La vida a oscuras. Así se titula el documental que Enrique Bellande realizó en torno a la labor de Fernando Martín Peña, profesor, programador e investigador cinematográfico que posee una colección de más de 8.000 películas en su casa. Martín Peña, que estos días pasea por Pamplona, descubrió en 2008 en Buenos Aires media hora inédita de Metrópolis, de Fritz Lang. Sin duda, eso le dio fama internacional, pero él siente más orgullo cuando descubre películas desaparecidas, en ocasiones junto con sus directores, de las dictaduras argentinas o de otros períodos de la historia de su país. El asombro forma parte de su trabajo.

¿Nos puede dar alguna pista sobre la proyección de esta noche en Baluarte? 

–Y no, porque entonces no sería sorpresa (ríe). Esta sesión tiene que ver con las que hago en Buenos Aires todas las semanas y cuya gracia consiste, precisamente, en que nunca digo que voy a proyectar. Aquí me pidieron que hiciera algo parecido, pero con material relacionado con el documental, claro.

¿Conocía Punto de Vista antes de esta invitación? 

–Muy poco. Sabía que era un festival interesante. Tengo un amigo, Roger Koza, con el que hago un programa de televisión allá, y que me habló muy bien del festival, pero yo no había estado. Tampoco había estado en Pamplona.

¿Y qué le está pareciendo la ciudad? 

–¡Muy hermosa! Mañana por la mañana (por el jueves 14 de marzo) tengo libre y voy a aprovechar para caminar por ella.

Estudió en la Escuela de Cine de Buenos Aires. ¿Al principio quiso contar historias?

–No. Me interesaba una especialidad que había en la escuela, que era crítica e investigación, que solo hicimos dos personas porque luego la quitaron. Nunca me interesó filmar, sino conocer la historia. Yo vengo más bien del cineclubismo, que consiste en encontrar y proyectar. Cuando era muy chico, en Primaria, grabé algunos cortos en súper 8 y ahí descubrí que no disfrutaba del proceso de hacer películas.

Pero sí sabía que su camino era el del cine. 

–Sin duda, pero no tengo nada artístico ni nada que expresar, así que tuve claro que lo mío era mostrar lo que habían hecho los demás.

¿Y cómo comenzó a ser coleccionista? 

–Cuando era chico, me empezó a interesar el cine del pasado y esas películas solo se podían ver en la televisión, donde daban mucho cine, sobre todo norteamericano. Y cuando fui un poco más grande, me interesé por los cineclubes, pero no podía entrar en ninguno hasta los 18 años, así que, como todavía no había VHS, la única forma de poder ver esas películas era conseguir las copias. De esta forma empecé a vincularme con gente que las vendía y a investigar de quién eran las películas, cuándo se habían hecho, en qué lugar... Me pegó por ahí. 

"¡Con Milei no vamos a tener cine tampoco! Tiene una visión de las cosas que es completamente destructiva"

¿Por qué le parece que es importante conservar el patrimonio fílmico? 

–Hay un montón de razones. La más convencional suele ser decir que es una forma de arte, y el arte se conserva. Yo creo que hay algo más. La historia del siglo XX está documentada, registrada, de forma visual o audiovisual, así que conservar todo este material implica conservar la historia. Desde su existencia, el cine documenta hasta involuntariamente. Hay películas que son horribles, pero que contienen información sobre la ciudad en las que fueron filmadas, sobre cómo se hablaba o cómo se vestía en la época... 

¿En su trabajo encuentra mayoritariamente películas de cine argentino? 

–Sí. Argentina está en una situación particular respecto al resto del mundo, y es que no tenemos cinemateca nacional. El cine argentino ha sido, y creo que sigue siendo, muy importante. La llamada época de los estudios de Hollywood tuvo su réplica en México, en Brasil y en Argentina, donde hubo mucha producción y muy popular. Todo eso se fue a pique a mediados de los 50, fue reemplazado por un cine quizá más renovador y moderno, pero ninguno, ni el cine clásico ni el moderno, ha sido preservado. Y debe hacerse. El Estado no se encarga, así que algunos lo hacemos como podemos de manera privada.

Y eso que consiguieron que se aprobara una ley del cine y otra para que se creara la Cinemateca Argentina, aunque ninguna se ha cumplido. 

–Exactamente. Fue una idea de Pino Solanas. Armamos un grupo primero para compartir ideas y redactar la ley, y una vez llegó al Congreso y se sancionó, en 1999, nunca fue puesta en funcionamiento... Hasta donde llegamos armando otro grupo después fue a la reglamentación y a hacer una serie de acciones para concienciar sobre la necesidad de la preservación. En 2010 conseguimos la reglamentación de la ley y ni aun así tenemos Cinemateca. Y en este momento no la vamos a tener seguro.

Con Milei y su aversión por apoyar la cultura va a ser difícil... 

–¡Con Milei no vamos a tener cine tampoco! Tiene una visión de las cosas que es completamente destructiva. Pero, realmente, no tiene que ver con el dinero, porque el dinero que el Estado insuma al cine argentino es muy poco. Casi se autofinancia y podría financiarse del todo si se gravaran las plataformas, como aquí, en España. Históricamente, también se hacía en Argentina, pero esos impuestos no se han prolongado. Así que lo de Milei no es un tema económico, sino ideológico. La mayor parte de los artistas están en contra de sus ideas y eso le molesta. ‘Hay que dejar sin dinero a la oposición’, dicen por ahí.

Un momento del documental 'La vida a oscuras', de Enrique Bellande. Cedida

¿Cuando 2008 dio con la única copia del material desechado de ‘Metrópolis’ sintió que había encontrado una especie de unicornio?

–Es relativo. Tuve mucha suerte. Siempre me gustó el cine de Fritz Lang y amo a Buster Keaton y justo encontré media hora de Metrópolis y un corto de Keaton bastante desconocido. La verdad es que no me podría haber ido mejor, pero estas cosas las podría haber encontrado cualquiera en cualquier parte del mundo. En cambio, la filmografía completa de Hugo del Carril como realizador solo la podría haber encontrado en Argentina. Y lo mismo pasa con el cine que se hizo durante la dictadura de Onganía, entre 1966 y 1972, cuando se desaparecieron muchas películas, igual que cuatro cineastas durante la dictadura del 76. Todas esas películas desaparecieron, fueron destruidas y hubo que ir a buscarlas. Una apareció en Alemania, otra en Cuba... Y el rastreo se pudo hacer solo diez años después de recuperar la democracia porque había mucho miedo. Yo fui uno de los que trabajó en eso y me da más orgullo que lo de Metrópolis. Son cosas que tienen que ver con nuestra propia historia que si no recuperamos nosotros, no recupera nadie. 

Claro, la repercusión internacional llegó con el metraje extra de la película de Fritz Lang. 

–Lo entiendo, todo el mundo sabe qué película es Metrópolis. De hecho, la película ha mejorado con los fragmentos que le faltaban porque ha recuperado el ritmo que tenía originalmente. Y estoy orgulloso de haberla encontrado, pero lo otro no lo podría haber hecho nadie que no fuera de allá.

¿Recuperar el cine ‘desaparecido’ durante las dictaduras argentinas es una forma de hacer justicia? 

–Y sí. No quedaron ellos, pero sí lo que hicieron.

¿Cuál suele ser su proceso, el itinerario que sigue para encontrar y recuperar las películas? 

–Tengo tres maneras de hacerlo. Una consiste en buscar algo que sabes que existe y tienes que confirmarlo. En el caso de Metrópolis, había testimonios que decían que estaba en el Museo del Cine. Había que verla, eso sí, y para llegar a estas conclusiones hay que investigar. Otra cosa que hago es revisar todo. A veces, compro paquetes enormes de 200 o 300 rollos y nunca guardo nada sin verlo antes. Quiero ver qué hay, quién lo hizo, cuándo, dónde... Ahí ya los hallazgos son casuales porque no buscaste, sino que lo encontraste. El herrero, el corto de Buster Keaton,apareció así. Yo lo había visto, me lo sabía de memoria y me apareció en uno de esos paquetes. Podría haberlo guardado sin mirarlo, pero la vi y descubrí que en una parte de la película hace algo que no hacía en la que se había estrenado. Resultó que la original no le gustó ni al público ni a la crítica, así que la rehizo.

¿Y la tercera manera de trabajar? 

–Es completamente arbitraria. No estás buscando nada. Cuando vas a comprarle algo a otro coleccionista, nunca puedes comprarle lo que quieres, como si fuera un supermercado. Pero, cuando yo empezaba, existía una cierta oferta y lo más normal era encontrar cosas de las que no tenías ni idea. Era como tirarse a la pileta sin mirar. Muchas de las películas estaban muy bien, pero no tenían una legitimación crítica, y ahí el cineclub jugaba un papel importante, porque allí otra gente sentía, como yo, que eran buenas y las descubría. Eso me da mucho placer también.

"Me da más orgullo descubrir películas argentinas que 'Metrópolis'. Son parte de nuestra historia, y si no las recuperamos nosotros, no lo hará nadie"

En Pamplona hemos podido ver ‘La vida a oscuras’, el documental que Enrique Bellande hizo sobre su trabajo. ¿Cómo se sintió al protagonizar una película cuando acostumbra a estar siempre detrás, en las sombras? 

–(Ríe) La verdad es me resultó una experiencia bastante extraña y muy molesta cuando Enrique la estaba haciendo. Lo conozco desde hace muchos años y me gustan mucho sus películas, así que cuando me lo propuso le dije que sí. Para mí era molesto tenerlo todo el día encima, sobre todo poniéndome el micrófono. En medio de la filmación apareció una colección muy grande y se me olvidó avisarle... (ríe) El material estaba en un tercer piso sin escalera en un barrio muy peligroso y nos habían dicho que, si no queríamos que nos robaran el auto, solo podíamos ir el domingo a la mañana. Fuimos, sacamos todo y Enrique a día de hoy todavía me insulta por no haberle avisado (ríe).

¿Descubrió algo de sí mismo viéndose en la pantalla? 

–La película me gustó mucho. Me reveló la parte física de mi trabajo. En la pantalla se ve a un tipo parecido a mí que lleva películas de un lado a otro, manejando proyecciones... Y yo no soy consciente de ello. Me cansé viéndome en la película (ríe). De todos modos, a partir de lo que que yo hago, él armó una especie de personaje para contar el final del soporte fílmico y la transición a lo digital. Tiene un sentido más allá de mí.

¿Tiene una colección enorme de películas en su casa, qué futuro tendrán estos fondos? 

–Lo digo en la película: lo ideal sería que terminasen en manos del Estado. He visto muchas veces algo muy triste, y es que las familias de personas que han muerto y habían acumulado mucho material lo quieren liquidar por quedarse con la casa, con el dinero... En ocasiones lo entregan desinteresadamente, pero lo más frecuente es que lo hagan con desdén. Y a mí me gustaría que mi colección permaneciera, más o menos, como la armé y que se hiciera crecer. La única institución que podría hacer esto es el Estado, pero, ahora, en este Estado no estoy tan seguro. Por eso seguramente acabará en otros sitios como la Cinemateca Uruguaya o el Malba, en Argentina. En alguna entidad que la cuide.