La chispa de Golem se alumbró por la pasión de cinco jóvenes que, en la gris España franquista, amaban “brutalmente” el cine como ocio y como arte. Como oportunidad de evasión de la dictadura y ventana a otros mundos. Eran Josemi Echarte, Koldo Arbizu, Josetxo Moreno, Pedro Zaratiegui y Otilio García. Se conocían de los cine-clubs de Pamplona, y en 1980 comenzaron a dar forma a su propio proyecto de salas de cine que echaría a andar dos años después en la capital navarra. Sin capacidad económica ni músculo financiero, se lanzaron y salió. “Éramos unos locos que no sabíamos dónde íbamos, en un año que no fue muy bollante económicamente”, dice hoy Otilio García echando la vista atrás. Unos locos con una pasión que hoy sigue viva.

El 15 de mayo de 1982 abrían las cuatro primeras salas de Golem, que se levantaba en una parcela del barrio de Ermitagaña que estaba planificada para espectáculos y cine. “La compramos y ahí empezó todo”, cuenta Otilio García. En realidad empezó antes, porque previamente a la apertura, los cinco socios tuvieron que hacer una inmersión para aprender a manejar un cine. Fue un máster que hicieron en sus experiencias en el año 80 en el cineclub Donibane que lanzaron en la parroquia de la Asunción, luego en el cine Ekhiñe que abrieron en Capuchinos Extramuros, y en los cines Aitor y Mikael que alquilaron en aquel entonces a Carmelo Echavarren. También aprendieron viajando a Bilbao, donde había activas una treintena de empresas de distribución -ahora quedan tres-, y visitando cines de todo el Estado español y francés.

Tenían claro que querían ser para Pamplona y toda Navarra un centro de cine diferente. Ya estaban los Olite, los Iturrama, Avenida, Carlos III, y ellos apostaron por “otro concepto, otra impronta”: con un hall abierto para acoger a todo el público, taquilla interior, un pequeño bar, aire acondicionado, butaca ergonómica, y todas las condiciones técnicas. “De hecho, implantamos el primer Dolby Stereo que se montaba en Navarra, en la sala 1; fue una cosa muy impactante porque era de los pocos que había en todo el Estado”, apunta el consejero delegado de Golem.

Programación innovadora

Sobre todo, apostaron firme por una programación alternativa. “Había muchas películas de directores europeos que veíamos en el Zinemaldia o en los míticos cines Alphaville de Madrid y que a Pamplona no llegaban. Queríamos traer aquí ese cine”. Una oferta que lanzaron bajo la marca Una nueva forma de entender el cine, y que el público navarro aceptó.

Con el apoyo económico de la Caja de Ahorros Municipal de Pamplona, créditos del Banco Industrial y del Fondo Nacional de Protección al Trabajo, los cinco socios y amigos lograron abrir esas cuatro primeras salas en Ermitagaña -a las que años más tarde, en 1988, se sumarían otras dos-. Aquella primera programación que se proyectó en Golem Baiona el 15 de mayo de 1982, día de su inauguración, incluía las películas Solo para tus ojos con Roger Moore como James Bond, Lola de Fassbinder, la bizarra Heavy Methal, y Polyester de John Waters con odorama incluido. “La gente se acuerda todavía del odorama, que rascabas un cartoncito y en lo que te sugería la película ponía un subtítulo: ahora arrasque el número tal, y arrascabas y olía a lo que pasaba en la pantalla”, recuerda el gestor de Golem.

Cuidar la programación, cuidar el público

La de Golem fue, desde el principio, una programación pionera a nivel de todo el Estado. Los cinco socios -a los que cuatro años más tarde se uniría un sexto, Gerardo Goñi- tenían claro que lo fundamental era la programación y el cuidado del público. Con ese motor como certeza lanzaron en 1996 Golem Yamaguchi con 5 salas, porque las seis de Baiona “no eran suficientes para programar ese cine que nos gustaba, de todo el mundo, más íntimo, en versión original”. Yamaguchi, una “bombonera del cine de autor” que no es habitual en capitales de 200.000 habitantes, y a través de la cual se expresa con disfrute la pasión que desde el inicio movió a los fundadores de Golem.

“Proyectar solamente cine comercial no nos habría gustado. Nos gusta el cine como arte, como cultura, como educación. Aunque es cierto que el cine comercial o contar con La Morea -que se levantó en 2002 con 12 salas- es lo que te permite tener luego ese cine Yamaguchi que per se no sería rentable”, dice Otilio García. Antes de abrir La Morea, Golem se expandió a Burgos -donde en el 92 abrió un cine con seis salas-; luego a Madrid -donde cogió en 2005 la gestión de las cinco salas de los Cines Alphaville- y a Bilbao -desde 2010, con ocho salas en Golem Alhóndiga-. En total, programa y maneja actualmente 42 salas y 7.200 butacas.

También distribuidora desde el año 1986, Golem empezó su actividad en Pamplona en unos años de eclosión de la difusión del cine, y en un momento en que los estrenos se hacían con muchas menos copias que ahora, así que era frecuente que los directores, directoras e intérpretes viajaran por el Estado para presentar y promocionar sus películas. “Almodóvar y su troupe de actrices y actores, Trueba, Emilio Martínez-Lázaro o Icíar Bollaín venían por aquel entonces a Pamplona. Fueron años muy bollantes en ese sentido”, dice García.

Cambios, oportunidades

Un gran cambio para los cines fue la llegada de la moda de los centros comerciales, hace 20 años. Se levantaron entonces complejos de 12, 20 salas, y cambió el tema de la programación -los estrenos ya se hacían a partir de ahí con muchas más copias-. La transformación digital, que sustituyó las míticas películas en 35 milímetros por discos duros digitales, fue otro antes y después.

Como el gran cambio en los últimos años en los hábitos de consumo del público espectador. “Desde hace 5 años, con las plataformas, se ven más imágenes que nunca, pero ya no es un consumo de la pantalla grande. Nosotros seguimos vendiendo el cine en el cine. Eso de verlo en el móvil, la tablet o el ordenador... hay películas que no se pueden ver así”, asegura García, reivindicando “el valor de la pantalla, de la sala oscura. Esa magia que tiene el cine, cuando se apagan las luces, se enciende el haz de luz que cruza la sala y se ilumina la pantalla, de otra manera no la puedes tener. Es una experiencia colectiva, una forma de socializarte, de verte en el hall, saludarte con amigos, tomarte un café a la salida y seguir hablando de cine”, apunta.

Tras sobrevivir a varias crisis y a la “durísima pérdida”, hace seis años, de su compañero de barco desde el año 80, Josetxo Moreno, Otilio García y su equipo saborearon un “año estrella” para el cine, 2019. Pero después llegó lo que nadie preveía. “Nunca pensábamos que tendríamos que cerrar en algún momento, y fueron meses brutales. Los años de la pandemia han sido los más duros para Golem”, asegura su gestor.

Sin embargo, aun cerrados, siguieron reinventándose. Llevaron junto con NICDO un autocine al Navarra Arena en plena pandemia, “una experiencia maravillosa que nos sirvió para seguir vivos, para no dejarnos enterrar por la apatía”. Reabrieron un 3 de julio y aquí siguen, lidiando con los cambios y las dificultades que ha dejado la pandemia. “No vamos a tirar la toalla. La cultura siempre tiene que estar abierta. Ojalá Golem siga 40 años más”, desea Otilio García.