En realidad, la onomástica se cumplió el año pasado y ya fue convenientemente festejada con un concierto especial en el Wizink Center de Madrid. Aquella actuación fue grabada y publicada en forma de disco (Rock and Ríos and cía, 40 años después). En ella, el rockero andaluz estuvo acompañado por una serie de compañeros de profesión como Ariel Rot, Carlos Tarque, Santi Balmes (de Love of Lesbian) o Anni B. Sweet. Un año después, y consciente del carácter icónico del álbum homenajeado, el patriarca del rock nacional se ha echado a la carretera para afrontar quince fechas en las que revivir unas canciones que han marcado ya a varias generaciones.

El Rock and Ríos es uno de los grandes hitos en la carrera de Miguel, pero ni mucho menos es el único y, de hecho, ni siquiera es el más importante. El granadino comenzó en la industria desde abajo, trabajando como aprendiz en la sección de discos de unos grandes almacenes de su Granada natal. Ahí pudo conocer el negocio y comenzó a foguearse como intérprete con sus primera maquetas. Los inicios no fueron fáciles y le costó despegar comercialmente, hasta el punto de que estuvo a punto de abandonar su sueño y dedicarse a otra cosa. En 1968, su suerte cambió cuando publicó un single que incluía las canciones El río y Vuelvo a Granada. Dos años más tarde, pulverizó todos los registros con el Himno a la alegría, una canción basada en el cuarto movimiento de la 9ª Sinfonía de Beethoven. Hispavox, su compañía discográfica por aquel entonces, apostó fuerte por esa grabación, en la que intervinieron cien músicos, algo inimaginable hoy en día. La repercusión fue enorme, llegando a los siete millones de copias vendidas y alzándose al primer puesto de las listas de países como Estados Unidos, Reino Unido, Alemania, Francia, Italia, Canadá o Japón.

No quiso encasillarse como cantante melódico y volvió al rock, que siempre fue su principal influencia y su motor primordial. En los setenta facturó discos como Memorias de un ser humano o Los viejos rockeros nunca mueren, hasta volver a dar la campanada con su álbum de 1980, Rocanrol bumerang, que incluía la canción Santa Lucía, otro de los grandes himnos de su repertorio. Fue el preludio de este disco que ahora está rememorando, el Rock and Ríos, grabado en el año 82, y al que siguió una gira apoteósica, al igual que la inmediatamente posterior, El rock de una noche de verano, celebrada un año más tarde en grandes estadios de fútbol junto a Leño y Luz Casal, entonces todavía jóvenes promesas. 

En una carrera que ya ha superado las seis décadas de duración, y como sucede en cualquier otro ámbito de la vida, también ha habido fracasos y decepciones. Sirva como ejemplo aquella ambiciosa (y, quizás, adelantada a su tiempo) gira del Rock en el ruedo, en la que situaban el escenario en el centro de las plazas de toros, con el público rodeando a los músicos por todos sus flancos, en un montaje que costaba veintinueve millones de pesetas (unos 175.000 euros), y que terminó en la ruina económica. En Pamplona, sin ir más lejos, tuvo que suspender la actuación que habían previsto en la Monumental, el mismo lugar en el que, solo tres años antes y precisamente con el Rock and Ríos con el que ahora vuelve a Pamplona, había metido veintitrés mil espectadores. Este sábado, el concierto del Navarra Arena no solo servirá para recordar un disco mítico, sino también la trayectoria completa de un artista inigualable.