David Trueba (Madrid, 1969) ha adaptado y dirigido por primera vez una película basada en una de sus novelas. Siempre es invierno lleva a la pantalla Blitz, historia que publicó en 2014 y que sigue vigente, ya que aborda cuestiones como la invisibilidad de las mujeres a partir de determinada edad, la necesidad de superar prejuicios y tabúes sociales y el diálogo intergeneracional. Trueba sigue haciendo el cine que le interesa y que le emparenta con ilustres como Jean Renoir, François Truffaut, Woody Allen o Nanni Moretti.
Hace unos días charlamos con Jonás, sobrino suyo e hijo de Fernando. ¿Los Trueba suelen darse consejos en torno a sus proyectos?
– Habitualmente sí, o sea, nos reunimos en la sala de montaje y comentamos esto y aquello, aunque creo que cada vez nos da más corte.
¿Por qué?
–No sé, quizá porque ya cada uno hemos consolidado nuestro trabajo. Al principio estaba Fernando, que era como el más presente, y luego ya empezamos Jonás y yo, con el que me llevo menos años que con mi hermano, y poco a poco las cosas se han ido igualando, ya que cada uno sabe bien lo que quiere hacer y cómo hacerlo. Pero sí, sí, constantemente nos consultamos, aunque siempre somos respetuosos en el sentido de que entiendes que cada director tiene su manera de hacer, su sensibilidad, sus gustos.
¿Diría que sus historias tiene elementos comunes; el humor, el amor..?
–Creo que a los tres nos atraen un cierto tipo de historias y de personajes. Nos gustan las películas con conflictos humanos y con cierta sensibilidad hacia las personas. Es decir, el género humano. Eso nos condena a que siempre sea difícil etiquetarnos, por eso suelo decir que mi género es un poco la extracción de la vida, que es una mezcla de géneros. No me gustan las fórmulas oficiales del cine porque te llevan a tener una serie de personajes y a resolver la historia de determinada manera. Por ejemplo, a mí me gusta mucho a la comedia, pero como director no la he practicado en sentido puro. Siempre he preferido que el humor corra dentro de una historia realista, cotidiana; como en la vida misma, que te levantas de mal humor y, de pronto, pasa algo que te alegra el día, o viceversa. Ese vaivén de la vida diaria me parece muy interesante.
"Me gusta que el humor corra como en la vida misma, que te levantas de mal humor y, de pronto, pasa algo que te alegra el día, o viceversa. Ese vaivén de la vida diaria me parece muy interesante"
Con Jonás hablamos de ‘El sol del futuro’, de Nani Moretti y, casualmente, en su película también suena ‘Voglio vederti danzare’, de Franco Batiatto, que es la esencia de la película del director italiano.
–Mira, el otro día un periodista me dijo que, aunque suelen decir que soy muy woodyallenesco, él creía que tengo más de Nanni Moretti. Y, bueno, es que quizá no existiría Nanni Moretti si no hubiera existido antes Woody Allen, aunque es verdad que Moretti lleva sus historias más a la realidad cotidiana y también social y política de su país. Pero vienen de lo mismo. Fíjate que con Jonás he hablado mucho de dónde trazaríamos la invención del yo en el cine.
¿A qué se refiere?
–Durante muchos años, el yo no tuvo cabida en el cine, que en su origen era una industria de barraca de feria, de historias de humor, amor o miedo, y el yo ahí no tenía mucha presencia. Entonces, de pronto, a partir de los años 30, comienza un tipo de cine en Hollywood, que luego se desarrolla en Europa a través de cineastas como Bergman, Fellini o Rossellini, en el que empieza a hablar el yo del director, y eso, al final, acaba desembocando en Los 400 golpes (Truffaut), pero también en Woody Allen unos años después. Esta es una familia que tiene una raigambre muy fuerte en la cultura.
¿Se siente parte de esa familia?
–Sí. Recuerdo que cuando tenía 15 años, puse en mi habitación una foto de un señor que todos mis amigos creían que era mi abuelo. Pero yo les decía ‘no, es Jean Renoir, un director de cine francés que me encanta’. Él hizo también algunas películas de este tipo y, bueno, en el fondo es un poco mi abuelo porque me gustaba tanto que leí un montón sobre él y me vi todas sus películas y, así, poco a poco fui generando mi propio árbol genealógico cinematográfico y literario.
En la película de Moretti está clara la postura del director frente a las plataforma, ¿cómo se lleva David Trueba con la era del algoritmo?
–¿Te refieres al momento ‘What The Fuck’, no? (ríe) Pues, mira, siempre he intentado hacer películas que entran en lo que se define como cine de autor, pero que apelan a un público amplio. No masivo, pero sí amplio. Es decir, me gusta generar una comunicación, no soy muy hermético en ese sentido, más que nada porque me parece que cuando te diriges a la gente tienes que hacer un esfuerzo para ser comprendido. Así que no me da miedo usar los mecanismos actuales. En todo caso, el problema podría surgir cuando tú llegas con tu proyecto a alguna de esas plataformas y alguien quiere incidir sobre lo que estás haciendo. Creo que ahí no hay comunicación, porque ellos quieren hacer una cosa y para eso necesitan solo soldados, y, como yo les digo, yo no soy soldado de nadie; soy un francotirador que hago mis películas y luego me retiro y vuelvo cuando tengo otra que ofrecer. No soy un señor que está esperando encargos. De todas formas, los ejecutivos ya saben cuando entro en su despacho qué tipo de historia les voy a proponer; de hecho, dicen ‘esto es muy David Trueba’, como si fuera un género. Y a veces entran y otras veces, no.
¿Y qué hace cuando le rechazan?
–Siempre cabe la posibilidad de no hacer el proyecto o de hacerlo desde una independencia más radical que te saca un poco del circuito. Así la película es más difícil de difundir y seguramente es más pobre, con menos elementos de producción. Por eso tengo clarísimo que cuando te abren esas puertas, debes aprovecharlas.
‘Siempre es invierno’ es la primera película que escribe y dirige a partir de una de sus novelas. ¿Por qué ahora y por qué ‘Blitz’?
–Salvo Soldados de Salamina, hace ya 22 años, como director no había vuelto a adaptar una novela, y Blitz tenía ya hace 10 años algunos asuntos que hacían muy sugerente la posibilidad de extenderla al cine. Al final, en el cine llegas a muchísima más gente. Además, tenía mucha gente detrás diciéndome que tenía que adaptarla, que la historia en imágenes tendría fuerza porque habla de la invisibilidad de la mujer a ciertas edades. Y, claro, el cine es lo contrario a la invisibilidad; en cambio, la literatura a veces se queda en una propuesta un poco más intelectual, más abstracta.
"Siempre he intentado hacer películas que entran en lo que se define como cine de autor, pero que apelan a un público amplio"
Y David Verdaguer se sumó al grupo de personas que le pedían hacer una película con esta historia.
–Sí, habíamos trabajado juntos en Saben aquell y me comentó que había leído la novela y le había encantado el personaje de él porque tiene muchas subidas y bajadas. Y me decidí a hacerlo. No hay nada como contradecirte (ríe). Aparte, esta es la novela más breve de todas las que he escrito, y quizá por eso también se adecuaba mejor a la duración de una película. Además, siempre es tiempo de debutar, de hacer cosas por primera vez.
¿Como ‘Los guapos’, la obra de teatro que estrenó el año pasado?
–Sí. Recuerdo que todo el mundo me decía ‘¿tienes ganas de debutar en el teatro a los 50?’ Cuando para mí es muy agradable estar todavía descubriendo cosas. La experiencia fue muy agradable y ya estoy con la segunda.
"A los chavales que cantan el 'Cara al sol' les han dicho que es más importante un influencer que vive en Andorra que el tratamiento de cáncer que su abuelo recibe en la sanidad pública"
Charlando un 20 de noviembre acerca de la sorpresa que nos provoca que haya gente muy joven que quiera una dictadura y alabe a Franco, David Trueba cree que, en gran medida, esto se debe a que "estos chavales ya no han conocido a sus abuelos y no saben lo que es el autoritarismo porque no lo han vivido ni se lo han contado". "A los que cantan el 'Cara al sol' les han dicho que es más importante un influencer que vive en Andorra y que les dice que no paguen impuestos que el tratamiento de cáncer que su abuelo recibe en la sanidad pública", apunta. Y recuerda una anécdota con un taxista ecuatoriano que le dijo que le había reconocido porque sus hijas habían visto sus películas y las dos habían estudiado. "Esta segunda generación de migrantes ha visto cómo sus padres se han esforzado para darles estudios y demás, y yo también lo viví con mis padres; pero hay jóvenes de aquí que eso lo dan por hecho, como si fuera un privilegio que les corresponde".
En cualquier caso, Trueba es optimista y cree que estos movimientos en favor del franquismos conforman una burbuja. "Soy optimista, pero a la vez creo que no hay que eludir el conflicto, hay que hablar con ellos y explicarles en qué consiste el mundo". En su texto breve Mi 69, el escritor subraya que la vida es circular "y tú eliges el sitio del círculo en el que quieres estar".
Con ‘Siempre es invierno’, rompe unos cuantos tabúes, como, por ejemplo, el de la relación de un hombre de unos 40 años con una mujer de 63. ¿Le interesaba poner este tema sobre la mesa?
–Me interesaba sobre todo el hecho de que a la gente esto le perturba. Cuando publiqué la novela, la gente le dio mucha relevancia a esta diferencia de edad. El arquetipo suele reflejar a las mujeres que tienen estas relaciones como manipuladoras, poderosas... y yo quería poner esta situación en una historia normal, pero cuando empecé a indagar, vi que las mujeres ocultaban estas historias. Mira, el otro día me pasó una cosa muy bonita, y es que tras la presentación de la película en Logroño, me vino una mujer a que le firmara Blitz y me dijo que quería regalársela a su hija porque no la entendía.
La hija seguramente creía que hay cosas en las que su madre ya no debe estar.
–Así es. En la película hay un momento en que él mira un retrato de Olga a los 20 años y le dice ‘¿eras tú?’ Así, en pasado. Es que los hijos muchas veces no ven que sus padres también han sido jóvenes y que tienen vida. Pero lo peor es la moralina social que se impone a las mujeres, como si llegadas a una edad no pudieran estar en según qué aventuras. Y el cine a veces ayuda a normalizar cosas que ya están en la sociedad.
¿Por eso también decide dar tiempo a las escenas íntimas en lugar de de cortarlas o fundir a negro?
–Sí, con la montadora hablábamos un poco de que teníamos que darles tiempo para que si el espectador estaba sintiéndose incómodo, se diera cuenta de que esa incomodidad es fruto, precisamente, de sus prejuicios y que tiene que aprender a mirar de otra manera. Se trata de que el espectador se pregunte por qué tiene esa mirada tan censora. En el fondo, todos tenemos un espíritu censor o y tapamos lo que no queremos ver o fingimos que no existe. Y cuando lo vemos, nos damos cuenta de que no era para tanto, y que, lo quieras o no, eso es así, existe.
En el caso de David Verdaguer, ya habían trabajado juntos, ¿le costó mucho encontrar a Olga, a la que da vida Isabelle Renauld?
–Esta es una historia muy curiosa y muy poco habitual en el cine. Hace 30 años, cuando preparaba mi primera película, La buena vida, tenía un personaje que era la profesora de francés del protagonista, y cuando fui a París, los productores me organizaron una entrevista con siete u ocho actrices que en ese momento tendrían entre 35 y 40 años. Ahí conocí a Isabel Renauld. No le di el papel porque, aunque se preparó los diálogos, hablaba muy mal el español, pero la he estado viendo en distintas películas durante 30 años, al principio en papeles muy importantes, y luego, como suele pasar, perdiendo un poco su preeminencia y su sitio. Entonces, cuando traspasamos la historia original de Alemania a Bélgica vimos que necesitábamos una actriz francesa y yo dije que tenía en la cabeza a la candidata para el papel.
Estaba claro que tenían que trabajar juntos.
–Lo gracioso fue que cuando vino a una cena a Barcelona con David y conmigo en la que le pregunté si recordaba un casting que había hecho para una película española en el que no le dieron el papel. Respondió que lo recordaba perfectamente y que le dio la pena no hacerlo porque el guión era muy bonito, pero que el director quería a alguien que hablara español. Entonces le dije que ese director era yo y se sorprendió muchísimo, y más cuando le dije que me acordaba de ella y por eso la había llamado.
Conexiones improbables.
–Sí, mucha gente no se da tiempo. Yo siempre digo ‘no tengáis tanta prisa, que vais a llegar al mismo sitio que los demás’. A veces el tiempo te dice no en un momento dado y, pasados 30 años, dice que sí. Por eso es importante seguir siendo tú.