Hilda Paredes (Tehuacán, México, 1957) es una de las compositoras mexicanas más reconocidas y una de las primeras figuras de su generación. Ha recibido numerosos premios internacionales y su obra ha sonado en todos los continentes en festivales y salas tales como Wigmore Hall, Huddersfield Contemporary Music, ECLAT, Ultraschall, Festival D’Automne, Wien Modern, Festivales Akiyoshidai y Takefu, Festival Internacional de Música de Melbourne, Festival de Artes e Ideas en los Estados Unidos, el Foro de Música Nueva o el Festival Internacional Cervantino de México, así como en España. 

¿Qué le parecen estos encuentros que vienen a reunir actividades de cultura, pensamiento y arte bajo un mismo paraguas? 

–Para mí es súper interesante. Es una manera de reubicar la música en un contexto actual y en un universo donde las preocupaciones y las sensibilidades resuenan en todas las disciplinas. La música contemporánea tiende a estar en una burbuja cuando realmente es una expresión de los problemas actuales, y tiene mucha resonancia con las artes visuales, las propuestas conceptuales y los nuevos lenguajes sonoros, así que esta programación es una nueva manera de atraer nuevos públicos pensantes y sensibles.

En el programa dedicado a la música contemporánea de los Encuentros 72-22 están presentes otros/as compositoras/es como Teresa Catalán, Tomás Marco, José María Sánchez-Verdú... ¿Qué le parece la selección? 

–Les conozco desde siempre, son colegas. A Teresa Catalán la conocí en los 80, coincidimos en los cursos de Donatoni, y a Tomás Marco lo conozco muy bien. A Sánchez-Verdú es al que menos conozco, y, curiosamente, con Irene Galindo coincidí en un zoom durante la pandemia. Ruth Prieto organizó una sesión sobre el problema de género y ahora estoy encantada de tener la posibilidad de conocer su trabajo en vivo. Porque la música contemporánea hay que escucharla en vivo.

¿Por qué? 

–Es la forma ideal de hacerlo. Ahí ves todas las diferentes maneras de tocar los instrumentos que muchos compositores proponemos para poder crear ciertas sonoridades que no existen en la música clásica.

Estos Encuentros hacen referencia y homenajean a los Encuentros que se celebraron en 1972, de los que Luis de Pablo fue uno de los directores. Además de su música, aquí también sonaron las composiciones de John Cage, Polonio, Xenakis... ¿En qué medida estos creadores han influido en su carrera?

–Son referentes para mí. Yo tendría 15 años cuando en un lapso de uno o dos años visitaron México John Cage, Xenakis... Apenas un grupo de gente iba a verlos, entonces no muchas personas sabían de esto, pero a mí me cambiaron la vida. Ese fue el impulso que me destapó la imaginación y me hizo volar la fantasía sonora.

¿Qué puede aportar la música contemporánea en este momento tan convulso que vivimos a todos los niveles?

–La música tiene mucho poder, llega muy profundo. No solo está construida a partir de conceptos, como es más propio del arte contemporáneo actual o de los debates filosóficos. Mira, en uno de los diálogos de ayer (por el domingo 9 de octubre), Adriana Cavarero hablaba de la revolución y de las nuevas propuestas. Y esto me plantea una analogía sobre llevar la filosofía a la música. Creo que ahí es donde la música contemporánea vive, en esa revolución y en esa búsqueda constante, cotidiana, de nuevas sonoridades, de nuevas propuestas... De nuevas maneras de escuchar que pueden llevar a nuevas maneras de pensar. De algún modo, la música contemporánea es muy utópica porque los compositores estamos proponiendo nuevas estéticas, nuevas maneras de ver el mundo.

Desde la organización de estos Encuentros se tiene el convencimiento del poder transformador de la cultura. ¿Cree que es así, que la cultura tiene esa capacidad?

–Estoy absolutamente de acuerdo. Te cambia tu vida cotidiana. Y si nos centramos específicamente en la música, te puede cambiar el día.

Empezó su carrera profesional como intérprete de flauta, ¿cuándo decidió encaminar sus pasos hacia la composición?

–Bueno, yo empecé a escribir música muy joven, hacia los 16 o 17 años, pero cuando me vine a vivir a Europa, y más que nada por subsistencia, trabajaba como intérprete, sí. Fue a partir de mi contacto con Peter Maxwell Davies, en el curso de verano de Dartington School, y el impulso positivo que recibí de él y la resonancia que su forma de pensar tuvo con la mía, cuando empecé más en serio y desde entonces no he dejado de componer. Gradualmente, la composición fue ocupando todas las horas de mis días.

¿Ha sido difícil siendo mujer y no teniendo muchos referentes femeninos en los que inspirarse o de los que nutrirse?

–Esto ya está cambiando. Sinceramente, yo era muy idealista, y creo que lo sigo siendo, y he confiado mucho en el poder de la música. Ingenuamente, si quieres, siempre creía que la música lo podía todo. Es verdad que me he topado con situaciones de las que no quiero hablar porque no me quiero ni acordar, no merece la pena; hay cosas más positivas en las que pensar. Nunca he sido militante en los grupos de la mujer en la música porque me parece que hay un cierto riesgo de autosabotearte o de aislarte. Sin embargo, el problema de género se ha manifestado en todas las obras que he escrito para la escena.

Ha preferido abordar esta cuestión desde el trabajo.

–Sí, está ya en la primera cosa que escribí para la escena, una obra de los años 80 que hice para el proyecto de música contemporánea del Covent Garden. Es una pieza corta titulada Agamenon toma un baño (Agamemnon Takes a Bath), que viene a plantear la caricatura de un macho. Es la historia de Agamenón, que regresa de la guerra y despliega su discurso de fanfarronería de un modo que merece que lo maten (ríe). Y Clitemnestra lo hace con la simpatía del público.

¿Como docente, intenta trasladar los referentes femeninos al alumnado para que su formación se enriquezca?

–Yo no tengo ningún trabajo fijo en una universidad, mis estancias suelen ser cortas, de seis meses, un año... Y, aunque esto está cambiando, lo cierto es que antes existía el problema de que mucha de la música creada por mujeres, sobre todo música clásica, no se ha conservado. Por eso mis referentes siempre fueron hombres. Mis referentes mujeres las encontré en otras disciplinas (en este momento de la entrevista cruza por delante de Paredes la fotógrafa mexicana Graciela Itúrbide, que está impartiendo un taller en Baluarte y hacia la que la compositora siente una gran admiración). Y creo que para poder darles referentes de compositoras a las nuevas generaciones necesitamos el espacio, que nos den el escenario. Afortunadamente, desde hace algunos años esto está empezando a suceder.

¿Cómo creadora, de dónde nacen sus ideas; vienen siempre del mundo de la música o también de otros ámbitos?

–Depende, pero en primera instancia, de los instrumentos para los que escribo; en segunda instancia, de los músicos para los que estoy trabajando, si es un encargo, y también del proyecto en sí mismo. Por ejemplo, en el caso de Juegos prohibidos, fue una petición de Vincent Domínguez para que hablara de la problemática de la frontera entre México y Estados Unidos. En su momento estaba sucediendo lo de los niños en centros de detención y yo escogí esta manera de poder enfocar el desarrollo musical. Pero, ante todo, de lo que parto es de las posibilidades instrumentales que he ido elaborando a lo largo de los años. Mi paleta sonora se ha ido enriqueciendo con la experiencia.

Los temas sociales están presentes en varios de sus trabajos. ¿Cómo los plasma en la música?

–Así es. En el caso de Juegos prohibidos, tomé un par de melodías infantiles mexicanas que durante la obra son destruidas, como la infancia es destruida con esta experiencia. También he trabajado mucho con lenguas indígenas mexicanas, sobre todo con la lengua maya, en colaboración con la poeta Briceida Cuevas. En mi trabajo de escena El palacio imaginado introduzco esas lenguas y las voces de poetas contemporáneas que escriben en sus lenguas para representar a los pueblos oprimidos por una historia de más de 500 años de imposiciones culturales que vienen de fuera. La obra se refiere a que, en esa situación, solo es posible sobrevivir si te vuelves invisible. Sombras que no se ven, pero que se escuchan. El personaje principal es un dictador y con él represento la impunidad de tantas dictaduras en la historia de Latinoamérica.

A pesar de vivir en Europa desde hace mucho tiempo, esa raíz mexicana siempre está ahí.

–Sí, claro, incluso más fuerte, porque lo veo todo desde fuera.

A día de hoy, todavía hay personas a las que les cuesta acercarse a los conciertos de música contemporánea. ¿Qué herramientas habría que usar para que superen esos miedos o prejuicios?

–Destaparse los oídos y estar dispuestos a sorprenderse. El entendimiento viene después. La música no maneja conceptos, maneja sonidos. 

Ha comentado que le gusta correr riesgos para hacer descubrimientos. ¿Se pone retos continuamente?

–Con la experiencia que tengo, ya tengo muchas herramientas y oficio, así que el reto actual es encontrar formas nuevas que me sorprendan.