público. Como la obra es un viaje por la vida de Turing, si de pronto este narra la denuncia del robo, necesita a un sargento, así que de pronto Carlos es ese personaje y la escena discurre en su despacho de la policía. O de ahí saltamos a cuando conocí al chapero, medio amante, por el que al final fui condenado, y nos trasladamos a las calles... Para nosotros es un juego muy estimulante.

La complicidad y la sincronización serán claves.

-Siempre es vital que los actores estemos en el mismo código. Yo tuve la suerte de que me propusieran el personaje de Turing y luego se hicieron pruebas a varios actores, en las que me pidieron que estuviera presente, y la verdad es que cuando llegó Carlos la sensación fue unánime. Cuando los actores nos miramos y empiezan a suceder cosas, lo sabemos.

La obra ha recibido excelentes críticas, ¿sienten que, de algún modo, la posteridad, aunque sea a través del teatro, está corrigiendo una tremenda injusticia?

-De alguna manera sí. Por eso nos gusta sumarnos a montajes como este o hacer películas con este tipo de reivindicaciones. Para defender cada noche un texto, al menos a mí me pasa que tiene que tener algo especial. En este caso, sin duda es ese sentimiento de tremenda injusticia que te nace cuando conoces la historia de Alan Turing y de cómo acabó habiendo hecho todo lo que hizo. Y piensas qué lástima que nos lo perdiéramos, porque si antes de los 40 logró lo que logró, qué más hubiera inventado... Es de justicia que se le conozca un poco más, y los espectadores nos trasladan que después de ver la obra les entran ganas de leer más sobre él. Esto tiene también mucho que ver con la visión humana que pone Claudio en sus montajes, bajando a la tierra a los héroes y acercándolos a la gente.

Tampoco está de más reivindicar a este tipo de personajes porque, aunque en muchos países la homosexualidad ya se vive con normalidad, no hay que olvidar que, de un tiempo a esta parte, la ultraderecha asoma su rostro siniestro.

-Claro. Además, el teatro, y se ve, por ejemplo, con los clásicos, tiene esa capacidad de llegar al corazón del espectador. Puede que le esté contando una historia que sucedió en otra época, pero la traslada de modo que se traduce a lo que significaría hoy.

¿Cómo suele elegir los personajes? ¿Qué le resulta más atractivo?

-Siempre digo que el miedo es mi mejor termómetro. Cuando un personaje me asusta, seguramente lo haré, sobre todo para trascender ese miedo, pero también por el reto. Si siento que un personaje ya lo he hecho muchas veces, prefiero no hacerlo. Tiene que tener algo que sienta que no he experimentado todavía. A veces es por una cuestión formal, expresiva, como es el caso de esta obra, por ejemplo; y otras veces es por meterme en berenjales emocionales.

En los últimos años no para de trabajar y le hemos visto en cine, televisión, teatro. Seguramente poder combinar todos los medios le ayudará a crecer como actor.

-Un medio alimenta al otro. Y me niego a elegir (ríe). Es como cuando tienes varios hijos, no puedes elegir entre ellos. Yo empecé en televisión y, hoy por hoy, ya no distinguiría tanto entre cine y televisión, sino entre el nivel de producción que tenga un proyecto y otro. La cámara me resulta familiar, te lee todos los pensamientos y tienes que ser muy honesto y muy veraz, lo que es siempre mi obsesión. En teatro a todo eso se le añade la adrenalina del momento y que el viaje cada noche cambia. Intentar mantener vivo un montaje en cada función es muy interesante y engancha mucho.

¿Cómo está siendo trabajar en estos tiempos de pandemia?

-En el caso de las series, después del confinamiento nos hicieron análisis serológicos a todos para ver quién lo había pasado y quién no, y, a partir de ahí, PCR semanales. Y por supuesto, respetando en todo momento la distancia y llevando mascarilla hasta el momento de la grabación. En la gira teatral está siendo un poco igual, con pruebas semanales. Para todos es incómodo, pero como en La máquina de Turing plasmamos una realidad en la que no había mascarillas, al menos durante esa hora y poco estamos sin ella. Es como si estuviéramos salvaguardados en ese espacio mágico que es el escenario. Y sentimos mucha gratitud hacia el espectador porque, con la que está cayendo, somos conscientes del esfuerzo que hace comprando la entrada, pasando por los protocolos y aguantando con la mascarilla durante toda la función.

Hay que insistir en que la cultura es segura.

-En cultura se hizo muy bien desde el principio, por la que cuenta que nos traía, de modo que se pudiera seguir adelante aun con los aforos reducidos. Se están haciendo las cosas muy bien y el público puede estar tranquilo.

Título. ‘La máquina de Turing’.

Autor. Benoit Solès.

Director. Claudio Tolcachir.

Reparto. Daniel Grao y Carlos Serrano.

Funciones. Hoy y mañana a las 19.00 horas en el Teatro Gayarre. Entradas entre 12 y 24 euros.

Argumento. Manchester 1952. Tras haber sufrido un robo, el profesor Turing presenta una denuncia, hecho que no escapa a los servicios secretos.

Televisión, cine, teatro. Daniel Grao (Sabadell, 1976) ha participado en series como ‘Gigantes’, ‘Paquita Salas’, ‘Promesas de arena’, ‘Perdida’ y ‘Hit’; en películas como ‘El asesino de los caprichos’, ‘El árbol de la sangre’, ‘Julieta’ o ‘Acantilado’, y en obras de teatro como ‘Emilia’, ‘Ilusiones’ o ‘La piedra oscura’.