Maiorga Ramírez (Tafalla, 1976) presentará este miércoles, 10 de abril, en Tafalla su primera novela, El ujier (Apache Libros), una historia negra ubicada en la trastienda del Parlamento de Navarra, institución de la que formó parte durante 20 años. Consciente de que generará “alguna controversia” por la posible identificación de personas, temas y/o situaciones, dice no haberse autocensurado, aunque cree que sería “bueno” que las personas que la lean separaran realidad y ficción. El autor conversó con este periódico en la Cámara, a la que regresó por primera vez después de su despedida en 2023.

La novela está dedicada a su ama. 

–Sí. Mi ama murió hace cinco años y siempre me transmitió la inquietud por cultivar lo artístico. Ella siempre trabajó en la mercería familiar y, en cuanto se jubiló, empezó a escribir pequeñas obras de teatro y a participar como actriz en grupos locales. Me insistía en que había que dedicar tiempo a la cultura, a todo esto que parece no tener relación directa con las cosas importantes de la vida, pero que es fundamental para el crecimiento interior. Y, como la echo de menos, le dedico la novela.

"Decidí que mi escritura tenía que estar libre de las censuras y autocensuras"

Presenta este miércoles, 10 de abril, en casa, en Tafalla. ¿Cómo vive estos momentos previos a soltar el libro del todo y a encomendárselo al público?

–Con muchos nervios. En mi vida política he estado acostumbrado a enfrentarme a lo público, a la valoración de las personas de mi partido y de la ciudadanía en general, pero esto tiene un componente de intimidad. Por eso lo hago con humildad. Como gran lector que soy, no puedo siquiera esperar compararme con grandes literatos. También me siento abrumado porque las personas que la han leído me ha transmitido que la novela, sobre todo algunas partes, les ha fascinado. Así que sí, estoy en una situación extraña, pero muy ilusionado.

¿Expectante? 

–Sí, porque es una novela que he escrito desde la valentía. Podía haber intentado no traspasar límites que impone el buen gusto o la moral que podría ser atribuible en literatura a una persona que ha tenido responsabilidades públicas, pero he creído que los personajes debían tener su crudeza y que no tenía que evitar los pasajes turbios. No me recreo en ellos, pero sí están presentes con la intención de que el lector o la lectora sienta un carrusel de emociones de manera que la novela no pase desapercibida.

¿Cuándo nació la idea de ‘El ujier’, antes o después de dejar el Parlamento de Navarra? 

–Fue justo en el momento en que me encontré con algo que es fundamental: tiempo. Durante 20 años he estado dedicado todas las horas a la actividad institucional y política. Y cuando dejé el Parlamento, continué con mi compromiso y con las responsabilidades políticas internas y me he dedicado a mi trabajo de profesor de Lengua y Literatura, pero me he encontrado con tiempo para poder generar ficción a partir de la realidad. Ser capaz de imaginar la cotidianidad de una manera mucho más misteriosa me encanta.

Seguro que es consciente de que habrá personas que leerán la novela con subrayador y tratando de identificar a algunos personajes con perfiles reales. 

–Estoy convencido de que mucha gente se va a ver reflejada en la novela. Y, evidentemente, dejo a criterio del lector y de la lectora considerar si determinados pasajes son frutos de la ficción o de la realidad. Yo no lo voy a desvelar porque entiendo que los lectores serán capaz de discernirlos, y, si no, generaré emociones, que es lo que he buscado como escritor. 

¿Confirma, entonces, que detrás de algunos personajes hay personas reales? 

–Decía Ortega y Gasset aquello de ‘yo soy yo y mis circunstancias’, de manera que, por supuesto, en todos los personajes hay tanto una parte de mí como de otras personas con las que he podido compartir momentos de labor parlamentaria. Pero entiendo que se debe disociar lo que es una novela negra, que lo que busca es entretener y generar emociones encontradas, de hechos de la realidad que podrían ofender a alguien.

¿Cree que generará controversia?

–Sí, probablemente pueda generarse cierta controversia por los episodios truculentos que narro, por los ámbitos turbios que afloran en muchos personajes y por las realidades quizás extremas de los hábitos de la actividad parlamentaria. Pero, insisto, no lo he rehuido. Cuando escribí esta novela quería epatar a los lectores desde la articulación de una ficción sobre una realidad que conozco perfectamente. En la novela aparecen elementos tan reales como el hecho de que aun faltan 157 cuadros de la colección de Caja de Ahorros de Navarra y que todavía no se sabe el paradero de las obras que perdió la Universidad Pública, lo cual desvela una dejación de responsabilidades a la hora de cuidar una serie de elementos culturales fundamentales. Sobre este tipo de hechos desarrollo una trama con implicaciones que van desde la política hasta ámbitos del narcotráfico. Con todo eso he creado una historia con suspense, momentos trepidantes y sensaciones en el lector que pueden ir desde la repulsa hasta auténticas simpatías.

¿Se ha autocensurado mucho? 

–Lo cierto es que no. En la actividad política pública hay que tener cuidado de cómo uno se expresa en el ejercicio de esa responsabilidad, sin traspasar ciertos límites. Pero la literatura rompe todas esas barreras y por honestidad con ella no me he privado de llevar al extremo situaciones que podrán parecer escandalosas y, posiblemente, muchos lectores pensarán que son realidades ocultadas hasta el momento de la realidad parlamentaria que ahora afloran a través de la ficción.

En ese sentido, ¿la literatura le ha servido para sentirse más libre a la hora de plasmar ciertas realidades?  

–Para mí, la literatura es un ejercicio de libertad absoluta y un compromiso contra las censuras del ‘qué dirán’ o de ir más allá de lo que se espera que uno vaya. En la novela hay situaciones de una violencia y crueldad extremas, de una truculencia abisal y de unas prácticas que, aunque sabemos que son inherentes a la condición humana, no es habitual que se muestren con tanta crudeza. 

"En mi vida política he estado acostumbrado a enfrentarme a lo público, a la valoración de las personas de mi partido y de la ciudadanía en general, pero esto tiene un componente de intimidad"

Hay sexo, amor...

–Hay sexo, amor y corrupción política, pero también mucho compromiso y responsabilidad y también auténticas pruebas de filantropía. He buscado los contrastes entre las conductas más deleznables y los valores supremos.

¿Qué ha sido lo más difícil durante la creación de esta historia?

–Lo más difícil fue, sin duda, terminar la novela y dársela a cinco amigos y amigas de confianza para que opinaran si se podía publicar o no. Aunque todos me dijeron que lo publicara sin dudarlo, ese momento de espera fue el más complicado porque me encuentro muy cómodo en la creación literaria y no descarto seguir en este camino. Como dice Joseba Asiron, ser profesor es el oficio más bonito del mundo. Y yo estoy encantado con él, porque no solo es una labor social de tremenda responsabilidad, sino que me permite estar muy al día de las nuevas realidades y usarlas para imaginar ficciones. Así que si tengo tiempo y hay lectores que quieran continuar leyendo lo que escriba, seguiré, sí. Estoy muy feliz pudiendo hacer estas cosas después de una etapa de mi vida que ha sido muy intensa y de gran responsabilidad.

¿Por qué ha optado por el género negro?

–Siempre me ha gustado. Además, creo que no es cierto lo que se viene opinando de que no es un género de primera. Recuerdo que, cuando estudiaba Filosofía en la UPV, pasaba de la Fenomenología del espíritu de Hegel a coger un libro de Agatha Christie. Por relajar, pero también porque entiendo que descubrir el misterio tiene una gran conexión con el gesto de ir iluminando rincones filosóficos que hasta ese momento no conocías. La novela negra también permite una expresión literaria muy bella.

¿Cuáles son sus referentes literarios?

–No tiene nada que ver con lo que he escrito, pero soy un gran admirador de Dickens, que plasmaba los contrastes de una manera deliciosa. También he leído tres o cuatro veces Nuestra señora de París, de Victor Hugo. Si vamos a la novela negra, está Pierre Lemaitre, por supuesto, pero creo que quien provocó un punto de inflexión y llevó a su aceptación generalizada fue Stieg Larsson y su trilogía Millenium; en el Estado español también está Dolores Redondo... Hay grandes novelas negras actualmente.

¿Cómo le gustaría que el público le recibiera como escritor?

–Me gustaría que la novela le resultara interesante por lo que cuenta, por cómo lo cuenta y por lo que sucede. Que no pase desapercibida y que no se considere un cúmulo de tópicos, sino que se visualice como un ejercicio de experimentación que he llevado a cabo con absoluta humildad y honestidad. Podía haber caído en la tentación de hacer cosas más normativas y menos estridentes, pero decidí que mi escritura tenía que estar libre de las censuras y autocensuras. Quizás se determine que he tenido más voluntad que acierto, pero me gustaría que se reconociese la voluntad.