El pintor pamplonés Carlos Ciganda ha muerto a los 81 años como consecuencia de una larga enfermedad. Pionero de la publicidad en Navarra ya retirado, dedicó su vida profesional a este sector durante más de 40 años, cuatro décadas en las que ejerció como director general de diversas agencias en Pamplona, así como de la oficina que la multinacional BSB Comunicación tuvo en Navarra. En la actualidad dedicaba su tiempo a su gran vocación, la pintura, afición que no dejó de cultivar desde que apenas contaba con 20 años de edad, realizando multitud de exposiciones por España y distintas ediciones de libros y calendarios.

Ciganda comenzó a exponer en 1964 en Eibar y San Sebastián. Su obra, que incluye homenajes a Munch o Modigliani, se puede conocer más a fondo en www.carlosciganda.com.

En su última exposición, Ciganda rendía homenaje al mundo del cómic. El artista realizaba en Torpedo un viaje a su juventud y a los buenos ratos que pasaba leyendo. “Mirando el cómic, me dije: ¿y si lo pinto? Y como entonces no tenía otra cosa en la cabeza, me dio por ello y 21 cuadros han salido a su manera”, explicaba Ciganda sobre la que, finalmente, ha sido su última exposición, inaugurada el pasado 19 de mayo.

“Yo pongo un poco de ironía en todo lo que hago. Soy así. Mi forma de vivir siempre ha sido un poquito bandida, y de divertirme mucho. Y eso se refleja en lo que hago. Uno tiene que ser como es”, afirma este artista, que tiene una anécdota con la duquesa de Alba que siempre recuerda con cariño", afirmaba en su última entrevista, publicada por DIARIO DE NOTICIAS coincidiendo con la apertura de la muestra en la galería Michel Menéndez.

“Durante muchos años, hacía un calendario con mis colecciones de pintura, y en 2010 hice una serie con Los cabezones. En ella había una pintura de un retrato de la duquesa de Alba. Al hacer los envíos antes de Navidad, incluimos la dirección de la Casa de Alba y le enviamos como detalle una copia del calendario”. Para su sorpresa, Carlos Ciganda recibió a los pocos días una carta certificada de la duquesa, agradeciendo el retrato y dando a entender que le había gustado mucho. “Me hizo especial ilusión”, recordaba el artista.

Pero no quedó ahí la cosa. “Cuando hicimos la exposición de Los cabezones, llamaron a la galería diciendo que eran de la Casa de Alba y querían comprar el cuadro. Resulta que ese cuadro ya se había vendido a otro cliente, y tuve que pintar otro porque la duquesa de Alba lo quería... Es la única vez que he hecho dos cuadros iguales”, cuenta Carlos Ciganda, que no exponía de manera individual en Pamplona desde 2014.

Estuvo casado con Merche Urrutia y padre de cuatro hijos, su funeral se celebrará este sábado en la iglesia de San Miguel de Pamplona, a las seis de la tarde.

El crítico y periodista Juan Zapater escribió este perfil del fallecido artista para su página web que reproducimos íntegro:

"Desconozco cuándo Carlos Ciganda dudó entre la pintura y la publicidad. Supongo que demasiado avisado para creer en la escalera celestial del mundo del arte y demasiado listo para practicar el culto al mensaje-masaje del escaparate del “advertisment” y las campañas promocionales, como el Rick de “Casablanca”, prefirió optar por ver pasar la existencia sin hacer concesiones.
Se intuye que no le gusta lo que pasa pero se percibe que él trata de vivir a (su) gusto. Así que, en la mitad de la nada, con el único propósito de permanecer fiel a sí mismo, Carlos Ciganda hace tiempo decidió pintar y, como no podía ser de otro modo, quiso forjarse un estilo propio.
Si lo determinante de un autor es poseer esos rasgos que lo identifiquen, hay consenso unánime en aceptar que Ciganda posee un inconfundible toque tan personal como su firma y tan reconocible como ese sabor a noche canalla de amores prohibidos que destila la mayor parte de los motivos de sus cuadros.
Han pasado los años y, a lo largo de ellos, las obras de este Ciganda epicúreo se muestran fieles a su ADN. Se perciben deseosas de sentir y ser sentidas y empeñadas en digerir lo que respiran y ven para ser filtradas por un irredento sentido hedonista comprometido con el placer y la belleza, con la amistad y la total ausencia de impostura y pretensión.
 Y un último pero decisivo ingrediente determina su universo plástico. Carlos lo hace todo con humor. No hay inteligencia si uno no sabe reírse de sí mismo y Carlos siempre sonríe. Lo hace tanto con la boca como con los ojos.
Por eso mismo, la cuestión es que Carlos Ciganda pinta contento y con prisa; sin otra pausa que la que le determina el tiempo que dura la acción de hacer… siempre que se esté divirtiendo. Si no disfruta, Carlos cambia de tercio. Y como va acelerado sin razón aparente pero razonablemente feliz, ha pintado mucho. De hecho ha recreado buena parte de la historia del arte.
En su transcurrir, Carlos Ciganda, de manera muy relevante, ha homenajeado a pintores que como él, retrataban mujeres; hablamos de Modigliani. Y lo ha hecho con el mismo fervor y respeto con el que también ha recreado al artista que mejor captó la angustia del final crepúscular del siglo XIX, Edvard Munch.
Si con Modigliani le unía su pasión por el cuerpo femenino, con el artista noruego su complicidad nace del misterio de ese “Grito”, cuatro veces que se sepa pintado por Munch. Todavía se discute si ese atormentado personaje grita o sufre el efecto de quien fuera del plano está gritando. El propio autor relató que aquel ensordecedor sonido provenía del mismo mundo, era él quien gemía. Sospecho que por esa deriva insensata que llenó el siglo XX de guerras, ignominia y atrocidad.
Esa no es la cuestión que aquí nos ocupa. El eslabón que se convoca en este espacio es otro. Si se detienen un instante comprenderán que en Carlos Ciganda, el misterio y la mujer obedecen a un mismo principio: el origen. Esa es la clave. No olviden que a este hombre no le gustan los finales, vive sobre todo para los buenos principios.
En su caso, él lo prefiere con humo de cine negro, bellas mujeres y tipos duros. Ellos dominan sus relatos de ciudades envilecidas por políticos corruptos donde la única redención posible se halla en esos bares de los que cada vez cierran antes y de los que cada día quedan menos.
Ahí surgen sus “torpedos torpedeantes” contra todo y al servicio de nadie.
En esta deriva vital, Carlos Ciganda se dedica a pellizcar a quienes admira, a quienes pintaron antes que él y a quienes a él, por los motivos que fuera, le merecen respeto y le siguen gustando.
Huelga decir que haga lo que haga, se inspire en quien sea que le sirva de pretexto, el resultado siempre es un inconfundible Ciganda atravesado por una mueca granuja, la de quien hace todo a su manera e independiente de todos.
Y eso es lo que se respira en sus dibujos, en sus esbozos, en sus cuadros.
Un latido al galope que hace que decenas de personas aficionadas a la pintura se sirvan de sus obras para pintar con su estilo.
Está bien que lo intenten pero, por más que lo imiten, no será en las cualidades de la técnica donde deberán buscar la clave de su hacer sino en una forma de vivir de las que escasean. Porque, y eso lo saben quienes algo saben de su universo, Carlos Ciganda es un personaje sin máscara, tan singular como único".