l viaje se termina. Es nuestro último día en la carretera antes de volver a nuestra tierra, y hemos madrugado mucho. Desayunamos en Mérida y salimos como si nos persiguieran intentando recuperar tiempo. Queremos llegar a la finca de José lo antes posible. Pero por la única razón de que vamos dejando lluvia por donde pasamos, y porque avisan de lluvia, e incluso nieve en la sierra de Gredos, en Ávila y Segovia. Sitios por los que tenemos que pasar. Vamos hacia Lanzahita y el teléfono vuelve a indicarme que recibo llamada del ganadero. José, viejo criador con más de cincuenta años en esto, lleva días hablando conmigo sobre su casa. Es jueves, y él ya solo va a la finca los miércoles, día que ocupa en quedar con todos los posibles externos que tienen que pasar por su casa. Cómo vais Patxi, me dice. Casi en el cruce de Talavera, le respondo. Estupendo, ósea que llegáis mucho antes. Mejor porque esta empezando a llover y si viene fuerte te va a deslucir la visita. Ya os espera mi gente allí. Muchas gracias José. Vale, luego hablamos y me cuentas qué te han parecido mis toros. Y de este buen hombre vamos hablando. Son muchos años ya, y la familia prefiere tenerlo cerca, porque por él viviría en su finca bajo la sierra de Gredos permanentemente.

Casi dos horas y media de viaje después entramos en la ganadería de Escolar. Llueve y el día está muy oscuro. El mayoral de la ganadería y un par de vaqueros trabajan a la entrada. Enseguida nos ponemos de acuerdo de cómo poder ver los toros. José, temeroso siempre de molestar a sus animales, un encaste albaserrada difícil como pocos en su manejo diario, ha dispuesto, por las circunstancias, que nos traigan los toros hasta la casa, en vez de salir a buscarlos. Y con el día que hace, y ya de vuelta, pendiente de que debemos pasar por Ávila mientras dicen las previsiones que nos va a nevar, nos parece bien.

Los vaqueros echan pacas y pienso delante para que los toros puedan quedarse un rato allí. Mientras, el mayoral, a caballo, va recogiendo por los cercados a los toros que poco a poco se nos van acercando. Y, en unas bellas estampas de hombre a caballo, los cárdenos y negros albaserradas van llegando hacia sus improvisadas zona de comida. En silencio, tras una de las tapias, y refugiados bajo una encina, con la cámara con su chubasquero, no queda otra que poner en marcha los flashes, cosa que no es bueno porque despistan a los toros, normalmente. Pero es que está oscuro de veras, y ya son las diez de la mañana. Allí pasamos un rato, no tan largo como cuando visitamos todos los corrales, pero lo suficiente como para sacar gusto a las corridas principales que tienen preparadas. Los toros llegan y se dedican a comer. Y a mirarnos de frente. Bueno, a los fogonazos de la cámara que salen del otro lado de la tapia, que seguro les sorprende. Negros salpicados y cárdenos son los animales marca de la casa. Y entre todos, siete u ocho que llegarán para que sean seis los que cubran el encierro. Parejos, parecidos, cinqueños casi todos, y con buenas caras, como vulgarmente se dice, poco problema habrá para cumplir un lote adecuado para la Feria del Toro.

seguir el camino Comienza a caer agua a manta y damos por finalizado el encuentro con los toros, y nos refugiamos un momento. No ha sido la visita prevista, pero el tiempo que hace, tan necesario después de haber visto una España seca como pocas veces antes, desluce la mañana. Así que le dejamos un presente al mayoral por haber interrumpido su trabajo y dedicarnos su tiempo, y nos preparamos para seguir camino. No es el fin de viaje que uno espera, pero tampoco los toros tienen la culpa del tiempo.

Toca volver a casa, y nos lanzamos por la ruta más corta. También la más complicada. Y como no lo pensamos mucho, subimos el puerto camino de Gredos y Ávila. Enseguida suena el teléfono, y José se preocupa por nuestra visita. La lluvia nos a venir de lujo, que vosotros ya tenéis mucha agua allá arriba. Os han gustado. Este año será que sí, verdad. Y más preguntas y deseos que salen de un hombre dedicado a su pasión por el toro bravo, fuerte, con carácter y algo indómito. ¡ Vamos! Como lo es él. ¡ Oye! Que también soy buena gente, me responde con fingido enfado. Y sin duda que lo es. Nos han gustado sus toros. Ahora lo que suceda en las calles y en la plaza es tema distinto, y no es el de definir en estos reportajes. Nos despedimos, no sin antes decirme que le llame si quiero hacerle la entrevista. Pero ya está más que hecha. Solo nos ha faltado pasar un rato con él, que siempre es agradable escucharle contar sus secretos ganaderos mientras te mira con esa mirada inteligente, y pícara a la vez, así que procuraremos que el próximo año sea miércoles el día que visitemos esta casa.

Empieza a nevar. Poco. Es más agua nieve, y decidimos no ir a Segovia donde queríamos darnos el último homenaje gastronómico. Vete mirando algún otro sitio, me dicen. Descartamos Tordesillas, donde hacemos parada muchas veces y porque aún es temprano cuando pasemos por allí. Hay uno con muy buena pinta pasado Cigales, comento. Y allí vamos. A Cabezón de Pisuerga. El Mesón del Ciervo nos acoge la reserva. Y más vale que es un grandísimo acierto, porque si es por la fachada Josetxo y Gabino me matan. Pero esconde un nuevo templo donde hacer parada y fonda. Ya estamos a menos de tres horas de Pamplona, y aún no tenemos muchas ganas de volver. Muchos días fuera, pero el viaje ha sido más que maravilloso. Todo se ha juntado. Dos años sin Sanfermines. Dos años sin ver sus toros. Dos años entre confinamientos y oleadas. Este es el fin de un nuevo viaje a los toros de Pamplona, especial por todo lo sucedido, y que nos han dado una energía increíble. Aún intentaremos alargar las visitas porque iremos a ver la novillada de Pincha. Pero como eso es jugar en casa, será una vez que llegue la primavera.