La dama oferente, de Picasso, acompañó durante muchos años en el Museo Reina Sofía a la obra más emblemática del pintor malagueño y quizás una de las más importantes de toda la historia del arte, el Guernica. Esto da la medida de lo importante que era para él esta disciplina artística. Aunque es su obra pictórica la que más difusión ha obtenido, la práctica de la escultura le acompañó desde los inicios de su carrera. Se calcula que realizó unas 700 esculturas, frente a 4.500 cuadros.

La mayoría las guardó para sí mismo. Tenía 85 años cuando permitió que el Petit Palais de París enseñara por primera vez docenas de esculturas que había guardado con celo. Pero la realidad es que Picasso imaginó, inventó, construyó o modeló formas escultóricas a lo largo de toda su vida. El propio artista llegó a argumentar que ningún arte es más o menos importante que los demás, “sino que son lenguajes y materiales diferentes” que le permitieron expresar aspectos concretos de su creación.

Coincidiendo con el 50 aniversario de su muerte, se han organizado diferentes actos y exposiciones, una de las cuales ha reunido algunas de las principales esculturas que realizó entre 1909 y 1962, y que abarcan la pluralidad de estilos que el artista utilizó para representar las formas del cuerpo humano. Porque la inabordable creatividad de Picasso necesitó desde los inicios del cubismo de la tridimensionalidad de la que carece la pintura.

Muchas de sus esculturas las guardó para sí mismo.

Picasso escultor. Materia y cuerpo es el título de la exposición que hasta el 10 de septiembre acoge el Museo Picasso Málaga y que, desde el 29 de septiembre y hasta el 14 de enero, se podrá ver en el Guggenheim Bilbao. Comisariada por Carmen Giménez, con la participación de la curator del museo bilbaino Lucía Agirre, reúne más de cincuenta piezas de distintos formatos y constituye un recorrido histórico por el cubismo, la abstracción, lo primitivo o el objeto encontrado.

Además de la impresionante La dama oferente, que abre la exposición, destacan también piezas como Cabeza de mujer, realizada en pleno auge del cubismo, en 1909, cuando Picasso modeló la cabeza de su compañera Fernande Olivier, transformando sus rasgos en facetas geométricas que condensa y torsiona para lograr en el medio escultórico lo que había experimentado en la pintura cubista.

En 1930 adquirió una mansión normanda del siglo XVIII y transformó uno de sus establos en taller, lo que le proporcionó por primera vez un amplio espacio para desarrollar su trabajo de escultor. Durante este periodo, su material predilecto fue el yeso y su musa, la joven Marie-Thérèse Walter, que con solo 17 años se convirtió en su amante y en modelo de sus obsesiones eróticas. De ella, se pueden ver varios bustos en esta muestra, que dentro de unos días viajará a Bilbao.

Más tarde llegaría la escultura modelada en yeso en la que los objetos encontrados sirven a Picasso para modelar o crear texturas. “Es el caso de Cabeza con casco (1933), en la que el artista experimentó con elementos como tuberías, malla de gallinero o clavos”, apuntan desde el Guggenheim.

Durante la ocupación alemana de Francia, aunque estuvo amenazado por la Gestapo y algunas de sus obras son destruidas por ser consideradas “arte degenerado” por los nazis, Picasso decidió quedarse en París. “La escasez de material, en especial del bronce, y la imposibilidad de exponer limitaron su trabajo, pero aun así durante este tiempo realizó algunas de las obras más destacadas de su carrera”, señalan desde el Guggenheim. En 1941 creó un busto monumental de Dora Maar.

Tras la guerra, en 1948, Picasso se instaló en Vallauris, cerca de Cannes, una etapa que coincide con los recientes embarazos de Françoise Gilot, con quien estuvo 10 años y tuvo dos hijos, Paloma y Claude. “Es en esta época cuando realizó su segunda propuesta de Mujer encinta (1950), en la que empleó jarras de agua para el vientre y los pechos, modelando el resto de la pieza”, destacan desde el museo bilbaino.

El recorrido concluye con Cabeza de mujer (1962), uno de los retratos de perfil de Jacqueline Roque, a la que representó con ojos prominentes, nariz aguileña y una cabellera oscura matizada por hebras de plata. “Esta pintura en tres dimensiones cierra un ciclo que Picasso inició buscando en la escultura aquello que la pintura no le podía aportar y el contagio imprescindible entre ambas disciplinas”, apuntan en el Guggenheim.