Hay que verla sí o sí en pantalla grande. Sin desvelar nada, sin querer destripar ningún aspecto de la película, sin decir cosas que no son, Irati, el segundo largometraje del director alavés Paul Urkijo Alijo, requiere ser vista en una sala de cine porque cada detalle, por imperceptible que parezca, está pensado y realizado en esta película para ello.

Ha llegado el momento de que así sea. Después de estrenarse en Sitges y de pasar por varios festivales en los que no ha parado de ganar los premios del público –algo tiene el agua cuando la bendicen–, el filme llega este viernes a las salas comerciales. Es la hora del gran público.

“Me gustaría que viva una aventura, que se emocione, que viaje muy lejos en el tiempo. Que los espectadores compartan una historia de aventuras y de amor, porque es una película de amor hacia la espada y brujería, la mitología... Quiero que la gente sienta algo que hace mucho que no nota. Quiero decir, vamos a ver si Irati despierta un poco a ese niño o niña que disfrutaba tanto con las grandes películas de aventuras de antes”.

El realizador, guionista y productor vitoriano lo tiene claro. Argumentos le sobran a su propuesta para conseguirlo. A cualquiera que, aunque sea de manera superficial, le gusten los filmes de aventuras, fantásticos, con algo de acción, conspiraciones y luchas de poder, tiene una cita con esta película. Eso sí, Irati es mucho más que eso. Todo depende de hasta dónde se quiera profundizar. Por cierto, un consejo para los que no sean vascoparlantes: hay copias dobladas al castellano pero es muy fácil de seguir y muy gratificante de escuchar y ver la versión con subtítulos. Para los que sí lo son, cuidado porque, más allá del latín que también se utiliza, el euskera usado tiene su aquel, y aunque el oído se acostumbra rápido, al principio sorprende mucho.

De lo local a lo universal

Quienes ya hayan visto Errementari, el primer filme de Urkijo, encontrarán en Irati un sello personal muy sencillo de identificar pero también muchas diferencias tanto en las formas como en los fondos. Lo que no cambia es el gusto por cada detalle y el trabajo con el reparto.

Tampoco el hecho de que ambas películas toman a Euskal Herria como referencia para contar, en realidad, historias universales, compartidas, que cualquier persona en el lugar del mundo que sea puede sentir incluso cercanas.

En Irati cobra una especial importancia la fuerza creadora. Las mujeres, sean diosas o humanas, tienen un peso específico indudable. Por supuesto, también la naturaleza, a la que la cámara trata de manera muy especial, incluso con más mimo que al personaje que da nombre a la película, interpretado por una Edurne Azkarate de la que nadie diría que esta no es solo su primera producción como protagonista, sino además su debut en el cine.

Todo lo que tiene nombre existe. Es la frase que ha repetido siempre Urkijo a la hora de presentar su nueva propuesta, algo que cobra todo el sentido cuando se comparte la historia, un argumento que transporta al pasado para, en realidad, hablar de muchas cuestiones que hoy son actualidad, desde el medio ambiente hasta las luchas de poder y religión que siguen terminando en guerras y conflictos.

Por eso, como dice Azkarate, Irati es “una película visual y narrativamente muy conmovedora que también deja un poso de reflexión”, un filme, por cierto, que parece impropio de un cine como el español, donde es imposible encontrar algo parecido a lo que hace Urkijo. Ahí está otra de las grandes bazas de la propuesta, que presenta una factura final que no tiene nada que envidiar a nada con sello extranjero.

Ahora empieza la prueba

Atrás quedan los festivales y las cinco nominaciones a los injustos Goya. Es el momento de convencer al público, aún sabiendo que la situación no es la más propicia porque las salas siguen arrastrando las consecuencias de la pandemia. Aún así, a Irati no le faltan argumentos para salir bien parada.

Ejemplos se pueden poner varios. Es el caso de lo sucedido en Sitges. Tras el estreno, no pasó ni un segundo para que el filme estuviera en lo más alto de las quinielas para llevarse premio. También en la Semana de Cine Fantástico y de Terror hubo que organizar tres pases ante la demanda de entradas. Los tres se llenaron, por cierto. Y así se podrían citar otros casos. Es esa magnífica respuesta de la gente hasta ahora la que hace que haya que ser optimistas con el boca a boca.

“Productores extranjeros me han preguntado cómo hemos hecho Irati para intentar imitarla; eso ya te da una pista”, dice Eneko Sagardoy, el otro gran protagonista de este cuento en el que también tienen un papel esencial intérpretes como Ramon Agirre, Elena Uriz, Nagore Aranburu, Kepa Errasti y una Itziar Ituño a la que es imposible de distinguir y que tiene claro que el segundo largometraje de Urkijo es “una película del nivelón de El Señor de los Anillos hecha aquí”.

Por de pronto, lugares como la cueva de La Leze se muestran increíbles e impresionantes en la gran pantalla. Sitios en los que dos mundos parecen condenados a luchar por sobrevivir frente al otro. Menos mal que ella tiene a mano un eguzkilore. Bueno dos. El otro es para él.