Ese día, en su casa del barrio neoyorquino de Corona se pararon los pulmones de Armstrong, que dieron vida a canciones míticas como What a Wonderful World, West End Blues o Hello Dolly, que alcanzó en 1964 el puesto número uno en las listas de Estados Unidos, superando a los Beatles.

Su hogar, donde residió con su cuarta y última esposa, Lucile Wilson, y convertido en un museo del artista, ofrecerá el sábado 10 de julio una jornada de puertas abiertas con actividades al aire libre para recordar el legado de Pops, como lo llamaban los admiradores de su música.

El cornetista, trompetista y cantante nació el 4 de agosto de 1901 en Nueva Orleans, en una familia desestructurada en la que su madre se veía obligada a prostituirse para seguir adelante y con un padre ausente.

Durante su infancia, sumida en la pobreza, Armstrong pasó dos años en el reformatorio por delitos menores. Tras recuperar la libertad y dispuesto a convertirse en músico profesional, dio sus primero pasos apadrinado por el mejor cornetista de la ciudad, Joe King Oliver, con quien tocaría en los barcos fluviales del Misisipi y se cuenta que también por prostíbulos del barrio de Storyville, en Nueva Orleans. Aquí forjaría las bases que lo acabaría convirtiendo en el primer gran solista del jazz, el primer cantante y el hombre que prácticamente inventó el scat-singing, la imitación de los sonidos de instrumentos con la voz.

En 1922, King Oliver le invitó a unirse a su banda en Chicago, lo que marcó el despegue de su carrera y el comienzo de las grabaciones de sus actuaciones. Los discos de la segunda mitad de esa década, al frente del quinteto Louis Armstrong and His Hot Five, y más tarde del septeto Hot Seven, están considerados entre los más influyentes en el jazz de todos los tiempos. Su carrera solo fue detenida por la parca y en su camino dejó éxitos como Blueberry Hill.