ucesos, calamidades, accidentes y guerras son materiales informativos de primer orden que de vez en cuando alimentan el consumo de los medios, como ocurre en la actualidad con la invasión rusa de Ucrania, que sigue su sangrienta marcha en una escalada de horror y muerte. La decisión de Vladimir Putin de apoderarse de territorio ucranio ha desencadenado la cabalgada destructora de los cuatro jinetes del apocalipsis cuyo final no se atisba. La escalada sigue, los cadáveres se amontonan en las ruinas y los destrozos de la guerra inundan los medios de comunicación, de manera destacada las cadenas de televisión que sirven cada día una abundante ración de imágenes dantescas para satisfacción del personal vidente. Los expertos dicen que la primera víctima de la guerra es la verdad, la información veraz, el relato cierto de lo que ocurre, fuera de los manejos interesados de los estados mayores de los ejércitos en combate mortal. La información se convierte de esta manera en arma de lucha en el campo de batalla. Bulos, mentiras, desinformaciones e historietas varias emponzoñan el ambiente para minar o fortalecer la moral de combate de las partes enfrentadas. De tal manera, la verdad muere, y las llamadas informaciones se colocan en la estrategia de la desinformación. Se juega con los muertos, su escalofriante número, se engaña con los movimientos de los frentes con el subsiguiente éxodo masivo y desorientado. Y los pueblos pagan pasivos y resignados, los gastos materiales y humanos de las guerras que asolan la tierra. No hay año que no tenga su frente de guerra. Y las teles cargan sus espacios de imágenes consabidas de desolación y desgracia. Repetición sangrante de imágenes tópicas y típicas; redundancia informativa que llega a asquear y aburrir. Lobo contra el lobo y la tele de testigo. La tele en guerra es así.