Como los bluesmen y el viejo Dylan de la gira interminable, Bruce Sprinsgteen pertenece a la vieja estirpe de los músicos, esos que encuentran su razón de ser sobre los escenarios. Espoleado por el retraso provocado por la pandemia, el rockero de New Jersey, a sus casi 74 años de edad y tras seis en barbecho, abrió anoche en Barcelona el tramo europeo de su gira con un concierto de casi tres horas de duración rebosante de éxitos, temas recientes y algunas rarezas. Aunque herido y con cicatrices –vitales y físicas–, demostró otra velada más que, a su edad, todavía puede ofrecer un espectáculo de rock masivo entre guiños a su contundencia juvenil y al peso incontestable de un presente en el que él se siente un superviviente.

Se puede cuestionar su producción discográfica del siglo XXI, corregida con el reciente y notable Letter to You (2020), pero Springsteen nunca ha decepcionado en los escenarios. Tampoco el viernes noche en el arranque de su gira europea, en la primera de las dos veladas en las que actuará en el Estadi Olímpic Lluís Companys de Barcelona. Ante casi 60.000 fans entregados de antemano, él y su fiel The E Street Band, reforzada con hasta 16 miembros y esta vez sin su esposa Patti Scialfa, confirmó, como Robert Johnson, que parece haber suscrito un pacto con el diablo. Como un Dorian Grey rockero, el estadounidense confirmó que se puede ofrecer un espectáculo de rock de estadio contagioso, divertido y fiestero sin perder de vista la edad, los anhelos y problemas que conlleva ser un septuagenario.

En la cita barcelonesa, un espectáculo que excedió de lo musical y que se adentró en la crónica social con la presencia de VIPS como los matrimonios Obama y Spielberg, Springsteen supo equilibrar la esperada sucesión de éxitos –aunque obvió The River y Rosalita– con la presentación de su último disco, Letter to You, quizás su mejor álbum publicado en este siglo, en el que, pivotando sobre su edad, le canta a la fugacidad de la vida, el amor, la amistad, la muerte y la supervivencia en temas sentidos entre la electricidad y los pasajes acústicos.

Como siempre, sin aderezo escenográfico ni superfluo alguno y dejando todo el poder en manos de la música y una entrega incondicional, Bruce arrancó dando la bienvenida en catalán a Barcelona y Cataluña con el fogoso No Surrender, una oda a la resistencia y a no retroceder ante las adversidades, con la banda supurando electricidad y camaradería, especialmente él y su lugarteniente, el ahora enjuto guitarrista Steve Van Zandt, con quien compartió micrófono constantemente. Repitieron en Ghosts, la primera de las canciones nuevas, un rock´n´roll kamikaze y emulador de sus mejores momentos juveniles, en el que entre “el sonido de las guitarras” aulló “estoy vivo” antes de que otro de sus versos, “estoy en casa de nuevo”, cobrara vida con su regreso al escenario entre flashazos de su inigualable pasado, el de los años 70, al que nos retrotrayeron los solos de guitarra furiosos y acerados de Prove It All Night o la armónica arenosa de Promise Land.

Pasado y presente 

Las canciones juveniles de sueños, incertidumbre, anhelos, romanticismo, escapadas y derrotas –la mayoría pertenecientes a su época gloriosa, la de los 70– se intercalaron con las más recientes y maduras, las cuatro que interpretó de su último disco, Letter to You, cuya tema homónimo subtituló al catalán en las pantallas. Temas que reflejan el momento de un septuagenario que, como cantó en Last Man Standing, pieza central del álbum y el concierto, que dedicó a George Theiss, miembro de The Castiles, su primer grupo, se siente un superviviente, el "último hombre que permanece de pie" ante el panorama desolador de amigos que ha ido dejando en las cunetas de su trayectoria. De ellos nos acordamos, especialmente del saxofonista Clarence Clemons y del teclista Danny Federici, cuando sonaron a ritmo de jazz y blues las negroides Kitty´s Back y The E Street Shuffle, de su época juvenil, propulsadas por la arrolladora sección de metales, el percusionista y unos coristas que dejaron también su buen rollo y pases de baile en su versión de Nightshift, incluida en su último álbum de versiones de soul y r&b.

Sin la voz de antaño pero cumplidor y con un despliegue físico más comedido pero sin renunciar a las interacciones con el público, regalo de una armónica incluida a una niña en cuya camiseta se leía ‘I´m a rocker’, Springsteen mantuvo la columna vertebral del repertorio de su gira en USA a pesar de los múltiples carteles que portaban los fans con peticiones de temas, e intercaló rocks como Out in the Street con baladas como Brilliant Disguise, rarezas como la celta Pay Me Money Down y la festiva Mary´s Place, en la que se rindió a Cataluña con un aplaudido “us estimen”, con la ayuda de una banda experimentada y curtida que se acercó a la precisión de un reloj suizo a pesar de las obligadas incorporaciones recientes. Con las baquetas del poderoso Max Weimberg propulsando al grupo e insuflándole gasolina con el bajo de Gary Tallent, se salieron los guitarristas, el ya citado Van Zandt y Nils Lofgren, excolaborador de Neil Young tocado con sombrero de tahúr, que recibió su correspondiente salva de aplausos en sus solos de guitarra de Because the Night y The Rising. Y a la zaga, Jake Clemons al saxofón y el “profesor” Roy Bittan a las teclas, que brilló en las monumentales Backstreets -con Bruce mano al corazón- y She´s the One.

Karaoke masivo 

Cegados por su luz y en ocasiones por la del estadio, el público vivió el tramo final, ya dejada atrás Badlands, como una fiesta y una celebración constante. Bruce encadenó himnos como Thunder Road y Born to Run, y a pesar de la profundidad de algunos de sus versos, debajo del escenario se vivieron como si de un karaoke masivo se tratara. Populista, el rockero rescató también Glory Days, con Patti, Michelle Obama y la señora Spielberg, y Dancing in the Dark, estrenó en gira Born in the USA, nos encandiló con Bobby Jean y nos agitó con Tenth Avenue Freeze Out, con gran presencia de Jackie y su saxofón, con las pantallas recordando a Clarence y Federici, y con Bruce abriéndose la camisa mientras los fans se lanzaban al disfrute y a la contienda, mucho más física que emocional en la renovación de un amor por Barcelona que supera ya los 40 años. 

El pellizco -y esa magia nocturna a la que cantó- acudió de nuevo en la despedida, en solitario y formato acústico con I´ll See You in My Dreams, el tema que cierra Letter to You, también con subtítulos en catalán. En ella le cantó –a su amigo desaparecido y puede que también a sus fans– que “la muerte no es el final, nos encontraremos y reiremos de nuevo, te veré en mis sueños” después de regalarnos un viaje nostálgico –una carta de 28 canciones en modo concierto con espacio para el dolor, los temores y las dudas, pero también para la felicidad y el divertimento–, pero muy consciente por casi 60 años de entrega y pasión por la música como buen “prisionero del rock´n´roll”, pero también del folk, el jazz, el country, el r&b, el soul y el blues.

A esta altura de su vida, a sus casi 74 años, es probable que no le veamos ya nunca más en una gira eléctrica con banda, pero puede que sí en solitario, con guitarra, armónica y teclado, como en el tour de Devils & Dust que pasó por Madrid. Y, dada la situación, la suya y la de sus fans, la emoción puede ser incluso mayor. En cualquier caso, él seguirá ahí, en los buenos –y especialmente– en nuestros malos momentos, eterno y, mientras le respete la vida, como uno de los últimos supervivientes de la realeza rockera del siglo XX. Por cierto, no fue casualidad que Bruce eligiera Forever Young para que la gente desalojara el estadio.