Mikel Zuza (Pamplona, 1970) publica ‘Noble’, su nuevo libro promovido por el Ayuntamiento de Pamplona, que reúne 34 relatos breves coincidiendo con el 600 aniversario de la muerte de Carlos III, cuyos rasgos personales y de su reinado desgrana en esta entrevista.

Concita en este nuevo libro una mezcla de ficción e historia.

–El personaje me resulta cercano, su dinastía fue la que más documentación dejó para investigar. De Carlos III es del que más nos queda, que nos permite conocer cosas que hizo que ahora no existen, como el Palacio de Tafalla o el de Tudela. El de Tafalla era más grande que el de Olite y ahora no queda nada, salvo un sillón de piedra. Carlos III tenía gustos exquisitos y lo que había dentro de esos palacios era de una riqueza que hoy nos dejaría turulatos y llorar a moco tendido por ver lo que se ha perdido.

¿Por qué ese apelativo de Noble?

–Probablemente es el rey de Navarra más conocido aparte de su importancia política por legarnos el palacio de Olite o porque podemos visitar su tumba en la catedral de Pamplona, con un retrato fiel hecho en vida. En cuanto al buen recuerdo que dejó y que 600 años después estemos hablando de él probablemente tenga que ver con su forma de ser bastante pacífica. En sus 38 años de reinado mientras Europa Occidental estaba en guerra (Francia e Inglaterra en la de los Cien Años, Castilla y Aragón en batallas familiares internas), Navarra se mantuvo en una isla de paz.

¿Y esa vocación?

–Quizás porque su padre fue justo lo contrario, que todos los recursos que le proporcionaba Navarra los invirtió en la guerra contra Francia, para intentar conseguir el trono francés. Carlos III pensó que no tenía mucho sentido gastarse los pocos recursos existentes en una empresa muy complicada. Así que se desprendió de los territorios franceses, consiguió una indemnización del rey de Francia, y ese dinero lo invirtió para convertir a Navarra en una corte que pudiese compararse con la de Francia.

No sé si era sentido común o hedonismo, ligado por sus intereses.

–Eso último por supuesto, tenía unos gustos exquisitos, porque desde pequeño era familiar muy cercano de los reyes de Francia. Así que colaboró con ellos. Con eso consiguió recursos que su padre no tuvo y ennobleció su corte e hizo una Navarra de la que se hablaba en Europa.

¿Y eso le dio aureola popular?

–Su padre había arruinado a Navarra por emplear todos los recursos en la guerra y Carlos III la arruinó, pero gastándolo en cosas que ahora valoraríamos más. Nos queda por ejemplo el Palacio de Olite y ya lo valoramos... En cuanto él murió ese legado pacífico dura 15 años. Le sucedió su hija Blanca de Navarra, que muere 15 años después de su padre, en 1441, y a partir de ahí Juan II de Aragón, rey se supone que consorte, que se niega a darle el trono a su hijo, y Navarra entra en una espiral de guerras constantes que él había evitado. El recuerdo de esa paz probablemente es lo que ha llegado hasta a la actualidad.

Y nos queda también el modelo de ciudad que legó en Pamplona.

–Sí, el tenía un concepto muy alto de la majestad real, y miró a Pamplona, y consideró que había que darle un impulso, aunque vivía en Olite. Unió los tres burgos de Pamplona muy tarde. Él murió en 1425 y los unió en 1423. Hasta entonces no vio la necesidad, pero convirtió a Pamplona en la capital ceremonial del reino, no solo política. Intentó convertir la catedral en el panteón real, como Saint-Denis en Francia. No le salió bien, porque ninguno de sus sucesores está enterrado en Pamplona por la guerra civil entre agramonteses y beamonteses. Carlos III necesitaba una ciudad unida que no le diera problemas constantes por cualquier cosa. Así que ordenó la unión de los burgos, después de siglos de guerras, para que Pamplona entrase en la modernidad de una vez y tirase del resto del Reino.

También cabe hablar de las miserias de sus monarcas. Y de infidelidades, con su coste público.

–Los reyes podían hacer lo que quisieran, las reinas no. Carlos III tuvo ocho hijos legítimos y tuvo entre seis y ocho ilegítimos. Eso no parecía extraño en la sociedad de aquel tiempo. Y de hecho la propia reina acabó cuidando a varios de los hijos bastardos de su marido. Eso trajo una derivada política importante. En el afán de ennoblecer el reino, ennobleció a las ramas paralelas de la familia real, incluidos los hijos bastardos., los suyos, los de su padre, los de su tío Luis. Les dio tantos privilegios y títulos, como el condado de Lerín o el mariscal de Navarra, que con el tiempo esas ramas acabarán ahogando el tronco legítimo de la monarquía. Esos condes o marqueses, como todo noble, cada vez querían más, hasta que ya lo quisieron todo. Eso le tocó a los sucesores.

El libro se presentó ante el Privilegio de la Unión, con prólogo de otro historiador, el alcalde Joseba Asiron. La historia es importante.

–Creo que es lo más importante. Conocer la propia historia es lo que te permite andar en al actualidad. Ves lo que se repite lo mismo que pasó hace 600 años, no parece que hayamos aprendido gran cosa. En ese sentido, que el alcalde sea historiador me parece estupendo porque conoce la ciudad, sabe de lo que habla, y he conocido casos diferentes con los que me tiraba de los pelos. Con alguien que sabe puedo discutir, pero se ve que controla nuestro pasado, y eso es lo que le permite andar por el presente.

¿Le gustaría consolidarse como una de las figuras de la historiografía navarra a base de divulgación?

–Combino las dos categorías, he publicado libros de historia y tengo más proyectos en el horizonte, pero también la capacidad de escribir narrativa y me gusta combinar las dos cosas. Para poner algunas anécdotas en este libro me he leído un montón de documentación. Divulgar es imprescindible. Hay gente que sabe muchísimo pero luego no lo sabe contar. Ese es un hándicap tremendo. Nos rodea la historia, querámoslo o no. Puede interesarte o no. Conocerla a mí me parece una necesidad, porque lo que pasó hace 500 años sí que nos afecta.