odas las acepciones de la palabra bárbaro, que leemos en el diccionario, encajan, en mayor o menor medida, en el espectáculo que la compañía Hervé Koubi presentó en el Gayarre: el trasfondo de la incorporación de otros pueblos en la cultura occidental; el predominio de la fuerza física de los intérpretes; el atrevimiento y riesgo de esos intérpretes en algunos saltos (no seas bruto, solemos decir), lo cual, también significa asombro; y, por último, -y como demostró la ovación final del público- el calificativo positivo de estupendo. Son, fundamentalmente, estas Noches Bárbaras, un espectáculo más circense que de danza, aunque, claro está, la frontera de lo que es danza o no, en cualquier tipo de movimiento, es muy delgada. El propio director y coreógrafo de la compañía, Hervé Koubi, nos presenta la función, revelándonos que los componentes de su grupo, vienen de la calle. De esos saltimbanquis que hacen piruetas por unas monedas. Al subirlos al escenario, Hervé, ha ordenado un poco -sólo un poco- esas piruetas; las dota de algo de simetría, y las viste con trascendentes músicas clásicas -del Réquiem, sobre todo-, que contrastan y dan cierto dramatismo, a lo que, en principio parecería vuelo festivo. Trata, así, de pergeñar una narración que exalta las cualidades de la cultura ancestral de los diversos pueblos, y de las dificultades -con sus desencuentros y encuentros- que se derivan de la mezcla de esas culturas. Hervé, que es descendiente de judíos y árabes, expresa sus mejores deseos de convivencia, pero, el espectáculo también nos muestra, con imágenes de descendimientos y Ecce Homos que hay choques violentos.

Todo comienza en un magma indeterminado de cuerpos fornidos que evolucionan lentamente y un tanto ad libitum, en una penumbra que se va iluminando en un gran “crescendo” con música de Wagner. Aquí el grupo se despereza y muestra su gran baza: catorce bailarines de físico impresionante, vuelan sobre si mismos, mostrando un virtuosismo circense y una preparación física asombrosos: volatines, saltos en abanico, giros infinitos sobre una mano, plantes bocabajo... Bien, ciertamente el primer cuarto de hora, epatan. Y la fórmula se repite: cámara lenta caminando sobre el escenario, seguida de las piruetas. Pero la fórmula, también se agota coreúticamente. Es verdad que los cuadros con el Réquiem de Mózart y de Fauré, de fondo, son muy hermosos, y traslucen el sufrimiento que subyace en la inmigración o en el aislamiento de las personas, pero uno tiene la sensación de que todo ese potencial de gladiadores, absolutamente fantásticos y con grandes posibilidades, se mal pierde un poco, al no tratar de llevarlos a un estamento un poco más balletístico. No digo yo que se siga el libro de François Decombe sobre cómo debe pulir el hombre bailarín el giro, el salto, la batería, la fuerza, siempre ligera, de los portés, etc. pero, creo, que la coreografía hubiera ganado al mezclar esa enorme energía que desprenden esos cuerpos jóvenes, con la ternura y delicadeza del fraseo más ligado. Que, por otra parte, asoma en algún paso a dos, y en la despedida, cuando unos bailarines cargan a hombros a otros, -después de la danza frenética-, a modo de apoyo y ayuda; o de piedad, si murieron.

De todos modos, esa vorágine de ruletas, saltos, lanzamiento de bastones, etc. no dan respiro ni a los intérpretes -de una preparación técnica en lo suyo, enorme-, ni al público, que les otorgó una ovación de gala.

Programa: Las Noches Bárbaras, coreografía y dirección de Hervé Koubí; música de Mozart, Fauré, Wagner y Bodson. Programación: Fundación Gayarre. Lugar: Teatro Gayarre. Fecha: 1 de noviembre de 2021. Público: Muy buena entrada, casi lleno (20 euros).

Al subirles de la calle al escenario, Hervé Koubi ha ordenado un poco las piruetas de estos bailarines, dotándolas de simetría