Tiene claro que a la humanidad solo puede salvarle la luz de la cultura, que es también, dice, “la luz de la crítica, de la paz y la libertad”, y que por eso “muchos se empeñan en extinguir”. Javier Velaza aviva la llama de esa luz en cada poemario que escribe. Catedrático de Filología Latina en la Universidad de Barcelona, ahora publica con Visor El campamento de los aqueos, que presentó recientemente en la librería-café Walden de Pamplona.

El campamento de los aqueos

-La pandemia constituye el punto de partida del libro, pero solamente eso. Los poemas que lo integran hablan del ser humano colocado en situaciones límite, de su grandeza y su miseria, de su capacidad de heroísmo. En ese sentido, creo que se trata de un libro de tono épico, pero de una épica hasta cierto punto desengañada.

¿Por qué los aqueos? ¿Qué tenemos hoy de aquellos griegos que sitiaron Troya, o qué quería rescatar de ellos, y de Homero?

-El título del libro, El campamento de los aqueos, responde a la primera imagen que me vino a la cabeza cuando en marzo de 2020 tuvimos que encerrarnos en nuestras casas: sentí que éramos nuevamente como aquellos griegos que, en el décimo año del asedio de Troya, eran atacados por Apolo con flechas que contagiaban la peste. Me pareció una imagen muy poderosa; además, es así como comienza la Ilíada, que es el libro fundador de nuestra literatura occidental y el gran modelo de la poesía.

En su anterior poemario, ‘De mudanzas

-Sí, De mudanzas es un libro sobre el cambio, el paso del tiempo y las metamorfosis de las cosas y las personas. Pero no es un libro elegíaco, no es un lamento por el paso del tiempo y sus secuelas, sino una invitación a reconciliarnos con él, a gozar esa condición humana nuestra que es la de estar perpetuamente de mudanzas.

Pero la mayoría ansía la ‘normalidad’ del estado anterior, cuando esta pandemia podría ser la oportunidad perfecta para reinventarnos...

-La pandemia ha sido un acontecimiento traumático, y terrible para aquellas personas que han fallecido y para sus familias. Pero si la contemplamos en perspectiva histórica, ha sido solo un episodio menor. El hombre se ha enfrentado a lo largo de su historia a tragedias mucho más devastadoras, a pandemias más letales o a guerras que han acabado con muchos millones de personas. Y cuesta reconocerlo, pero apenas si ha aprendido nada de todo ello. Una de las cosas más sorprendentes del ser humano es su capacidad de olvidar.

“La pintura, el jazz y las matemáticas nos defienden del mal, como la fiebre”, dice en unos versos. La cultura, que debería cuidarse mucho más, y las matemáticas, que podrían enseñarse de una manera más cercana y pegada a la vida cotidiana.

-Vivimos tiempos oscuros, muy oscuros, y solo puede iluminarlos la luz más poderosa que se conoce, la luz de la cultura. Si el ser humano ha hecho algo útil y bueno en el mundo, está en la filosofía, en el arte, en la literatura y en la música. Por desgracia, nuestras sociedades están dando la espalda a la cultura y son muchos los que están empeñados en extinguir esa luz, porque es también la luz de la crítica, de la paz y de la libertad. Es urgente volver a poner la cultura en el centro de la educación y de la vida de los ciudadanos; de otro modo, corremos el riesgo de sucumbir ante los diversos modos de barbarie que nos acechan.

La poesía nos defiende de la pasividad, nos activa el pensamiento, la imaginación. ¿Qué es para Javier Velaza?

-No me atrevería a definir la poesía en unas pocas palabras, pero hay un verso del libro que dice que un poema “pretende traer algo de un lugar que no existe”. Creo que eso define, si no la poesía, sí al menos lo que yo quiero que sea la mía: un acto de conocimiento que se plasma al mismo tiempo en un acto de comunicación y, en alguna medida, de comunión.

“Fuimos para mirar, pero nacimos ciegos”, dice en esta obra. ¿En qué sentido estamos ciegos?

-Vivimos en una sociedad vertiginosa. Cuando haces un viaje a pie, puedes disfrutar del paisaje, aprehenderlo, hacerlo tuyo; si vas en un coche a ciento veinte kilómetros por hora, solo ves imágenes fugaces; si vas en un tren de altísima velocidad, apenas si vislumbras un caos incomprensible de líneas y colores. La velocidad es uno de nuestros grandes enemigos, pero estamos entregados ciegamente a ella. Un poema del libro dice, refiriéndose a Aquiles, que “ahora sabe que nunca alcanzará a la tortuga / pero está decidido a perseguirla / cada vez más deprisa”. Y Aquiles somos todos.

En este borde del abismo en el que se mueve la humanidad, ¿cuál es la esperanza? ¿No pasaría por valorar los cuidados, de las personas, los animales, el planeta?

-La única esperanza reside también en el ser humano, en su inmensa capacidad de empatía, de amor y de generosidad que cada día libra un combate a muerte contra su capacidad igualmente inmensa de egoísmo, de odio y de vileza. Siempre ha sido así. Y para inclinar la suerte del combate hacia el lado correcto, disponemos del conocimiento, la sabiduría, los valores y la cultura que hemos ido acumulando a lo largo de la historia. Si los perdemos u olvidamos, el desenlace de esa lucha es imprevisible.

Y la esperanza, también, es cada nuevo día. Vivirlo como si fuera el último. “Empezar Nuevamente” siempre, a lo que aluden sus versos.

-Esa épica de lo cotidiano representa una forma de esperanza, pero tal vez no sea suficiente. En cierto modo eso es lo que proponía Epicuro, el filósofo griego, retirarse a una vida despreocupada en su jardín rehuyendo cualquier compromiso con la sociedad. Ningún epicúreo salvaría el mundo. Y en la segunda mitad del siglo XX nuestra sociedad occidental se ha vuelto excesivamente epicúrea. Por eso, si tuviera quedarme con un único verso del libro, preferiría el que dice: “Hay que desenterrar al ser humano”.

“Si el ser humano ha hecho algo útil y bueno en el mundo, está en la filosofía, en el arte, en la literatura y en la música”

“La velocidad es, desde luego, uno de nuestros grandes enemigos, pero estamos entregados ciegamente a ella”