"Al igual que una parcela o una casa, algunos secretos familiares también se heredan"
El jueves 7 de noviembre, el escritor barcelonés afincado en Pamplona presentará en Elkar Comedias (18.30h) su nueva novela, ‘Luna’ (Alrevés), ya en librerías
Carlos Bassas del Rey regresa con una novela protagonizada por mujeres y ubicada en un pueblo de la Mancha en la España de los años 80 del pasado siglo. Secretos, muerte, prejuicios, supersticiones, apariencias, pecados y adolescencia se dan cita en Luna, una historia de dolor, memoria y culpa.
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A pesar de tener ya muchos títulos publicados, ¿sigue sintiendo vértigo cuando llega este momento?
–Cada novela que escribo es para mí la primera y a la vez la última. El mercado editorial es complicado, y mantenerse en él, un milagro en ocasiones, de modo que enfrento la escritura de todas mis novelas con la ilusión de la primera y pensando en que podría ser la última. Ves a demasiados compañeros que son magníficos escritores no poder publicar su trabajo como para pensar que a ti no te puede pasar. Además, el día que no sienta ese vértigo en el estómago cuando llega a casa la caja con los ejemplares para el autor significará que no me importa, y esa será la señal clara de que ya no me ilusiona y que quizás deba dejarlo.
¿La curiosidad, ansiedad o expectación es por lo que digan las/os lectores/as, por la crítica o por los comentarios o recepción de otros/as escritores/as?
–Por todo un poco. Quien diga que no le preocupa en absoluto lo que piensen los lectores, miente o se autoengaña; escribimos para que nos lean, es decir, para los lectores, de modo que un comentario negativo siempre afecta. En cuanto a la crítica, pues un poco más de lo mismo: aunque no escribes para ellos, si alguien publica una reseña negativa, te duele. Aquí hay que distinguir entre reseña negativa y razonada del libro o comentario hiriente sin fundamento, por supuesto. En redes hay de ambas cosas. En cuanto a lo que opinarán los compañeros, pues, en mi caso, cada vez tiene más importancia, en especial aquellos compañeros a los que leo y admiro como escritores. Siempre duele un poquito que uno de ellos te diga: no me ha gustado. En ese caso, lo que debes hacer es seguir y aprender a escribir una novela mejor la próxima vez.
‘Luna’ es la tercera novela que titula con un nombre propio que, además, también tiene otros sentidos en la trama (‘Justo’, ‘Soledad’), ¿cuál diría que es el significado en este caso?
–Luna es el nombre de una de las protagonistas, y quien lea la novela entenderá el motivo, aunque no creo que haga un spóiler, como dicen ahora, si comento que su abuela en un momento de la novela dice que el nombre le viene perfecto porque, al igual que la luna, tiene dos caras, y una jamás se ve. En el caso de Justo, pues me encajaba bien porque tiende a ser un nombre de persona mayor y es un hombre que se toma la justicia por su mano, al igual que en el caso de Soledad, que habla de una madre que ha perdido a su hija y se ha quedado tan rotunda y definitivamente sola como el policía que investiga su muerte. Los títulos y los nombres de los personajes son importantes.
¿Forman las tres novelas un conjunto, tienen algún elemento en común?
–Diría que el elemento que tienen en común es un rasgo que está bastante presente en una parte de mi literatura, que es el tema del dolor, por un lado, y de la memoria, por otro. El dolor, tanto el físico como el emocional, porque es uno de los sentimientos más extremos que experimentamos todos. No hay lector que no haya sentido algún tipo de dolor en algún momento de su vida y, por lo tanto, sea capaz de sintonizar con tu personaje. La memoria, porque lo es todo y nada a la vez, en el sentido de que nos configura y determina cómo somos y quiénes somos, pero también es una gran, una enorme mentirosa, hasta el punto de que bastantes de las cosas que recordamos no son ciertas o no sucedieron como las recordamos. Nuestra memoria es una gran fabuladora, una gran constructora de historias.
Con ‘Justo’ ganó el Premio Hammett, el más importante de novela negra en castellano, y con ‘Soledad’ obtuvo críticas excelentes, después llegó ‘Sinántropos’, que rompía un poco con esa línea narrativa, y ahora ‘Luna’, con la que da un giro estilístico, ¿necesita experimentar, para seguir escribiendo?
–Como escritor, puedes quedarte siempre en tu zona de confort, especialmente si te va bien y tus novelas se venden, o marcarte un reto diferente cada vez que te enfrentas a la escritura de un nuevo libro. Es más fácil hacerlo, por supuesto, si tus novelas no pertenecen a ninguna saga o serie, claro. También está el hecho de que, a veces, como escritor quieres cambiar, hacer algo distinto, y los editores te miran preocupados y te dicen: ¿por qué quieres cambiar ahora con lo bien que se están vendiendo las novelas de…? Comprendo su miedo y su reticencia, sobre todo si no están seguros de que tu nueva novela se vaya a vender, pero eso puede llevarte al tedio como escritor, a quedarte toda la vida cómodamente al pairo. Supongo que depende un poco también de qué y quién eres y quieres ser como escritor en realidad. Conozco ejemplos de ambos tipos: compañeros que llevan años haciendo exactamente lo mismo y otros que, de repente, deciden cambiar de golpe. Aunque luego puedan regresar a sus series con su personaje de siempre; ves en ellos esa necesidad de demostrarse a sí mismos que pueden hacerlo, y hacerlo bien. Yo, sin embargo, si no cambio unas cuantas cosas de novela a novela, sufro.
"En una ocasión me hicieron notar que la mayor parte de mis protagonistas son hombres, así que, aunque ha sido un gran reto, esta vez he querido que sean tres mujeres"
¿Cuál diría que es la apuesta formal de esta nueva novela?
–Lo que he tratado de hacer en Luna es, por un lado, enfrentarme al reto de construir la voz y la mirada de tres mujeres muy diferentes, no solo por su edad, sino por su forma de mirar y ver el mundo y por la voz con la que lo expresan. Por otro, he querido probar cosas nuevas con la puntuación, con la adjetivación, con la estructura, con la forma de enfrentarme a los diálogos… A veces pienso que, en gran medida, estas ganas de cambiar y experimentar son fruto de mis propias lecturas: de repente lees una novela de un compañero o de otro escritor que no conoces y dices, me encanta cómo hace esto y aquello y lo otro, y piensas: ¿sería capaz de hacer lo mismo? Y entonces vas y lo pruebas, y lo haces tuyo.
¿Algún autor o alguna autora que le hayan inspirado en esta o en otras novelas?
–Muchos. De hecho, nadie debe olvidar que, además de escritores, los autores somos también lectores. Y tenemos nuestras filias y nuestras fobias y gustos en cuanto a estilos y géneros. En el caso de Luna, por ejemplo, uno de los autores que me han influido en cuanto al estilo ha sido el nicaragüense Sergio Ramírez, que me parece un escritor increíble, y cuyo estilo es muy característico. Y personal. Luego ha habido otros. Suelo bromear (aunque no es ninguna broma) con que a unos cuantos de mis compañeros escritores les leo con papel y boli, porque aprendo siempre algo de ellos. De unos, más; de otro, menos, pero siempre algún detalle. Fui lector antes que escritor, y seguiré siendo lector el día que deje de escribir.
Aunque ese cambio formal se nota claramente, ¿qué sigue teniendo este trabajo de la esencia de Carlos Bassas escritor?
–Diría que, por un lado, esos temas que siempre aparecen en mis novelas negras: el dolor, la memoria, las relaciones familiares, la soledad, y, por encima de todas ellas, la culpa. Y luego, mi mirada y mi voz. Las formas varían, pero lo esencial permanece.
En cuanto a la trama, y pese a que ya lo hizo en parte en ‘Soledad’, se mete en la piel de tres mujeres, cuando la mayor parte de su obra está protagonizada por hombres. ¿A qué se debe este cambio?
–A que en una ocasión me hicieron notar precisamente eso, y me dije: ‘pues es verdad’. Hay que cambiarlo, aunque suponga un gran reto, porque siempre habrá lectoras que digan ‘no tienes ni idea ni de cómo piensa, siente, mira... una mujer’. Lo único que puedo responder a eso es: estas tres mujeres son mis mujeres y se parecen en algunos casos a mujeres que conozco, porque al igual que los hombres no somos para nada una uniformidad, las mujeres tampoco lo son. Y a eso hay que añadir que se trata de personajes, no de personas. Lo único que se le puede, debe, exigir a una novela es que sea verosímil, no necesariamente veraz. De hecho, en muchas ocasiones hay más verdad en la ficción, en esa mentira literaria, en ese artefacto, que en otros textos que se supone que sí deben rendir cuentas con la realidad.
"La memoria nos configura y determina cómo somos y quiénes somos, pero también es una enorme mentirosa, una gran fabuladora de historias"
Estas tres mujeres de la misma familia son diferentes, aunque tienen un elemento en común. Descríbamelas brevemente.
–Luna es la adolescente de 14 años que abre los ojos al mundo y se da cuenta de que es diferente a todos los demás. Sara, su madre, es una mujer de unos 40 que se acaba de acoger a la Ley del divorcio de 1981, y que esconde un pasado oscuro que ha olvidado, pero también un presente muy doloroso al que no quiere plantar cara, del que huye, pero que al final tendrá que enfrentar. La tercera en discordia es Adoración, la abuela, una mujer de una generación de mujeres muy determinada, con una forma de pensar muy concreta, muy fruto de su época, y que arrastra a su vez un pecado del pasado que la ha convertido en una beata miedosa y celosa del silencio y de la soledad…, hasta que, al fin, estalla. El reto: tratar de construir tres personajes femeninos de edades tan diferentes y formas de pensar y de mirar y de decir tan distantes entre sí, pero cada una con sus razones sólidas para hacer lo que hacen.
¿Cómo se documentó o asesoró para crear a Luna, la protagonista?
–Luna es una adolescente cuyo descubrimiento de la propia psicopatía se ha producido hace poco, lo cual suponía un doble reto: construir a una adolescente y tratar de que su forma de actuar fuera acorde a alguien así. Para esa parte conté con la ayuda de la criminóloga Paz Velasco, que tiene una paciencia enorme con muchos de nosotros, los escritores de novela negra, porque nos escucha y asesora con mucho cariño y paciencia. Pero eso le pasa por ser la mejor en lo suyo. Aunque lo que nosotros hacemos es construir mundos posibles y personajes, procuras que sean lo más interesantes y completos posibles, llenos de aristas, y en el caso de determinado tipo de conductas, la realidad siempre supera la ficción.
¿En estos tiempos de cancelación y corrección política, teme las opiniones de una parte del feminismo?
–No en general, pero son inevitables. Además, tal y como decía antes, no hay una sola mujer ni un solo feminismo, por lo que es imposible contentar a todo el mundo. Siempre habrá alguien que te diga: te equivocas, eso no es para nada así. Y tendrá razón, porque, desde su experiencia, es posible que así sea. Otros, en cambio, te dicen: lo has clavado. Y también tienen razón, porque juzgan, analizan y valoran desde su propia experiencia, que es otra. Luego están los que actúan y opinan con mala fe, pero, ante eso, no hay nada que pueda hacer.
¿Qué opina de las campañas de cancelación en la cultura?
-Me parece un sinsentido. Las obras reflejan un sentir y una forma de ser y de ver el mundo apegadas a una época, y nos sirven precisamente para eso, para conocerla, para saber cómo era, y eso no significa que, por leerlas, uno vea las cosas de ese modo ni piense como esos personajes. Siempre cuento el mismo caso extremo, el de un curso de doctorado en una universidad norteamericana de cierto prestigio: la clase era sobre el racismo en la publicidad norteamericana de los 60 y 70, y, para documentarlo y mostrárselo a sus alumnos, la profesora usaba en clase precisamente eso, anuncios racistas de la época. Pues bien, tuvo que dejar de dar el curso y fue expulsada de la universidad acusada de…racismo por sus propios alumnos, que encontraban esos anuncios, precisamente, racistas. Interesante paradoja. A veces somos capaces de llegar al absurdo. Imagínate que cancelamos todas las obras en las que se refleja el racismo en épocas pasadas, las eliminamos de las bibliotecas o las reescribimos, y llega un momento en el que, una generación o dos después de la nuestra, llegamos al punto de afirmar que no hubo racismo en la Norteamérica de los 60 y 70… Es un tema muy complicado. Yo siempre digo lo mismo: el problema no está en esa obra que contiene elementos racistas, machistas, edadistas o lo que sea, sino en no educar críticamente. Porque, si nos ponemos exquisitos en la cancelación, deberíamos erradicar o reescribir toda la literatura anterior a nosotros casi, teniendo en cuenta, por supuesto, que quienes vendrán detrás de nosotros erradicarán y modificarán la nuestra.
En ‘Luna’, el espacio donde sucede la trama es fundamental. En su obra ha creado ciudades como Ofidia, sospechosamente parecida a Pamplona, y también ha vuelto a su ciudad, Barcelona, ¿por qué ahora un pueblo de La Mancha?
–Porque quería reflejar parte de mi propia infancia en ella, de mis recuerdos, esos que son mitad reales mitad fantasía. Soy hijo de catalán y de manchega. Mi madre nació en Alcázar de San Juan, en el seno de una familia ferroviaria, y parte de mi infancia transcurrió allí, en visitas que hacíamos cuando yo era pequeño para ver a tíos y primos. A mí, La Mancha me parecía algo tan lejano a mi vida en Barcelona que era una especie de planeta aparte. Sus costumbres, sus comidas, su forma de ser y de hablar, su sentido del humor… Y quería recoger parte de eso. De hecho, le llegué a pedir a una de mis tías que me enviara un diccionario de habla típica de La Mancha para incluir algunos de esos términos en la novela. Una de las cosas que más recuerdo de entonces era ver y oír a las bolilleras hacer encaje a la puerta de sus casas; aquello me parecía fascinante, por eso he querido reflejarlo. Y el cementerio de Alcázar, tan especial; de hecho, fue el primer cementerio civil de España, un año anterior al de Reus, dicen. Me gusta visitar los cementerios de allá donde voy, no puedo evitarlo. Dicen mucho acerca de cada sitio. De una ciudad hay que ver siempre cinco cosas: los cementerios, las librerías, las carnicerías, las lencerías y las inmobiliarias. Te dan toda la información que necesitas sobre cómo es ese sitio.
¿Se ha apoyado en recuerdos familiares para darle verosimilitud al texto?
–Sí. De hecho, hay más de algún recuerdo que asigno a alguno de los personajes y que es mío, y, como te decía, usando el diccionario de expresiones manchegas y también historias de mi madre. Hay un momento en el que uno de los personajes recorre el cementerio del pueblo en el que está ambientado la novela, y que se llama Alcázar de la Mota mientras lee los nombres de las lápidas. Esos nombres y apellidos, debidamente mezclados, pertenecen todos a mi familia materna.
La sombra de la Guerra Civil y de las barbaridades que se cometieron en muchos pueblos aprovechando la contienda también están en el texto, ¿a qué se debe?
–A que los escritores siempre buscamos elementos dramáticos extremos, y una guerra civil lo es, así como la represión y la dictadura que vino después. Toda novela o película no deja de ser la historia de un personaje llevado al límite de un modo u otro, y hay elementos como la guerra, la muerte, el crimen, el asesinato que te proporcionan de una manera rápida y clara ese escenario.
También hay secretos, que siempre dan mucho juego narrativo.
–Todos ocultamos secretos. Absolutamente todos. Algunos son más inocuos que otros, pero los hay que se extienden a lo largo del tiempo, de generaciones, hasta el punto de que hay personas que, años después, los heredan como se heredan una parcela o una casa. En algunos pueblos, eso se da de manera extrema, y más habiendo pasado una guerra: heredas el mote de tus padres, heredas su casa, sus tierras, sus pecados y, aunque parezca mentira, sus culpas, y no hay mucho que puedas hacer contra ello, tan solo poner distancia de por medio si quieres librarte de esos ecos funestos.
"Me doy cuenta de lo poco que parecemos haber cambiado respecto a los años 80; o de lo rápido que parecemos estar volviendo atrás... Asusta"
Y aborda otras cuestiones como los cuidados a una persona dependiente, el machismo, la religiosidad y el rechazo y condena de la homosexualidad en aquella España. Nuevamente, la temática social presente en su obra.
–No soy de los que opinan que la novela negra o es social o no es verdadera novela negra, pero en mis novelas siempre hay algo de eso, porque cuando uno construye un mundo posible, que, por muy literario que sea, no deja que guardar relación con el que habita, no puede evitar reflejar todo eso, ya sea de manera directa, ya a través de sus personajes, lo que no significa que uno opine como opinan ellos. Y, regresando a la pregunta, ahora me doy cuenta de lo poco que parecemos haber cambiado, o de lo rápido que parecemos estar volviendo atrás… Asusta.
El final de la novela queda abierto, ¿habrá segunda parte o prefiere que esa historia ya quede en manos del lector y de la lectora?
Queda abierto en cierto modo, pero no en lo referente a que lo que se cuenta a lo largo de la trama quede así, sino a que dejamos a uno de los personajes por ahí preparándose para enfrentarse al futuro, a su nueva vida. No creo que haya una segunda parte. No lo hice con Justo, pesa a que empecé incluso a escribirla, así que no creo que lo vaya a hacer ahora. Aunque nunca se sabe...