Pintura. Pintura como terreno de libertad, como motivo y motivación para tratar de entender el mundo que habitamos, para pensar sobre él y construir nuevas miradas hacia la humanidad. Es lo que encontrará el visitante que se acerque este mes de agosto al espacio Apaindu Art de la calle Curia, en pleno casco viejo de Iruñea, donde podrá disfrutar de la exposicion Txandrioak (y vuelos varios) del pintor pamplonés Julio Pardo.

Una muestra de su trabajo más reciente con más de una veintena de obras realizadas en este último año –excepto dos anteriores–, que en conjunto componen una mirada al arte pictórico y al interés que suscitó en determinada época de cambio. Una mirada fresca y colorida, aunque también sesuda, teñida de ironía y humor, que logra provocar asombro y apertura de mentes desde cuadros de un surrealismo figurativo. 

Pintura como vuelo y juego con riesgo de caída y posibilidad de seguir adelante. Un lenguaje y un arte en el que Julio Pardo (Pamplona, 1957) encuentra esa libertad que en el día a día a menudo se nos niega. “Ya hay un montón de espacios que son súper normativos y normalizados, y tenemos la suerte de que la pintura no lo es; en el arte puedes crearte el mundo, y ese terreno de libertad merece la pena”, dice el pintor pamplonés afincado en Donostia. 

Esos chandríos a los que alude el título de su exposición son “todas las pifias que te permiten luego seguir volando aun asabiendo que la mayoria del vuelo lleva a la parte de abajo, a la torta”. Pifias a las que él mira “sin nada de pesimismo. Con humor. Intentas, sin más, disfrutar con el proceso”, sostiene Julio Pardo respecto al quehacer en el arte y en la aventura de la existencia. 

Un visitante, ante uno de los cuadros de la exposición. Iban Aguinaga

Los cuadros que comparte con el público en Apaindu, realizados en pintura acrílica sobre tela, surgen de conexiones que siempre han interesado al autor entre el mundo político, el mundo económico y el arte, y ponen el foco en un periodo de cambio, el final de las vanguardias de los años 30 y la reconstrucción posterior, y en la idea de “trabajar sabiendo que no son posibles las grandes utopías”. Aunque cada obra tiene su propia historia y su propia reflexión detrás, todas tienen en común el hecho de que parten de imágenes reales, fotografías históricas que Julio Pardo observa, sobre las que se documenta y piensa para “darles una vuelta”, llevarlas a su terreno, apropiarse de ellas “para proponer nuevas lecturas, nuevas miradas”. “Es un proceso de conocimiento histórico a partir del cual voy rehaciendo y explorando la manera de crear una tensión”, explica este pintor en cuyo universo, colorista y cercano al pop, el paisaje y el retrato son géneros clave.

Vuelos y retratos

Hay en esta exposición muchos personajes de mitad del siglo XX: el lehendakari José Antonio Aguirre, que tuvo que esconderse durante la Segunda Guerra Mundial, quedó atrapado y exiliado en Francia, y pasó una época en Berlín, “disfrazado, dejándose bigote”, tal y como aparece inmortalizado por el pintor navarro; también Eisenhower y el general Patton, “en un momento en que, al final de la Segunda Guerra Mundial, encuentran un montón de cuadros guardados por los alemanes en Austria, en unas minas de sal, obras que habían ido ramplando de muchos museos”; el artista estadounidense Jackson Pollock, impulsor del expresionismo abstracto como alternativa a los moldes clásicos de pintura; Lee Miller, modelo, fotógrafa y luego corresponsal de guerra que tuvo gran relación con Picasso y Man Ray; Stalin, retratado a su muerte por Picasso por encargo de un periódico comunista de París;los Rockefeller, ataviados aquí con mantel de sidrería; el mariscal del Tercer Reich Hermann Göring, “muy aficionado al arte y uno de los que más obras acumuló durante la Segunda Guerra Mundial, de todo lo que les quitaron a los judíos”; Churchill, prolífico pintor desde muy joven que apreciaba este arte como terapia relajante, e incluso el dictador Franco, que también hizo sus pinitos en los años 50, cuando pintó varios paisajes y bodegones de caza.

Son elementos históricos que ofrecen al pintor una posibilidad de reinterpretar, releer o buscar un significado distinto a la historia de la humanidad. En realidad todos surgen de la sensación de que la pintura es un campo de libertad donde puedes hacer lo que te parezca. 

Los vuelos, metáfora de la posibilidad de reconstrucción tras la caída, y un retrato de José Antonio Aguirre. Iban Aguinaga

“El arte probablemente no ha cambiado nada o casi nada, pero ha interesado a todo el mundo que intentaba cambiar el mundo en un sentido u otro. Me interesa cómo el poder toma el arte como un espacio interesante para la propaganda. Y a partir de ahí no tengo ninguna cortapisa en darle vuelta y en trabajar para buscar un clic, un algo que haga a la imagen coger otra vida nueva”, dice Julio Pardo. Y vaya si lo logra. Con ironía, humor y frescura compone unas obras que, aunque ligeras a la vista, tienen mucha enjundia detrás.

Desde un fotograma de la película La vida de Brian hasta la lucha por la dignidad y la justicia en el drama de los refugiados en el Mediterráneo abanderada por la capitana de barco alemana Carola Rackete..., cualquier tema puede encender la chispa de la creatividad de este pintor, en cuyo universo los vuelos se repiten.

“Supongo que tiene que ver algo con la frustración. Parece que todos los aviones vuelan muy bien, y resulta que hay infinitos aviones que se caen. Esa frustración, esas pifias que continuamente se producen, nos permiten avanzar, y en este caso en la pintura el vuelo es una metáfora de la posibilidad de reconstrucción después del fracaso”, cuenta. 

El absurdo de nuestro mundo se hace patente en estas pinturas surrealistas. “Intentas ordenar lo que pasa y esto no hay dios que lo ordene; primero porque me parece que no hay dios, y segundo porque no hay manera de ordenar lo que continuamente los seres humanos vamos desordenando, desajustando o desequilibrando”. 

Esas ideas que si se piensan en bucle pueden llevar al pesimismo o la pasividad, a Julio Pardo le activan y le ponen a trabajar, a reflexionar, a bucear en la historia para conocer unos elementos que luego él se aventura a cambiar, siempre con el reto de “llegar plásticamente a algo que merezca la pena”. Un intento que no sabe racionalizar, ni falta que hace. Ya está ahí, en la pintura, conectándonos, cogiéndonos de la mano para, por lo menos, tirar hacia delante.