Dirección: Ruth Reinhardt. Programa: Obertura Trágica de Brahms. Episodio Sarka de Mi Patria de Smetana. Quinta sinfonía de Dvorak. Programación: ciclo de al orquesta. Lugar: auditorio Baluarte. Fecha: 9 de febrero de 2021. Público: el permitido.

eguimos acudiendo, cuidadosamente, a nuestros ciclos de conciertos. Muy cuidadosamente. Y los programas, por los inconvenientes pandémicos, también son prudentes. En el que nos ocupa, no se ha podido abordar lo más novedoso (Urquiza y Hindemith) y, en general, echamos en falta aquellas segundas partes de las grandes sinfonías del siglo XX, que la OSE siempre nos brindó con una generosidad, de efectivos y de resultados, admirable. Así que prevalece el clasicismo o el romanticismo más adaptable a las circunstancias. Lo cual no quiere decir que nos disguste, claro.

El concierto de hoy, trazaba una línea, un tanto dramática, formada por la obertura Trágica de Brahms, el fragmento Sarka del ciclo Mi Patria de Smetana, y el cuarto movimiento de la quinta de Dvorak. Unos dramas más o menos oscuros, que surgen de lo más profundo del autor (obertura), de la mitología (Sarka), o de la orquestación con predominio del sonido grave y del lirismo desgarrador del último movimiento de la sinfonía de Dvorak.

Ruth Reinhardt, directora, lo abordó todo con un gesto claro, marcado y de indudable autoridad, desde su figura apolínea, y estéticamente muy bien adaptada al podio, sin exagerar el movimiento. El tempo que llevó en la obertura me pareció un poco ligero para la entidad de la obra; quedando, por una parte un tanto entrecortada; y por otra, en algunos tramos, algo confusa, sobre todo en el final. Con una dirección circular en los brazos, debería haberse aglutinado todo un poco más, con más resonancia en los cortes, y algo más de solemnidad. La parte más serena de la partitura, quedó la más brahmsiana.

Sarka, el tercer episodio de Mi País de Smetana, fue mucho más fluido, y se adecuó, en su tempo y atmósfera, a la narración. Contrastó bien lo más lúdico de la danza, con los rotundos llamados a la venganza. Muy bien la intervención del clarinete y del violonchelo en su respectiva encarnación de Sarka y del caballero Ctirad.

La quinta sinfonía de Dvorak es de esas obras que no impactan especialmente hasta el final, cuando se vuelve un poco tremenda, tanto para la angustia como para la alegría. La orquesta -y la directora- la dieron límpida, sin problemas, dejando que todo corriera con facilidad. Así se cumple el objetivo de disfrutarla en el camino, digamos; sin esperar grandes metas ni sobresaltos. La evocación pastoril, el ambiente juvenil y primaveral se crea en el primer movimiento. Del segundo tiempo hay que señalar la pastosa y envolvente melodía de los violonchelos -siempre es gozoso escuchar ese sombreado color-, que luego se reparte en trompa, fagote, trompeta€ El tercer movimiento hace de puente con el cuarto, que nos introduce en ánimos más exaltados y que nos afectan más. La orquesta, ya desde los robustos trombones y el clarinete bajo, se entrega a cierta vorágine -bien llevada-, contrastando con los tramos de calma. La señora Ruth la dirigió desde una entrega total, agachándose para apianar, yendo y viniendo a su considerable altura para matizarlo todo mucho. Y se consiguió. Un final espléndido.