Con más de 30 funciones de rodaje, La tarara llega al Festival de Teatro de Olite de la mano de su directora, Agurtzane Intxaurraga. Se trata de una dramaturgia compleja, un texto de Josi Alvarado que cuenta la historia de una niña que no recuerda su pasado y, a la vez que construye su memoria y encaja las piezas, también lo hace el público.

¿Qué va a encontrarse el público?

–Es un texto muy poético que tiene cierta dualidad: su inspiración ha sido por un lado el lirismo de Lorca y por otro el tecnicolor de Almodóbar, combina muy bien la poética con escenas de diálogos muy cercanos y barriobajeros. Cuando lo leí me cautivó. Y la historia tiene una gran virtud: tiene un doble juego y hace saltos en el tiempo; está contada desde el hoy, pero la trama ocurre cuando la protagonista tenía nueve años. La música tiene muchísima importancia y es parte de la propia dramaturgia. El texto habla sobre el perdón y la diversidad, pero tiene temas muy concretos: el abuso sexual infantil, los malos tratos, la prostitución, la marginalidad. Es un thriller poético, una tragedia contemporánea en la que la gente va a encontrar muchos momentos de belleza estética y dramatúrgica.

¿Qué fue lo que le llamó de este texto para elegir representarlo?

–Llevo muchos años haciendo teatro social, con una estética poética, y cuando lo leí me recordó mucho a nuestro estilo, lo sentí muy cercano a los textos que habíamos escrito y a nuestra estética dramatúrgica. Además, yo siempre trabajo con narrativas no lineales.

¿Cómo ha sido el trabajo de producción y qué dificultades han tenido?

–La obra me parecía tan maravillosa que lo llevaba bastante claro al ensayo. El mayor problema ha sido que para un reparto de seis tenía a nueve actores, por problemas de calendarios he tenido que doblar a tres de los personajes. Eso ha sido lo más complicado y lo que se está convirtiendo en pan de cada día. Es un trabajo duro. Lo que trabajaba el día anterior, al siguiente tenía que empezarlo de cero, y tenía la sensación de que no avanzábamos. Para los actores también ha sido un desafío, porque tienen que trabajar esa dualidad y ha sido un trabajo arduo. Me tomé la libertad de separar el personaje de la niña en dos (la violinista y la que habla) y creo que dimensiona lo que le pasa y ha sido un acierto total. Que la obra no tenga una narrativa lineal no me genera conflicto; al revés. Me gusta y me hace estar fuera de la zona de confort. Es una obra arriesgada, los temas son actuales y creo que el de los abusos sexuales a niños tiene que estar ahí. Estoy muy orgullosa de haber producido este espectáculo.

¿Qué le gustaría aportar al festival?

–Sé que María Goiricelaya y Ane Pikaza han apostado por la igualdad de género en todas sus facetas y me parece maravilloso que eso sea una parte del festival. Mayormente son en masculino y eso nunca se dice; en este caso es una excepción y yo me alegro de ser parte. También pienso en si hubiera cogido La tarara si hubiera sido un director hombre. Yo espero, al revés, que nadie piense que está aquí porque lo dirige una mujer.

¿Cree que las mujeres directoras tienen el lugar que les corresponde?

–Hay bastante camino por hacer. Las mujeres directoras o dramaturgas están emergiendo y obteniendo su lugar en los últimos años; yo llevo 33 años en esto, y los techos de cristal existen, aunque haya mucha gente que no los quiera ver porque son transparentes. Pero existen. Las que llevamos muchos años en esto nos hemos golpeado con ellos. Cada vez que rompes uno es un logro, pero no deberíamos romperlos, porque no deberían existir: deberían derretirse. Espero que dentro de cinco años nadie tenga que decir que todavía hay que trabajar por el festival paritario. Pero nosotras también tenemos que hacer ese trabajo de empoderarnos. Hay que hacer un trabajo de empoderamiento y de igualdad en el que los hombres tienen que trabajar también. Todas podemos ser directoras, guionistas, barrenderas, astronautas. El problema es que no nos han dado la oportunidad de serlo. Eso ahora cuesta y hay que trabajar por ello, pero no solo nosotras. Lo tendrían que hacer todos los festivales, sin planteárselo.

¿Qué supone, como directora, traer una obra a este festival?

–Tengo un cariño especial a los Festivales de Olite, porque a los 19 fui a hacer un curso de danza y a partir de ahí dejé lo que estaba haciendo y me embarqué en las artes escénicas. Para mí, Olite es un sitio especial. Durante años, el festival me ha parecido inalcanzable, y que estemos allí se me hace dual: voy a ir a casa y a la vez puedo estar en ese festival que tiene ese nombre y ese prestigio, y va a ayudar al espectáculo a dimensionarse.

¿Qué sentimientos o mensaje pretende transmitir la obra?

–Sensibilizar con el tema de los abusos sexuales infantiles, que ha estado muy oculto y ahora empieza a aflorar, pero solo cuando son de curas o profesores. Todavía se habla muy poco del abuso en el círculo privado. Eso es muy difícil y creo que este espectáculo puede ayudar a sensibilizarnos. El otro gran tema es el perdón a uno mismo, que también nos cuesta. El tercero es la diversidad de género, que hay que seguir trabajándolo. Las artes escénicas son una herramienta de concienciación y sensibilización ante los problemas, mostrándolos con un punto de vista creativo que ayuda a entenderlos. Creo que este espectáculo puede ayudar a sensibilizar a la sociedad ante grandes problemas.

¿Qué le espera a futuro a la obra?

–Estamos tratando de hacer la difusión para estar el año que viene en el estado y nos quedan algunas actuaciones por el País Vasco. Ya hemos hecho en torno a 30 funciones, y el año que viene estamos cerrando cinco fechas para Navarra. Ahora en octubre nos vamos a Zaragoza y estaremos en las jornadas de teatro vasco de Azpeitia; yo espero que tengamos un largo recorrido.