Antes de convertirse en chatarra, el Stella Maris Berria navegaba el cantábrico en busca de anchoas y sardinas. Años después, los miembros de la ONG Salvamento Marítimo Humanitario, íñigo Mijangos e Iñigo Gutiérrez, lo adquirieron con el fin de convertirlo en un barco de rescate.

El pesquero comparte el nombre y la filosofía del marinero Jose María Zubia, nacido en Zumaia en 1809. En una época donde no existían las labores de salvamento, el marinero salía en las noches de galerna en busca de los navegantes que pedían puerto para evitar ser atrapados por la tormenta, con la ayuda de voluntarios que ejercían de ayuda en el rescate. Zubia, que fue apodado como Aita Mari, aunque se desconoce el porqué, murió cuando se dirigía a rescatar una chalupa de Getaria que intentaba entrar en la bahía de la Concha.

Este fue el punto de partida que la ONG de Íñigo Mijangos y Gutiérrez tomó para comenzar sus labores de rescate. Decía Mijangos que la labor que realizan y que se ve reflejada en el documental es un trabajo del que se encargan ellos, pero del que deberían responsabilizarse los ejecutivos de cada país, y no ellos. Formado en la Cruz Roja en labores de socorrismo, y Primer oficial de la embarcación, llegó a Grecia en 2015 para realizar labores de salvamento, en un momento donde el flujo de migrantes era continuo y los guardacostas griegos se encontraban desbordados por la marea migratoria. En 2017 participaron en labores de asistencia médica en un barco de rescate junto a dos asociaciones de rescate a migrantes. Realizaron en total siete misiones antes de embarcarse, nunca mejor dicho, en el proyecto del Aita Mari.

“Me había pasado toda la vida buscando historias a miles de kilómetros de casa, y resulta que tenía una aquí a las puertas de casa”, decía por teléfono el director del documental, Javi Julio, recién llegado a Madrid para presentar la película, que se estrenó ayer viernes en cines. A lo largo de hora y media, las cámaras muestran todo lo que hay detrás del Aita Mari, lo que no se ve, el largo camino que va desde la reconstrucción del pesquero hasta el ansiado momento del rescate.

De lunes a viernes, los obreros del astillero se encargaban del trabajo técnico para poner el barco a punto, y los fines de semana un grupo de entre 20 ó 30 voluntarios se juntaban para trabajar en auzolan, compartiendo tareas para poner el barco a punto. El segundo bloque temático en el que se divide el documentnal es el relativo a las trabas administrativas, también conocido como “burocracia”. Explicaba Mijangos que esto se debía a razones meramente políticas, por el “quien se hace cargo” de los migrantes cuando los lleguen a rescatar, si van a España, a Italia o qué hacer con ellos. Decía que era “el impedir salir al barco, retrasar la salida”. Javi Julio lo narraba como “jugar al desgaste”: “Cuando tenía que salir el barco hubo gente que pidió días de fiesta en su trabajo para hacer una misión de rescate en el Aita Mari”. En lo personal, el director comentaba que su maleta se quedó hecha durante un año entero, porque no sabían cuándo les iban a dar el permiso para salir. “Soy autónomo y he tenido que rechazar trabajos porque no sabía qué iba a pasar la semana que viene, el desgaste es anímico, personal y también económico”, aseguraba.

El despacho es un permiso administrativo que permite la navegación para ir de un puerto a otro. Es un trámite que, en condiciones normales, se resuelve en horas. Se incluyen los nombres de los tripulantes, los certificados y las condiciones del barco. En el caso del Aita Mari primero la respuesta fue negativa, por lo que tuvieron que recurrir la decisión. Un proceso “bastante complejo”, en palabras de Mijangos. “El estado juega a vencerte por agotamiento, que digas que le den por culo al barco... es lo que quieren”, zanjaba.

El momento del rescate

Íñigo Mijangos, uno de los responsables de la ONG Salvamento Marítimo Humanitario decía entre bromas que no era un robot, que la carga emocional venía más tarde, pero durante los rescates está a lo que tiene que estar, pendiente de que todo salga bien. El donostiarra Javi Julio dejaba claro que su papel durante la travesía del Aita Mari estuvo todo el rato “detrás de la cámara”, y se ocupó de documentar la labor que hacía la tripulación. “Tuve claro cuál era mi labor, si alguien te pedía algo dejabas la cámara en el suelo y ayudabas, pero no hizo falta. Fue un rescate muy limpio, ayudó mucho el tiempo. Igual en dos horas habría cambiado lo que te estoy diciendo, porque venia una tormenta bastante fuerte”.

“Salieron cinco embarcaciones de Trípoli. Una de ellas naufragó al poco rato de salir, otra desapareció, y una fue interceptada”. El documental muestra esta escena, en la que también aparece la guardia costera Libia. Narraba Mijangos que tenían localizadas dos de estas embarcaciones, barcas que salen de Libia. El Aita Mari se encontraba en aguas internacionales cuando efectuaron el rescate, entre la zona de Malta y la de Libia.Sobre las imágenes de la escena del rescate, el director del filme decía que durante el montaje del mismo, decidieron no recrearse en la dureza de las imágenes. “Esta tiene que ser una película para luchar contra el racismo, la xenofobia, que te ponga en situacion de lo ocurre en el Mediterráneo. En segundo lugar, quiero que la gente tenga ganas de volver a verla”. Hablaba de que las imágenes duras generan rechazo, y que nadie quiere revivir “un momento tan jodido”.

En el Aita Mari viajaba una tripulación formada por ocho personas, con un perfil profesional de marinero, entre ellos un capitán, oficiales, jefe de máquinas, marinero de máquines y puente y cocinero. Además, viajaban en el barco dos socorristas, dos sanitarios: un médico, una enfermera y una periodista.

Una de estas voluntarias que acudió a la llamada del Aita Mari fue la enfermera Izaskun Arriaran. Ha participado ya en un total de cuatro misiones de salvamento. Su trabajo en esta primera misión del Aita Mari pasó por organizar el material necesario para el rescate y organización de la enfermería.

Uno de los primeros pasos en el rescate era identificar “como podían” a los migrantes con nombre, apellidos, sexo y edad. Labor muchas veces complicada, por la dificultad del idioma y por el hecho de saber cuál es la edad verdadera, ya que a veces pensaban que ser mayor o más pequeño les beneficiaba. El segundo paso era identificar casos vulnerables, si había menores o embarazadas. En este caso, de 80 migrantes, solo había cinco mujeres a bordo. Una de ellas, convaleciente todavía de una operación de cesárea. Narraba Izaskun el sufrimiento de esta mujer, violada y todavía aceptando el hecho de haber perdido al niño que esperaba.

Los dos primeros días en el barco los definía como “dormir y comer”, porque llegan agotados de un viaje en unas condiciones infrahumanas. Los días siguientes, mientras se espera, con mucha tensión, que les concedan el permiso para llegar a puerto. “Ahí entramos en juego nosotros, tenemos que estar firmes y darles cariño y seguridad”. Hablaba de lo positivo, de ver salir el barco, la ilusión por ayudar, pero narraba también la dureza de lo vivido: “No llegamos a todo, hay barcos que no podemos localizar y que probablemente se hayan hunido”. Es una mezcla de emociones, aunque apuntaba que se queda con el momento de llegada a puerto, en el que todos se abrazaron agradecidos.

El poder de las imágenes

Dicen que una imagen vale más que mil palabras, y en el caso de Javi Julio, las imágenes de los migrantes golpeados por la Policía de Hungría fue el detonante de que entrase de lleno a hablar de la crisis de refugiados. “Golpeaban a familias con niños que intentaban cruzar la frontera, disparando y lanzando gases lacrimógenos. Pensé que quería ser testigo de eso y contarlo”.

La imagen del pequeño Aylan Kurdi, que abrió los telediarios de medio mundo removió también las conciencias de los compañeros de Mijangos. A raíz de la imagen comenzaron a mover los hilos para realizar una misión de salvamento en Grecia “Nos sacudió a todos...El mensaje era novedoso, ahora nos hemos acostumbrado y normalizado esas imágenes de sufrimiento. Hace falta más crudeza para sacudir conciencias”.

¿Y qué hubiera pasado si el Aita Mari no hubiera navegado el Mediterráneo aquel día? Javi Julio decía que no hubieran encontrado por casualidad esa barca, que navegaba con 80 personas a la deriva con el motor roto. Hubieran sido 80 fallecidos más en la larga lista de migrantes que la Unión Europea tiene en sus registros, en unas estadísticas que más que fiables son aproximadas. Decía el director del documental que han convertido el mar Mediterráneo en una fosa común.