Apuesta segura
esayunamos temprano en la parte antigua de Jerez. Como hemos quedamos a mediodía, y estamos a treinta kilómetros de San José del Valle, nos da tiempo de sobra para saborear esta hermosa ciudad, visitar lugares nuevos, y volver a los de siempre. Reconforta estar aquí y pensar que esta pandemia tiene que terminar. Y sobre todo superar el miedo y dolor que todos hemos pasado. Y eso se respira en cada encuentro, en cada apretón de manos, en cada abrazo que vamos dando en nuestro viaje. Y esta mañana no es menos.
Salimos con tiempo hacia nuestra visita porque la parada en la Venta Durán es obligatoria. Hay que darle un abrazo a Cris, a Diego y a toda esa gran familia, y reservar una mesa para comer, que suelen estar muy solicitadas. Y no es de extrañar.
Hace días que hablé con el ganadero, que enseguida me indicó que hablara con Alfonso, su mayoral. Hemos quedado al mediodía por las labores que, a diario, deben ser realizadas en la casa ganadera, sea el día de semana que sea. Y llegamos a la hora correcta. Pero, como lo primero es el trabajo, aún tenemos tiempo de espera para hacer la visita a los toros, porque hay saneamiento. Tenemos la oportunidad de ver cómo se van llevando los añojos por la manga, donde reciben sus vacunas preceptivas y llevados en remolque cerrado carretera abajo a la siguiente finca. Allí vivirán junto a los erales en tranquilidad y armonía, una vez que han sido destetados. Mientras estas tareas se realizan, no perdemos detalle de nada, e incluso echar una mano si hace falta y estorbar lo mínimo, y todo hace que la espera sea más que grata.
Cuando se acaban las labores, Alfonso nos explica que necesitaban el todoterreno, y que por eso nos ha hecho esperar. Pero no hay prisa. Hemos quedado a comer a las dos y media, le digo. Así que salimos a los cercados con total tranquilidad, y entramos en harina. Puedo contarles que, desde el inicio de la pandemia, esta casa ha eliminado más de mil reses, entre machos y hembras. Y aún así tiene más de doscientos toros preparados para este año. El año que viene serán muchos menos, y así sucesivamente, porque los resultados en este negocio son lentos. A veces demasiado. E igual que no hay que tener prisa por llegar a la élite, tampoco cuando ocurre alguna situación extraordinaria como esta. Por eso, esas vacas y sus hijos e hijas que fueron al matadero bajarán la producción en años venideros. Y es que el gasto en comida supera los cien mil euros al mes, y eso pocas casas pueden aguantarlo. Y por supuesto, el ganadero debe tener otros negocios para soportar este. Mientras charlamos, recuerdo aquello de que ser ganadero de lidia antes era algo romántico. Pues si esto no lo es, Vdes. me dirán.
Entramos en el cercado de Pamplona, y los siete toros negros dan pábulo. Hay un par que van a tener problemas para entrar en la Estafeta, digo, recordando palabras que otras veces nos decía el ganadero, señalando las encornaduras de sus bureles. Tiramos las fotos sin objetivo alguno. Los toros los tenemos encima, apenas un par de metros nos separan de ellos, y si no fuera porque el coche nos protege, más por ser el de la casa, seguro que no sentiríamos seguridad alguna. Uno a uno vamos viendo a cada toro, y quitando uno que parece faltarle algo de cuartos traseros, todos parecen animales más que hechos para estar hoy en las fiestas. Esos dos tienen los seiscientos, digo. Dónde vas, me responde Alfonso. Mirándolos bien, igual los quinientos ochenta y cinco. Pues eso. Así están hoy que falta dos días para terminar febrero.
Pamplona no es lo único, porque el repaso tranquilo de todos los corrales nos enseña dos corridas preparadas para Madrid, donde nos quedamos ensoñados con dos hermosos toros que pueden ser de Pamplona, y con un jabonero que se planta delante nuestra a modo fotogénico. Hermoso animal que, tranquilamente, pudiera ser uno de los siete de Pamplona. Tenemos cerca de treinta para las dos corridas de Madrid, y si hiciera falta, para la vuestra, nos dice Alfonso. Y, de verdad, viendo lo que vemos, Gabino me dice que tiene para tres o cuatro corridas de los Sanfermines. Y no hay error. Por hechuras, esta casa hace tiempo que ha sido líder en lo que la Feria del Toro pedía. Es una apuesta segura, salvando que luego en plaza, uno u otro, humanos o bureles, no tengan la tarde deseada, aunque el humano debe buscar lo que estos bellos animales piden y merecen.
Vemos quinientos animales, porque terminamos viendo vacas y sus nuevos retoños, cosa que a mí, personalmente, alimenta mi alma. Por delante, más de veinte corridas, una docena de novilladas, erales por medio, y ganas, más que nunca las que nos entra en todo el viaje, de que esto vuelva a la normalidad.
Hemos dado un buen paseo, corral tras corral, pasos canadienses que nos agradan la visita, al no tener que parar y mover puertas, y que nos llevan al final al inicio del viaje. Allí, aún vemos terminar la faena a los trabajadores de la casa, y con ellos nos tomamos unas cervezas en el porche de la casa de Alfonso, antes de bajar a comer a la Venta Durán. Allí surge el tema de los nuevos instrumentos de lidia, porque tanto Alfonso como su mano derecha, Kiko, son picadores, y no están muy de acuerdo con estas nuevas corrientes de cambio de los instrumentos. Y no les gusta que esté a favor de ello. Me salvo recordándole a Kiko, picador de reata, que ya su bisabuelo estaba en contra de poner petos a los caballos. Y con brindis, y un buen deseo dejamos a la tropa y bajamos con Alfonso a San José del Valle. Allí nos espera su esposa con los dos chicos, y celebramos con ellos el estar juntos. Al final, la tarde se nos echa encima hablando de todas las visicitudes que nos rodean, y marchamos, otra vez, caminito de Heré desgranando los lotes que llevamos vistos. Y como si lo de Fuente Ymbro no contara, porque su camada siempre está bien hecha, hablamos de las dos gaditanas vistas hasta ahora como de gran nota. Mañana será otro día y nos toca La Zorrera. Hasta el domingo próximo.