Entregados, emocionados, sudorosos y felices. Así han vivido Fito y sus Fitipaldis el concierto especial de la noche del sábado en San Mamés, con las colaboraciones de Leiva, Iñaki Uoho, Dani Martín y Carlos Tarque. Ese estado de trance, cercano al nirvana, podría extrapolarse a las 47.000 personas que asistieron al concierto en el estadio, que fue retransmitido en vivo y al que visitó la lluvia. Juntos, golearon y desataron la tormenta perfecta al recuperar viejos y nuevos himnos en el primer gran concierto post pandemia de Bilbao, donde Fito, en su gira Cada vez cadáver Tour, se mostró más vivo y ávido de cantar que nunca.

La bilbainada, una "majarada" que pudo verse en todo el mundo a través de la retransmisión íntegra del concierto de Fito por varios medios, GRUPO NOTICIAS incluido, salió bien. Muy bien, diríamos. Hay que retrotraerse mucho en el tiempo, incluso antes de la pandemia, para ver las caras de felicidad de la gente que ha reventado San Mamés. Juntarse sin mascarilla, abrazarse, corear estribillos, alzar los brazos al cielo y hasta derramar alguna lágrima que otra -personas jóvenes y maduritas, niños y hasta rockeros tatuados- confirmó que, como reivindica Fito, la vida es mejor con música.

Y para cientos de miles de personas, con la suya, más todavía. Se evidenció a las 22.00 horas, cuando con puntualidad británica debido a su retransmisión, se inició el concierto tras la proyección de un corto en el que Fito, como un zombi animado, pasaban de cadáver a ser vivo antes de enchufar su instrumento y ametrallarnos con A quemarropa. El disparo eléctrico tuvo respuesta inmediata en los "oh oh oh" bajo el escenario. Fito respondía que le resbalan las balas mientras sus Fitipaldis y él, con su sempiterna gorra, aros en las orejas y su perilla de chivo, se adueñaban del escenario, de 59 metros de anchura.

Enorme, sí. No lo necesita Fito, cuya propuesta sigue igual, tan sencilla como efectiva. Tocar rock´n´roll, con largos solos y desarrollos. Lo haría igual en un bar, como al principio de Platero y Tú; eso sí, ya más calmado. Y feliz y agradecido. "Gabon, eskerrik asko por habernos esperado. Solo faltaba la lluvia para que fuera Bilbao", ofreció al público, extasiado desde el inicio, cuando sonaba la molona Lo que sobra de mí. Los corazones hacían ya "bon, bon, bon" antes del relevo y de que sonara el clásico Por la boca vive el pez, mientras Fito le guiñaba el ojo a Dire Straits y después a La Cabra Mecánica.

DIRECTO, POTENTE Y BIEN

Así sonó casi siempre Fito, ayudado por el despliegue técnico del concierto, con un sonido de 300.000 watios que complementaron otros 600.000 de iluminación, para ver desde la distancia del graderío la evolución de los músicos, reforzada en las tres pantallas -enorme la trasera, donde colaban a veces el logo del grupo e imágenes sugeridas por los temas- con sus tres millones de píxeles. Dispuesto a devolver el cariño que recibe por su sencillez y autenticidad, siguió rebajando la deuda alternando clásicos como Whisky barato con piezas noveles como el acerado Cielo hermético, que compartió con Dani Martín, primer invitado en la velada.

Con los corazones desbordados, ya que "las cosas importantes son las que están detrás de la piel", la comunión -como en el gospel, con el diálogo artista y público muy fluido- se fue incrementando gracias a Fitipaldis, más rockosos con la pegada del batería Coki Giménez y liderados, como siempre, por los solos sprinsgteenianos del saxofón de Alzola y las guitarras de Carlos Raya, omnipresentes, respectivamente, en temas como Entre la espada y la pared o el rockero En el barro.

COLABORADORES

Y "como la vida se nos va", como canta Fito, fueron apareciendo los colaboradores. Los Morgan, como en toda la gira, se lucieron en Quiero gritar, haciendo un guiño a Blame it on the boogir, de The Jacksons, y el primero de los colegas invitados especiales fue Uoho. Fito presentó al viejo colega casi entre lágrimas de emoción antes de atacar con convicción Hay poco r´n´r, a lo AC/DC, con Iñaki recordando a Angus Young. Hubo bastante, como probó El roce de tu cuerpo, otra concesión a los Platero, que tocó la patata a los más veteranos. Leiva se lució con Viene y va, y el vozarrón de Carlos Tarque retumbó en Tarde o temprano.

La magia se empezó a gestar a las 19.30 horas, desde que Nina, la líder absoluta del grupo Morgan, entonó "waiting on the side of the road, I take my time to stop", el primer verso del baladón Alone. Huelga decir que no estaba sola, que en la pista ya aguantaban los nervios varios miles de fans, que reaccionaron entusiasmados ante los guiños a Pink Floyd y a la música de raíces estadounidenses que propuso el quinteto en su repaso a sus tres discos. Optaron por la caña con Paranoid fall, Attemption, Oh oh, la bailable Another road y bajaron decibelios en la balada Sargento de hierro.

Siempre acosadas por el sirimiri y propulsadas por la batería de Ekain Elortza, las guitarras, los teclados y la voz privilegiada de la vocalista, demostraron su dominio -y respeto- por el hard rock, el soul, el r&b, el country, la psicodelia, el funk y el folk más clásico. Y el Athletic, camiseta incluida.

Después, a las 20.30 horas, el rock euskaldun se adueñó del estadio de San Mamés con Gatibu. Ya curtidos ante 10.000 fans en el BEC, en el ZEID Fest, hace dos meses, en San Mamés echaron el resto desde que su líder, el cantante Alex Sardui, entonó Bing Bang Txi txiki bang bang, entre sus habituales bailes robóticos, siempre con la guitarra de Haimar Arejita como lugarteniente principal y Ekain, hijo del Fitipaldi Javi Alzola, al bajo.

Hubo caña rockista, bailes desenfrenados, estribillos pop coreados febrilmente y hasta algo de funk en el repaso a himnos como Egurre emon, Bang bang txi txiki bang bang, Salto!, Aske maite, aquel Urepel al que Fito puso voz o Uritan dantzan, en el que demostraron la realidad de sus versos iniciales: "bizirik nau ta holan sentitzen naz".