Cuando Miguel Ríos vino a Pamplona en 1982, en pleno apogeo del Rock and Ríos, actuó en la Plaza de Toros y asistieron a la cita veintitrés mil personas. El aforo del coso taurino es inferior, pero, a mitad de concierto, las puertas se abrieron y accedieron al interior muchos de los que se habían quedado fuera. Estaba entonces en la cresta de la ola y arrastraba mareas humanas allí por donde pasaba. En 2023, las cosas se han relajado bastante. Miguel es unánimemente reconocido como el gran patriarca del rock español, pero la histeria ha dado paso al respeto y la admiración. El sábado, tres mil personas se acercaron al Navarra Arena para conmemorar y revivir aquella época del Rock and Ríos. Algunos habían estado en el concierto de la Plaza de Toros. Otros ni siquiera habían nacido, pero se engancharon más tarde, narcotizados por el perfume de la leyenda. Pensándolo bien, tiene más mérito lo de este sábado, por lo que significa resistir cuarenta años desde entonces (más de sesenta en total). Todo un ejemplo.

Con exquisita puntualidad, a las 21.00 se apagaron las luces del Arena y la banda apareció en escena. Sonaron los primeros compases de Bienvenidos y, justo en el momento de empezar a cantar, apareció Miguel. A sus setenta y nueve años, llama la atención su estado de forma, manteniéndose todo el tiempo de pie y moviéndose bastante por el escenario; pero si su presencia física es buena, su capacidad vocal es impresionante. Pocos cantantes en España podrían medirse hoy en día con el granadino. En la pista, el público estaba sentado en sillas, igual que cuando vinieron sus amigos Serrat y Sabina; en la primera canción, la icónica Bienvenidos, fueron muchos los que se levantaron de sus butacas, algunos para no volver a sentarse en todo el concierto. Por cierto, que el estribillo de esta pieza se transformó en un rotundo “ongi etorri”.

La idea era repetir el repertorio del disco homenajeado, y eso fue lo que hicieron. Pero hubo sorpresas, como cuando subieron a cantar Serafín Zubiri (El Blues del autobús), Aurora Beltrán (Reina de la noche) y El Drogas (Rocanrol Búnerang). La banda, formada por siete excelentes músicos (incluía dos baterías), bordaba el sonido de cada canción, arropando con elegancia las baladas, como Santa Lucía, y enseñando sus dientes eléctricos en los tramos más desbocados, como Banzai. En definitiva, una emotiva noche para el recuerdo.