El 4 de marzo de 2004, falleció el filólogo Fernando Lázaro Carreter, autor de diversas ediciones de su Diccionario de términos filológicos (1953), de numerosos artículos de largo alcance reunidos en libros como El dardo en la palabra (1997) o El nuevo dardo en la palabra (2003), e, igualmente, de diferentes obras de teatro.

Quien también llegaría a ser director de la RAE, ya en 1976 recordaba a estudiantes y profesores del castellano que “toda lengua natural es un sistema de signos solidarios” y cada una de esas lenguas “posee una organización sistemática en sus ‘niveles fonológico, morfológico, semántico y sintáctico’, que es propio de ella y que la diferencia de las demás”.

Y, ya entonces, reconocía realidades poco menos que olvidadas (“la Península Ibérica careció de unidad lingüística antes de ser conquistada por los romanos”) y el 28 de marzo de 1994, diez años antes de la desaparición de tan importante filólogo y ensayista, quien fallece es el comediógrafo Eugène Ionesco.

Nacido en 1912, vivió en Bucarest hasta 1940 y debutó en 1950 con La cantante calva, pieza enormemente popular a la que seguirían otras de un solo acto, como Víctimas del deber (1953), otras más de tres actos, como Amadeo o cómo salir del paso (1954), nuevos éxitos (El hambre y la sed, 1966) e incluso una novela: El solitario, de 1974.

Ionesco, que igualmente escribió ensayos como Antídotos (1977) y El blanco y el negro (1981), es uno de los representantes esenciales del teatro del absurdo, al cual también pertenecen otros autores, como el irlandés Samuel Beckett.

Grandes autores, obras esenciales. Como las del escritor japonés Kobo Abe, nacido hace un siglo, el 7 de marzo de 1924; y la del singular Charles Bukowski, fallecido hace tres décadas, el 9 de marzo de 1994.